jueves, 31 de agosto de 2006

EL FOLLÓN DEL AEROPUERTO DE BARCELONA

31 julio de 2006

Doy por sentado y sabido que los estrafalarios acontecimientos del aeropuerto de El Prat tienen como principal responsable la empresa. Dicho lo cual, vamos al problema. El día que el sindicalismo confederal ponga en marcha la autorregulación de la huelga alcanzará un enorme prestigio. He escrito mucho al respecto; el primer artículo lo publiqué en la revista “Nous Horitzons” ¡en la primavera 1977!: es decir, mil novecientos setenta y siete. Quien esté interesado en estar al tanto de estas cuestiones, no tiene más que echarle un vistazo a los diversos artículos (algunos de ellos archivados) en este blog. De manera que no me extiendo.

Lo sucedido en el aeropuerto pone en entredicho la acción del sindicalismo confederal, al tiempo que muestra un considerable deterioro en su relación con quienes no tienen ni arte ni parte en el conflicto provocado por la dirección de la empresa. Pero no sólo en el presente: en el imaginario de las personas agredidas estará presente durante un tiempo largo el estropicio a que fueron sometidas. Así pues, la pregunta que importa es: ¿se encuentra el sindicalismo confederal, tras los sucesos de El Prat, en mejores condiciones? Por otra parte, los dirigentes sindicales deberían reflexionar sobre la mejor relación entre formas de acción colectiva y reivindicaciones.


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31.08.06

Lo acaecido en el aeropuerto de Barcelona a finales de julio merece una reflexión muy seria. Miles de personas estuvieron atrapadas durante unos cuantos días sin poder salir para sus destinos: la mayoría de ellos (en una elevada proporción, trabajadores) salían para disfrutar sus vacaciones de verano. La huelga del personal de tierra del aeropuerto lo rompió todo.

Para lo que importa en este análisis, diremos que las organizaciones sindicales cuentan con un elevadísimo índice de afiliación: más o menos el 80 por ciento de los trabajadores está afiliado al sindicalismo confederal que representan Ugt y Comisiones Obreras, estimándose según datos de éstas en unas dos mil personas inscritas a uno u otro sindicato. El comité de empresa (25 delegados) tiene la siguiente composición: 19 para los sindicatos antes mencionados, los seis restantes pertenecen a Cgt, Uso y Cisa. Así pues, estamos hablando de uno de los centros de trabajo español (y posiblemente europeo) donde los niveles de afiliación sean de los más elevados y, además, donde la representatividad formal del sindicalismo mayoritario es abrumadora. Y sin embargo la acción huelguística parece que no responde, al menos teóricamente, a los cánones que dicen tener tanto Comisiones como Ugt.

En lo que atañe a los inicios de la huelga, cabe señalar la realización de un confusa asamblea donde (según indican todos los portavoces sindicales de Ugt y Comisiones) la plantilla desborda los planteamientos de los oradores. “A las pistas, a las pistas” es la consigna que determinados grupos vocean; la “mesa” que dirige la asamblea pierde el control. Los trabajadores ocupan las pistas de aterrizaje y empieza una huelga de proporciones devastadoras para los viajeros.

La primera inquietud: ¿cómo es posible que un grupo de personas, con tan elevada tasa de afiliación, no siga las orientaciones del sindicalismo confederal más representativo? Hemos leído las declaraciones de un alto responsable sindical que, más o menos, viene a decirnos lo siguiente: la disciplina de los afiliados a un sindicato no tiene nada que ver con la de quien está inscrito en un partido político. Muy cierto, aunque se trata de una respuesta conocida que no ofrece una explicación satisfactoria. Es más, estamos ante un razonamiento que no nos ofrece qué pedagogía ha realizado el sindicalismo confederal más representativo hacia sus afiliados, ni nos depara qué vinculación cotidiana tiene la dirección sindical con sus inscritos cuya mayoría llevan muchos años perteneciendo a una y otra organización. Es decir, no estamos hablando de una afiliación bisoña sino veterana, con largos años de práctica sindical. Parece, pues, evidente que las explicaciones deben orientarse a razonamientos incómodos, algunos de los cuales hace mucho tiempo que preocupan a los dirigentes sindicales confederales.

Lo ocurrido en el aeropuerto expresa lo siguiente: la acción sindical en los servicios públicos nació, creció y se mantiene de manera indiferenciada a los planteamientos que se hacen en los sectores industriales. En mi opinión, aquí está la base del problema. Es decir, los patrones de la acción colectiva en la industria fueron trasladados mecánicamente a los servicios públicos. No se tuvo –y la cosa colea todavía de manera recalcitrante-- en cuenta que en este universo de los sectores públicos existen tres conjuntos: los trabajadores de la empresa, la empresa propiamente dicha y los usuarios. Esto se ha repetido ad nauseam y parece estar claro teóricamente en el sindicalismo confederal, pero en el momento de la verdad se sigue reproduciendo la acción colectiva de manera mimética a cómo se desarrolla en la industria, donde sólo existen dos grupos o conjuntos: los asalariados en conflicto y la propia empresa; aquí, el conflicto tiene unas pautas (las archiconocidas) cuyo desarrollo no repercute en los usuarios. Así pues, no se puede decir que el sindicalismo en los servicios públicos tenga una personalidad original, propia; antes al contrario es y sigue siendo una hechura de la acción colectiva en la industria. Así las cosas, no es aventurado plantear el siguiente pronóstico: mientras estos sectores públicos no formulen (y lleven a la práctica) una forma propia del ejercicio del conflicto, se puede presumir que se repetirán situaciones, en mayor o menor grado, que las de este verano en el aeropuerto. Esto no le conviene al sindicalismo confederal porque se confronta con decenas de miles de usuarios que --¡no se olvide!-- son trabajadores. Más todavía, ¿por qué no hablar de que el sindicalismo confederal debe tutelar también a esos miles de trabajadores-usuarios en estas situaciones? Porque si las vacaciones son un derecho, conquistado también por las propias organizaciones sindicales, la tutela de ese derecho parece desprenderse de cajón.

No estaría de más traer a colación algunas novedades: nunca han sido puestos los sindicatos tan entredicho como en esta ocasión. Miles de cartas a las redacciones de los periódicos (algunas aparecieron en portada de algunos rotativos) protestaban de manera airada contra ese tipo de conflicto y en esas fechas. Y para complicar las cosas, un Juzgado interviene en el asunto. Mala cosa.

A estas alturas quien ha dado la cara públicamente con más frecuencia ha sido Pepe Alvarez, el primer dirigente de la Ugt catalana. En dos entrevistas ha dicho cosas tan ásperas como: “Tengo que admitir que en El Prat la situación se nos fue de las manos” (El País) y “Hay que dar la cara. Toda persona afectada merece que se le pida perdón”. En muy pocas ocasiones se ha oído hablar a un dirigente sindical con tanta franqueza. Es decir, Pepe parece partir que, cuando se habla de estrategia sindical, no conviene esconder la cabeza bajo el ala. Porque, en efecto, aquí estamos hablando de nuestras responsabilidades, de aquello que decidimos en la casa sindical. La perezosa frase de “La Tomaquera” (en un amable comentario a mi anterior artículo sobre este mismo tema) dice que lo más fácil es meternos con nosotros mismos, aludiendo a mi escrito de finales de julio*. No, es falso. Eso es lo más difícil y, según parece, lo más impopular. Yo siempre he intentado partir de este concepto inconformista: aunque mis responsabilidades sean un cinco por ciento, este cinco por ciento, ante mí mismo y ante nosotros mismos, es mi cien por cien. Un servidor, ¡faltaría más!, no contradice al gran Silvio Rodríguez, pero la lógica sindical no es la de un poeta. Debe ser buscar sus propias responsabilidades, verificarse constantemente.

Algo de eso ha intentado hacer Pepe Alvarez. Aunque yo entiendo que las cosas no van por ahí, al menos en el fondo. Algo de ello se ha dicho anteriormente. A mi juicio, las pistas deberían ir por:

1) proponer una acción colectiva en los sectores públicos que sea la fiel expresión del vínculo entre los asalariados del sector y el conjunto de los usuarios que utilizan los servicios públicos;
2) buscando las alianzas, estables y coyunturales, entre los que van a ejercer el conflicto y los usuarios;
2) lo que es posible mediante unas formas de presión que no provoquen bolsas de hostilidad entre los huelguistas y los usuarios.

Refugiarse en la pereza no se aviene a la naturaleza de un sindicalismo de clase. Y buscar amparo en la poesía es una visión angelical.