jueves, 12 de enero de 2012

TOGLIATTI VERSUS DI VITTORIO



Noviembre de 2007


Isidor Boix reflexiona sobre uno de los temas que en el homenaje catalán a Giuseppe Di Vittorio darán más de hablar: la postura del gran sindicalista italiano con relación a los “hechos” de Hungría en 1956. Agradezco a Isidor este artículo que tiene, además, un interés muy actual: sus pinceladas sobre las relaciones de algunos sindicatos sudamericanos con sus respectivos gobiernos. Digamos que Isidor conoce el paño. Tiene la palabra el compañero Isidor Boix:



Con la satisfacción de participar en el esfuerzo por recordar la figura del dirigente sindical italiano Giuseppe di Vittorio, voy a referirme a lo que considero uno de los hitos de su actividad al frente de la CGIL, de su contribución a hacer de ésta no sólo el gran sindicato de la clase trabajadora italiana que fue y sigue siendo, sino también un referente para el sindicalismo mundial. Se trata de su confrontación con Palmiro Togliatti, dirigente comunista italiano tan próximo tantas veces a la práctica y al pensamiento comunista español. Su importante divergencia, en relación con la intervención de la URSS en Hungría en 1956, no sólo puso de manifiesto la existente entre dos grandes personalidades de la izquierda italiana, así como entre la CGIL y el PCI, sino que contribuyó a desarrollar la teoría y la práctica de la relación entre “sindicato” y “partido”, cuestión clave en la historia de la izquierda política, esencialmente en el espacio comunista, pero importante también en el socialista. Una cuestión que está presente además en significativos problemas que se plantean hoy en las experiencias boliviana y venezolana, entre otras.

Los trabajos que José Luis López Bulla nos ha facilitado a través de su blog, relativos a los actos organizados por la CGIL en torno a Di Vittorio, cubren amplia y suficientemente uno de los aspectos de aquella confrontación: la “autonomía” o “independencia” de la CGIL con respecto al PCI, del primer sindicato italiano respecto a su referente político. La decisión de la dirección de la CGIL, con Di Vittorio como Secretario General, de condenar la intervención soviética en Hungría, frente a su justificación por parte de Togliatti, del PCI[1], supone en mi opinión algo más, mucho más, que un acto de lucidez y coraje, más que una vulneración del “centralismo democrático” del PCI por parte de dirigentes sindicales que constituían la mayoría en la CGIL y que eran al mismo tiempo dirigentes comunistas. Pero esta importante divergencia supuso y supone también algo más que una contribución a la “autonomía” o “independencia” del sindicato. Permite reflexionar sobre la distinta naturaleza de dos organizaciones que se reclaman de la clase trabajadora, que proclaman sus objetivos de defensa y organización de ésta, de expresión de sus intereses y reivindicaciones. A este aspecto pretendo aportar algunas consideraciones, que me permitirían afirmar que incluso en el supuesto de que desde el Partido (PCI en este caso) se hubiera acertado (aunque estoy convencido de que no fue así), el sindicato podría también haber acertado formulando una valoración contraria. Este planteamiento parte de la, en mi opinión, diferencia de cualidad, o de esencia, entre el sindicato y el partido político que se reclama de la clase obrera. Para ello me parece útil, como una pequeña provocación, empezar recordando una afirmación de Lenin en su polémica con Trotsky que constituye una línea de pensamiento que lamentablemente no fue luego desarrollada en el movimiento comunista. Constituye además para mí una cuestión con diversas anécdotas personales, ya que su mención provocó estupor en alguna polémica, particularmente con ocasión de una visita a la República Democrática Alemana (Alemania Oriental) en 1969, en el verano siguiente a la intervención soviética en Checoeslovaquia aplastando la experiencia conocida como “primavera de Praga”.

 En su folleto “Insistiendo sobre los sindicatos” de enero 1921, reproducido en el Tomo 3 de las “Obras Escogidas” pag. 583, Editorial PROGRESO, Moscú 1961, Lenin decía: “... los sindicatos ... aún están muy lejos de haber perdido ... una base como la ‘lucha económica’ ... en el sentido de lucha contra las deformaciones burocráticas de la administración soviética, en el sentido de defensa de los intereses materiales y espirituales de la masa de los trabajadores ...”[2]. Con esta afirmación criticaba las tesis de Trotsky, quien, según Lenin, asignaba a los sindicatos la función de “organizar la producción”, sin contenido reivindicativo propio, sin posibilidad por tanto de confrontación con el dueño de los medios de producción, la propia clase trabajadora como ente colectivo, y con su efectivo gestor, es decir el Partido Comunista, el aparato de gobierno soviético. Tesis, trotskista entonces, que suponía que los intereses individuales y colectivos de los trabajadores deben someterse al objetivo superior de la producción, definido por su “vanguardia organizada en partido político”. Después fue teorizado y practicado por el estalinismo en todos los países del denominado “socialismo real”[3]. Con escasas variantes en su formulación, los planteamientos trotskista-estalinistas son por otra parte la concepción, y los intentos de práctica, que sigue hoy aplicándose en China, Cuba, también en Bolivia y Venezuela, y como próximas podrían entenderse las de algunos países en vías de desarrollo como Egipto, Libia, y otros. Con estas afirmaciones Lenin parecía apuntar[4]a la existencia de bases distintas en la toma de decisiones de, por una parte, los trabajadores, como colectivo que defiende sus “intereses materiales y espirituales” y que está organizado como “sindicato”, y, por otra, del Estado soviético, hegemonizado por el partido bolchevique, al que atribuye inevitables “deformaciones burocráticas”. ¡Lástima que no hubiesen avanzado, Lenin o alguno de los considerados entonces y después como “leninistas”, en sus reflexiones a partir de esta tesis, o de esta intuición! Volvamos a la confrontación Di Vittorio – Togliatti con ocasión de la intervención soviética en Hungría. Decía antes que en mi opinión sus planteamientos distintos no expresaban necesariamente que uno acertara y otro errara, sino que ambos podrían haber acertado, o errado, en la medida que su discrepancia pudiera simplemente poner de manifiesto que los sujetos representados, sindicato o partido, tienen distinta naturaleza. Y, por ello, podrían tener distinta relación con la cuestión planteada[5].

Se trata por otra parte de una cuestión de permanente actualidad. Así lo apuntan ejemplos útiles de las posibles, y en ocasiones inevitables, contradicciones partido-sindicato, como en los últimos días hemos comprobado en la importante movilización sindical que se está produciendo en Venezuela enfrentando al sindicato creado inicialmente por Chávez y su entorno político con los intentos de éste de sustituir el sindicalismo organizado por “consejos de obreros” atomizados en los centros de trabajo y tutelados por la estructura del partido político gobernante. La confrontación sindical con el gobierno venezolano se ha empezado además a manifestar en la negociación colectiva, entre otros en el convenio de los petroleros de la empresa pública PDVSA. Es además un fenómeno que en la última etapa se están manifestando también en la familia socialista, uno de cuyos ejemplos fue la activa participación de UGT en la Huelga General de 1988 convocada unitariamente por el sindicalismo español contra el gobierno socialista de Felipe González. Alemania, con Schroeder en la jefatura de gobierno, o Chile con Bachelet, serían otras elocuentes referencias. Y en éstas, sólo la fácil respuesta desde el sectarismo creo podría asignar los calificativos de “acertado” o “errado” a uno de los dos polos de dichas contradicciones.

 Para entender la en mi opinión inevitable tensión entre sindicato y partido obrero, el punto de partida considero que debe ser el de entender el sindicato como “organización de intereses”, conjugando en presente el concepto de interés, lo que lleva al sindicalismo a negociar con las demás instituciones sociales, con las de gobierno en primer lugar, en defensa de tales intereses, pero sin la pretensión de conquistar el poder en la medida que sea consciente de que representa sólo a una parte de la sociedad. El partido por su parte se configura en torno a presupuestos ideológicos y objetivos políticos a corto y a largo plazo, y con voluntad de gobernar las instituciones para su aplicación. Desde tales consideraciones puede también abordarse la relación entre sindicalismo y política, o, lo que es lo mismo, cómo el sindicato hace política, como incide en la vida política. Detengámonos en el concepto del sindicato como “organización de intereses”, que supone entender su punto de partida en los intereses contradictorios trabajador-empresa derivados de las relaciones sociales de producción, más allá del nivel de conciencia individual de las personas que integran la clase y su expresión organizada como sindicato. El hecho de constituir tal “organización de intereses” supone un importante nivel de homogeneidad de necesidades, de problemas, también de objetivos, en el conjunto de sus componentes, aunque matizada por la heterogeneidad las diversas condiciones de trabajo de los diversos colectivos que integran el conjunto de los “asalariados” y que dan lugar a efectivas contradicciones en el seno de la clase, dificultando pero no impidiendo la construcción de la base común de tales intereses colectivos en tanto que trabajadores. Sin embargo tales problemas, necesidades, objetivos, intereses en suma, no permanecen estables a lo largo del tiempo y se integran en el sindicalismo conjugados siempre en presente. Se traducen con características de inmediatez en la posibilidad y necesidad del sindicalismo de organizar y movilizar a los trabajadores más por el acierto de sus propuestas, por su capacidad para sintonizar con tales necesidades inmediatas, que por una previa adhesión ideológica.

 La capacidad de organización y de movilización expresa por ello, en cada momento, el mayor o menor enraizamiento de la organización sindical en la clase trabajadora. El partido político por su parte tiene su origen en la adhesión individual a un proyecto, ideas, programa, teoría, ..., con proyección al futuro, reclamando el apoyo hoy para lo que se pretende hacer mañana, es decir en base a intereses a medio o largo plazo, con una práctica que para ser coherente está supeditada a la estrategia, mientras que en el sindicalismo podría incluso afirmarse la inversa: la mejor estrategia es la que surge de la propia práctica. Supongo que esta afirmación podrá calificarse de “pragmatismo” o “practicismo”; no es esto lo que me preocupa, pero sólo quiero añadir que en mi opinión ello no supone olvidar o minusvalorar la elaboración “ideológica” en el ámbito sindical, sino derivar ésta de la reflexión sobre la práctica cotidiana, lo que requiere rigor intelectual y capacidad de elaboración si no mayores al menos del mismo orden que la diferenciada construcción de la estrategia política. De ello, para afirmarlo desde el esquematismo inevitable en estas breves notas, resulta que en el sindicalismo desempeña, debe desempeñar, un papel relevante la defensa de los intereses concretos e inmediatos derivados de las relaciones sociales, con evidente incidencia del entorno en el que se desarrollan. La política debe suponer una apuesta a más largo plazo, sin la necesaria pretensión de validar sus razones en la adhesión que encuentre en cada momento, confiando de alguna manera en aquello de que “la Historia nos dará la razón” (aunque no siempre esta historia sea tan benevolente). Pero esa importante diferencia de ubicación de sindicato y partido en su relación con los intereses y su inmediatez, aun cuando ambos se reclamen del mismo sector social, debe conllevar la necesaria independencia de ambas organizaciones, superando las tentaciones de dirigismo de una sobre otra que, como una condena bíblica, se reproducen en los diversos países y momentos históricos. Una tentación muy arraigada en el movimiento comunista internacional, pero también fuertemente instalada en el espacio político socialdemócrata.

La tradición marxista-leninista, más trotskista que leninista[6] e indudablemente estalinista, teorizó su voluntad de dirección y dominio del sindicalismo con sus planteamientos sobre el partido como “vanguardia de la clase” y practicó o intentó practicar su idea del sindicato como “correa de transmisión”. Así lo hemos visto, y vivido, hasta que la desaparición práctica de los propios partidos comunistas o el vuelo autónomo de los sindicatos dio lugar a una nueva realidad de la que CC.OO. en España, y creo que ya la CGIL en Italia, podrían ser un buen ejemplo, aunque seguramente no único. Desde esta perspectiva que asigna a sindicato y partido naturalezas distintas, resulta fácil defender la presencia, autónoma también, del sindicalismo en la vida política, proyectando en ésta las consecuencias, propuestas o reivindicaciones políticas que derivan de los intereses “inmediatos” de la clase trabajadora. Termino estas notas subrayando, por todo lo apuntado, el interés que tiene en mi opinión recordar hoy la figura de Di Vittorio para subrayar no sólo su acierto al enfrentarse a la intervención militar soviética en Hungría, sino también su indudable aportación a la construcción del sindicalismo como forma de organización autónoma de la clase trabajadora.

Isidor Boix

Madrid, noviembre de 2007


[1] Togliatti y el PCI, al igual que Carrillo y el PCE, esperaron aún 12 años para expresar un primer y claro desacuerdo con la URSS y el PCUS, lo que se produjo a raíz de la invasión soviética de Checoeslovaquia en 1968. Y a ello contribuyó sin duda la posición de Di Vittorio en 1956. 
[2] Roger Garaudy en su obra “Lenin”, editada en PUF, Paris, 1969, se refiere a planteamientos de Lenin en este mismo sentido, remitiéndose al Tomo XXIII de sus Obras Completas y señalando que éste asumía la posibilidad de huelga en la sociedad soviética como “huelga de los obreros contra el Estado Obrero para defender este Estado Obrero contra sus inevitables deformaciones burocráticas”, coincidente esencialmente con este folleto de 1921.
[3] Asignando además a los sindicatos una tarea complementaria: la de “educar” a los trabajadores para el “socialismo”. 
[4]Ésta es en todo caso mi interpretación.
[5] Aunque en este caso, en mi opinión hubieran debido coincidir, como sucedió más tarde, demasiado tarde, ante la intervención del Pacto de Varsovia en Checoeslovaquia.
[6]Al menos del “leninismo” de la mencionada cita de Lenin