viernes, 27 de mayo de 2011

LA MULTINACIONAL CATÓLICA, APOSTÓLICA Y ROMANA





El alto funcionariado de la iglesia católica, apostólica y vaticana (llamarla romana a estas alturas sería excesivo) está entrando de manera acelerada en un proceso de comportamiento exasperadamente grupuscular. Dos recientes, pero no únicos, ejemplos de ello serían los violentas discursos de dos mitrados: uno, el de Granada en : "Si la mujer aborta, el varón puede abusar de ella", claramente reincidente; otro, Cañizares, 'ministro' del Papa, ve peor abortar que abusar de niños [Excusatio non petita accusatio manifesta, Cañizares] Las razones de esa actitud reiterada y orgánicamente montaraz, podrían ser varias, pero una de ellas –posiblemente la más significativa-- es la pérdida progresiva del poder que quisiera seguir teniendo en la sociedad. Por lo demás, tales actitudes vienen azuzadas por el grupo dirigente de la multinacional vaticana y de su primer manager, José Ratzinger, un anciano belicoso que hunde sus raíces culturales en toda una estirpe que viene de tiempos muy lejanos. De cuando en realidad tenía poderes materiales y un concreto mando en plaza. Naturalmente todavía son capaces de concitar importantes oleadas de masas en los actos que convocan de la misma manera que toda una serie de (banales) actividades civiles siguen teniendo un portentoso predicamento: sin ir más lejos, la compulsiva presencia de miles de personas que aguardan qué nuevo estropicio puede hacer Ratón, el toro asesino, las anuales tomatinas de la ciudad de Buñol y otras esperpencias patrias. Pero los intelectuales orgánicos de la multinacional vaticana saben hasta qué punto estos movimientos no son fisiológicos. La experiencia de Woytila, un potente comunicador de masas, se quedó en mero espectáculo y, tras él, los problemas de la empresa continúan: pasada la efervescencia, meramente gestual, las iglesias siguen vacías, la pirámide de edad del funcionariado eclesial agudiza su forma de prisma invertido y los seminarios están en llamativo horror vacui. Hasta las fiestas más solemnes se han desvirtuado, tal vez de manera irreversible, hacia un festival pagano: Navidades, que ha caído en manos del Corte Inglés, y Semana Santa, desde hace muchos lustros, está en poder del Gremio de Hostelería. Ahora bien, hay grupúsculos que han muerto o se van muriendo de manera lánguida. No es éste el caso de la multinacional vaticana: se ha echado al monte y, sin escrúpulos intelectuales o morales, llama –siguiendo los pasos redivivos del Partido Apostólico-- a la prelación de su ideología mercantil sobre y contra las normas de los ordenamientos jurídicos, incluida la Constitución: la revalorización del delito frente a los derechos civiles y políticos. Así las cosas, no tardará en aparecer el mensaje de Dieu lo volti (Dios lo quiere) que acuñaron los primeros cruzados cuando fueron al Campo del Moro a rebañar cabezas sarracenas. Marcel Gauchet (“La cuestión histórica”, Trotta 2007) dice que se ha operado la “salida de la religión”. Que, aclarada la metáfora, vendría a ser de esta forma: de un lado, la comunidad humana se define a partir de ella misma, de su propia alteridad; de otro lado, todo el ritual –como, un ejemplo más, el que está utilizando Herr Doktor Ratzinger en Madrid-- es la salida de la tradicional liturgia y su renovación en una morfología mercantil. En resumidas cuentas, esa “salida de la religión” ha substituido la anterior soberanía de Dios por la soberanía de la persona concreta, de carne y hueso. Lo contrario, la soberanía de Dios sólo promete la aparición y extensión de Jomeinis de diverso pelaje. De hecho el gran poder que ha perdido la Iglesia, a mi entender de manera definitiva, es lo que más le importó. Desde luego, mucho más que el monopolio del mensaje moral y de las creencias que eran el perifollo para despistar, la argamasa para construir la geometría del poder. Eso es lo que ha perdido: el monopolio de la mediación entre el dios creado a imagen de la iglesia católica, apostólica y vaticana y la sociedad. De ahí que la democracia nunca fuera un buen negocio para los sucesores de Bonifacio VIII, magistralmente retratado en el canto XXVII de la Divina Comedia donde Dante llama cloaca al Papa. De aquí que el constructo dogmático –precisamente por su invención gratuita y su inmutabilidad— choque abruptamente con la razón democrática que se caracteriza por su flexibilidad y relativismo itinerantes. En otras palabras, ya no es posible –por poner un ejemplo de los más graves—reeditar el gravísimo asunto de Pío IX ante el niño judío Edgardo Mortara y no sé cuántos más. En resumidas cuentas: la razón democrática ha derrotado a la humillación de Canosa. Eso no quiere decir que no hayan zonas grises, incluso de real o aparente acollonamiento del poder democrático ante la multinacional vaticana. Pero ahora los vínculos existentes son de mero compadrazgo, de sinergia de intereses mutuos, con algún chispazo, hábilmente controlado, por unos y por otros, vale decir, por la política y la empresa multinacional tan repetidamente mencionada. Lo que no impide que algunos de esos chispazos –los de Rouco y sus hermanos—puedan llegar a mayores en defensa de intereses corporativos, con el ánimo de sacar tajada. Pero la “salida de la religión” es un hecho evidente: tras los fastos ratzingerianos los demócrata-cristianos seguirán ejerciendo sus habilidades (reales o aparentes) de cintura para abajo, las iglesias seguirán vacías y, si se tercia, algunas sotanas seguirán tocando el culo o el pito de algún niño atemorizado. Apostilla. A lo largo de este ejercicio de redacción nunca he dicho que la multinacional vaticana no tenga poder. He afirmado –y, como Pereira, sostengo-- la pérdida del poder que quisiera seguir teniendo en la sociedad.

sábado, 14 de mayo de 2011

¿CUÁNTOS ERAN LOS MANIFESTANTES?

La manifestación barcelonesa de hoy contra los recortes sociales ha sido importante. Lo ha sido por el amplio abanico de fuerzas sociales coaligadas; por la valentía de plantear el desarrollo de la movilización que ha dado autonomía al conflicto social, al margen de los procesos electorales en curso; también por la alta participación de personal que ha concitado. ¿Éramos cuarenta y cinco mil como afirma el diario El País o la manifestación congregó a más personal? No lo sé. Pero lo que pude observar indica que mucha, mucha, mucha gente acudió a la convocatoria. Yo lo vi. Es más, soy del parecer que había unas cuantas decenas de miles más.


Y sin embargo hay medios oficiales –quiero decir, los responsables de algunos medios policiales (en este caso, de la Guardia municipal y de los Mossos d´Esquadra-- que tozudamente siempre fueron aficionados, también, a sus propios recortes a la hora de informar. Es un vicio que viene de tiempos inmemoriales, cuyo interés es minimalizar la presencia del conflicto en la calle. Entendámonos, de una calle que parece ser concebida como monopolio de tales medios oficiales. En mi opinión, ahí radica la intencionada cicatería. Más todavía, en esa interpretación hay un humus muy concreto: el conflicto en la calle es visto por esos medios oficiales como una anomalía; la calle es normal sólo y solamente cuando vamos cuatro y el cabo paseando. Ni qué decir tiene que eso conlleva un buen almacén de autoritarismo.


He dicho que esos comportamientos vienen de antaño. En mi época combatíamos esa cicatería exagerando conscientemente las cifras de los manifestantes. Y, a veces, nuestra desmesura era directamente proporcional a la cicatería autoritaria de los medios oficiales. De ese modo contribuimos a un método que: 1) escondía la real correlación de fuerzas, y 2) engañaba a nuestros parciales. Insisto, esa polución viene de mis tiempos; es, por lo tanto, un álgebra viciada que hemos dejado como herencia.


Cuando una organización –o un conjunto de ellas-- distorsiona las cifras debe tener en cuenta que al final hasta el mismo grupo dirigente acaba creyéndolas. Ello le indispone a tener un juicio cabal de cómo está el estado de ánimo general, qué elementos conviene corregir, qué mejorar en lo sucesivo. En resumidas cuentas, es un mal asunto que, además, contribuye a recrear espejismos.


Así pues, quien haya hablado de doscientas cincuenta mil no sabe lo que se trae entre manos. Una manifestación como la de de hoy en Barcelona no necesita exageraciones. Ha sido muy importante. Y eso lo saben precisamente sus adversarios.


Radio Parapanda
CHINA HOY - Estudio sobre relaciones laborales en China realizado por la Universidad del Pueblo de Pekín



Postdata. Ayer quedamos en dos cosas: una, la manifestación barcelonesa contra los recortes sociales fue, cuantitativamente, muy importante; otra, a partir de todos los datos (los reales y los inmateriales) la amplia coalición de sindicatos y asociaciones convocantes puede estar en buenas condiciones para seguir la presión.


También dijimos que en el proceso anterior se han dado una serie de elementos que convendría retener. De un lado, el diálogo que –en algunos casos por primera vez-- se ha dado entre unos y otros sujetos sociales; de otro lado, la capacidad de síntesis unitaria entre todo ese entramado societario. Digamos que, utilizando las categorías gramscianas, el carácter orgánico de esa acción colectiva ha sido expresamente la defensa de lo público, compartido ampliamente por las organizaciones protagonistas de la convocatoria. Un desafío que convendrá mantener y ampliar, porque pintan bastos, según todos los indicios, tras las próximas elecciones autonómicas y municipales.


En ese orden de cosas, parece que conviene que nadie se líe la manta a la cabeza. Esto es, que no se desvirtúe tal carácter orgánico: la defensa de lo público, expresada de manera unitaria. Y como se dice a menudo en Parapanda, la unidad se hace mientras que la división se justifica o teoriza. Lo que comportaría, de un lado, que las organizaciones mayoritarias no se excedan en unas formas de actuar que podrían justificar descuelgues y, de otro lado, que los grupos no tan mayoritarios entiendan que su papel, --sin ser subalterno, ni cola de león— no puede ser cabeza de ratón. Hablando en plata: la unidad, como agregación, es la condición, al menos necesaria –ya veremos si es suficiente— para abordar la ingente, compleja y necesaria batalla por lo público. Cosa que se complicará evidentemente en el terreno político dentro de una semana.


Los movimientos sociales están a la altura. Falta saber, ahora, en qué estado de ánimo se encontrará la izquierda mayoritaria después de sonar los claros clarines de los resultados electorales. Si no se dan por enterados, seguirán incapacitados para dar un giro copernicano; si entran en una fase de espíritu chuchurrío, sucederá tres cuartos de lo mismo. Si no se propicia, por difícil que es efectivamente, el inicio de un largo recorrido de situaciones unitarias, la defensa de lo público tendrá un evidente déficit de representación política. Quede claro, hablo de empezar, iniciar, situarse en la primera página del libro.


Repito, los movimientos sociales están a la altura. Y lo estarán, todavía más, si son capaces de transformar esta alianza coyuntural en algo permanente. Por ejemplo, en la elaboración de un pacto cívico de defensa y promoción del Estado de bienestar.