Duran i Lleida ha sacado de su arcón ropavejero un constructo que frecuentaban algunos de sus colegas de otros pagos: “la sociedad del bienestar” (welfare society) en los años ochenta y noventa. Es, por así decirlo, un intento recurrente de substituir el papel de los sistemas públicos de protección social que, financiados por el común de los mortales, administra el Estado con desigual fortuna. Ahora bien, ni ahora ni en tiempos pasados se ha concretado –lo que se dice concretado-- qué diablos significa la “sociedad del bienestar”, aunque es bien sabido qué debemos entender por sectores sociales (altamente) bienestantes. En todo caso, todo indica que dicha inconcreción se hace adrede: nunca conviene espantar a la gente y, menos todavía, en tiempos electorales.
Duran, desde estribor, hace lo que otros han predicado desde babor, vale decir: negar los elementos centrales que distinguían la praxis de sus edificios teórico-políticos. Más concretamente: eliminar la, mayor o menor, componente social de sus predicados fundantes adobando la relegitimación del neolibralismo dominante que considera la política y la democracia como obstáculos al desarrollo. De ahí el intento de restringir el espacio de las decisiones colectivas, la redistribución y los servicios públicos en el momento mismo en que éstos se hacen más necesarios. Hablando en plata: Duran, metafóricamente hablando, asesina a Alcide De Gasperi no queriendo ser menos que los de la acera de enfrente: los que enviaron a paseo a sus propios degásperis. Es el contagio, asumido a cosica hecha, por la lepra neoliberal. Lo contrario de “Constituir esta solidaridad de la razón y del sentimiento, de la fraternidad y de la justicia, e insuflar a la unidad europea el espíritu heroico de la libertad y del sacrificio que han sido siempre el de la decisión en los grandes momentos de la historia", que dijo en su día el propio De Gasperi.
lunes, 12 de diciembre de 2011
LA ZAHÚRDA EUROPEA
Cada día que pasa se incrementa la alarma en torno al estado de la cuestión europea. Los problemas griego e italiano, con ser de extrema gravedad, son una parte –ciertamente de enorme importancia y potente visibilidad-- de los rayos y truenos que caen sobre Europa. Ahora bien, el temporal va más allá de las situaciones griega e italiana.
El mismo Jacques Delors ha dicho que “el euro está al borde del abismo”. Lo curioso del caso es que, al menos en España –enfrascada en esta campaña electoral-- ninguna fuerza política explica qué debe hacer el Arca de Noé frente a tan gravísimo temporal. Es como si ello afectara a los europeos, entendidos éstos como rama exótica de una variopinta zoología que nada tiene que ver con nosotros. Las fuerzas políticas en zapatiesta electoral no dicen ni mu mientras la ciudadanía recibe toda una serie de mensajes y noticias de los medios de difusión. La política instalada mira sólo su propio zacatín autorreferencial; la ciudadanía, atónita, se pregunta a dónde vamos (o parece que vamos) a parar. Esa política, ensimismada en su rutina, actúa como si estuviéramos en un momento normal; sin embargo, el personal parece intuir que esto –por decirlo suavemente— tiene muy mala pinta esta zahúrda europea.
Hay quien plantea que Europa debe funcionar “a dos velocidades”. Pero, si miramos las cosas sin remilgos, deberemos convenir que eso es lo que ha sucedido siempre, aunque haya estado camuflado, sabiendo todo el mundo que había dos velocidades. Mientras tanto, en algunas covachuelas de la Unión, en el silencio de la noche de Carlos Gardel, ni el músculo duerme ni la imaginación descansa. De ahí que algunos covachuelistas le estén dando vueltas a la cabeza, y algo de ello ha insinuado Doña Angela I de Europa y V de Alemania: una reforma urgente del Tratado para que la Comisión asuma el control presupuestario de todos los países europeos. Naturalmente, tamaña discontinuidad llevaría aparejada la reforma del Tratado llamado por otros Constitución europea.
Este blog tiene sus propias fuentes; son serviolas generalmente bien informados que ya nos han avisado que hay covachuelistas que están inquietos por si a algún gobernante se le ocurre el manierismo democrático de convocar un referéndum en su país para darle validez a tal cambio legislativo europeo. Pues bien, como nos lo han contado, este blog lo traslada al común del patio de vecindones europeo.
jueves, 8 de diciembre de 2011
LA AGRADECIDA PATRONAL CATALANA
El
presidente de Fomento del Trabajo, la patronal catalana, ha declarado que “el
gobierno catalán se ha ganado nuestro agradecimiento”. El de suyo, por
supuesto. Así pues: habló
Blas, punto redondo, como
decía el viejo idiolecto que, como otros, está desapareciendo del léxico. No
parece desproporcionado este reconocimiento que, a mi entender, tiene una doble
componente: a) bien está lo realizado hasta la presente, y b) sigue, sigue por
ahí. La primera consideración sería: la patronal catalana está instalada en un
exacerbado y contraproducente presentismo que, como diría Rafael Argullol, es
“una apología del vacío”. Del vacío social y cultural de un país. Las palabras
del dirigente empresarial catalán me llevan a plantear dos insinuaciones.
¿SE VA A PIQUE EL EURO?
Un relevante número
de científicos de probada reputación académica –Stiglitz, Krugman, Castells y
otros-- llevan un cierto tiempo avisando de la posibilidad de que el euro se
vaya a freir espárragos. Sería insensato echar en saco roto estas advertencias,
téngase en cuenta que dichas personas ni tienen mando en plaza ni intereses
políticos partidarios. Por otra parte, tan representativo plantel hace algo más
que avisar de la posibilidad de la desaparición del euro: expresan su
desacuerdo más rotundo con el tipo de decisiones económicas de las autoridades
europeas y sus vicarios nacionales.
lunes, 5 de diciembre de 2011
PEOR QUE UN COMPADRAZGO. ES UN ERROR
Antonio Baylos ha puesto el dedo en la llaga en su reciente escrito SOBRE EL PESIMISMO SINDICAL (A PROPÓSITO DE UNA INTERVENCIÓN DE JOSE MARIA FIDALGO) Nótese de qué manera el autor entra en el carácter orgánico de las palabras de JMF, rehuyendo, por inútil e innecesario, el tradicional ajuste de cuentas o el enfoque “personal”. El punto de vista de Baylos, que un servidor comparte, se dirige al “pesimismo” de JMF.
Yo diría, además, que el pesimismo del antiguo dirigente sindical está al margen de los acontecimientos. Para argumentarlo vamos a recurrir a un famoso verso de nuestro pre-renacentista Juan de Mena. El poeta cordobés explica, a propósito de los agüeros de un consejero aúlico que antes de salir a navegar estaba incordiando por lo que creía malos augurios, que el Almirante calmosamente respondió: “Non los agüeros, los fechos sigamos”. Pues bien, vamos a los “fechos”.
Los hechos indican que, de un tiempo a esta parte, hay un proceso de movilizaciones, sectoriales y generales, así en España como en una gran cantidad de países de la Unión Europea. Están en la alacena de la memoria del público en general. La más significativa ha sido la huelga general italiana que ha concitado una amplísima unidad social de masas. La no adhesión a la convocatoria por parte de la CSIL y la UIL (algo recurrente desde hace algunos años) no quita importancia al océano participativo del caso italiano, antes al contrario lo refuerza. Otra cosa –por supuesto, preocupante— es la pesimista actitud (por decirlo con palabras benevolentes) de esos dos sindicatos no convocantes. En el caso español sería de cegatos no ver lo que está en movimiento. Así, pues, hablar como lo ha hecho JMF es un disparate que, lo menos significativo para el caso (si queremos “despersonalizar” la cuestión) es si es consciente de lo que afirma. Algo así como la famosa frase de Talleyrand: peor que un crimen, es un error. Lo que debe entenderse como una metáfora en el caso que nos ocupa.
Me viene al pelo unos recuerdos de antaño: en puertas de la famosa huelga general del 14 de Noviembre famoso de 1988 una batahola de comentaristas de toda condición se echaron las manos a la cabeza porque decían que dadas las circunstancias aquello acabaría en un ridículo espantoso. Tras lo sucedido tales personas silbaron en semitono, y hasta algunos dijeron: yo no he sido, no he sido yo.
Así pues, mi tesis es: lo de menos es el real o fingido compadrazgo de JMF; lo que importa es el carácter orgánico de lo que ha dicho. Está en la línea de toda una serie de escribidores pesimistas o nihilistas que, como el Guadiana, aparecen y reaparecen de tiempo en tiempo. La década de los ochenta y noventa fueron unos años en los que tuvieron un insólito éxito ciertos “best sellers” como El fin del trabajo de Jeremy Rifkin, El trabajo, un valor en vía de desaparición, de Dominique Meda o, para el gran público, El horror económico, de la novelista Viviane Forrester. Estos textos y otros tantos subproductos parecían dictar los contenidos y las formas del fin de la historia y los sindicatos, el final de todo proyecto de sociedad que tuviese como uno de sus sujetos el mundo del trabajo: las clases trabajadoras. Fue el éxito de esta literatura una de las señales más manifiestas del retraso con el que una gran parte de la cultura política europea percibió la cualidad del gran cambio que significó el final de la era fordista en la segunda mitad del siglo pasado.
Yo diría, además, que el pesimismo del antiguo dirigente sindical está al margen de los acontecimientos. Para argumentarlo vamos a recurrir a un famoso verso de nuestro pre-renacentista Juan de Mena. El poeta cordobés explica, a propósito de los agüeros de un consejero aúlico que antes de salir a navegar estaba incordiando por lo que creía malos augurios, que el Almirante calmosamente respondió: “Non los agüeros, los fechos sigamos”. Pues bien, vamos a los “fechos”.
Los hechos indican que, de un tiempo a esta parte, hay un proceso de movilizaciones, sectoriales y generales, así en España como en una gran cantidad de países de la Unión Europea. Están en la alacena de la memoria del público en general. La más significativa ha sido la huelga general italiana que ha concitado una amplísima unidad social de masas. La no adhesión a la convocatoria por parte de la CSIL y la UIL (algo recurrente desde hace algunos años) no quita importancia al océano participativo del caso italiano, antes al contrario lo refuerza. Otra cosa –por supuesto, preocupante— es la pesimista actitud (por decirlo con palabras benevolentes) de esos dos sindicatos no convocantes. En el caso español sería de cegatos no ver lo que está en movimiento. Así, pues, hablar como lo ha hecho JMF es un disparate que, lo menos significativo para el caso (si queremos “despersonalizar” la cuestión) es si es consciente de lo que afirma. Algo así como la famosa frase de Talleyrand: peor que un crimen, es un error. Lo que debe entenderse como una metáfora en el caso que nos ocupa.
Me viene al pelo unos recuerdos de antaño: en puertas de la famosa huelga general del 14 de Noviembre famoso de 1988 una batahola de comentaristas de toda condición se echaron las manos a la cabeza porque decían que dadas las circunstancias aquello acabaría en un ridículo espantoso. Tras lo sucedido tales personas silbaron en semitono, y hasta algunos dijeron: yo no he sido, no he sido yo.
Así pues, mi tesis es: lo de menos es el real o fingido compadrazgo de JMF; lo que importa es el carácter orgánico de lo que ha dicho. Está en la línea de toda una serie de escribidores pesimistas o nihilistas que, como el Guadiana, aparecen y reaparecen de tiempo en tiempo. La década de los ochenta y noventa fueron unos años en los que tuvieron un insólito éxito ciertos “best sellers” como El fin del trabajo de Jeremy Rifkin, El trabajo, un valor en vía de desaparición, de Dominique Meda o, para el gran público, El horror económico, de la novelista Viviane Forrester. Estos textos y otros tantos subproductos parecían dictar los contenidos y las formas del fin de la historia y los sindicatos, el final de todo proyecto de sociedad que tuviese como uno de sus sujetos el mundo del trabajo: las clases trabajadoras. Fue el éxito de esta literatura una de las señales más manifiestas del retraso con el que una gran parte de la cultura política europea percibió la cualidad del gran cambio que significó el final de la era fordista en la segunda mitad del siglo pasado.
Resumiendo: peor que un compadrazgo (si se trata de ello), es un error.
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