miércoles, 21 de septiembre de 2011

LA AUSTERIDAD SEGÚN BERLINGUER

ENCUENTRO CON LOS INTELECTUALES Roma, Teatro Elíseo, 15 de Enero de 1977 (Traducción de JLLB. El texto italiano se encuentra en Una occasione per l´Italia: austerità)



Ante todo quiero manifestaros la satisfacción de la Dirección del Partido por la respuesta que nuestra iniciativa ha encontrado en los intelectuales comunistas y entre los intelectuales y representantes políticos de distintas orientaciones, también de otras corrientes. La asistencia y el interés que ha levantado este encuentro indican su madurez y oportunidad: cuando nos “pusimos manos a la obra” ya estábamos convencidos de ello --más tarde volveré al significado de esta expresión— esto es: un proyecto de renovación de la sociedad italiana. El método de trabajo de los comunistas no es el del centro-izquierda. Este ha sido, y sigue siendo, el tema principal: la razón y la finalidad de nuestra reunión con vosotros. No nos propusimos volver a profundizar asuntos como la relación entre política y cultura, entre partido e intelectuales –aunque quisiera decir algo más sobre ellas en las conclusiones de mi intervención-- sino fundamentalmente abrir un debate sobre el tema concreto que se ha planteado en la convocatoria: ¿cuál puede ser la aportación de la cultura a la elaboración de un proyecto de renovación de la sociedad italiana? Esta convención ha pretendido ser, y pienso que lo ha conseguido, un momento de la construcción de dicho proyecto. Así pues, no creo que se pueda dar lugar a desilusiones tanto por vuestra parte como por la nuestra. Solamente se podría sentir decepcionado quien entendiera, equivocadamente, el sentido de nuestra propuesta; y, más en general –desconociendo los métodos de trabajo de los comunistas— pensara que los compañeros Aldo Tortorella y Giorgio Napolitano (o yo mismo) hemos venido aquí para presentaros un plato precocinado, al que vosotros sólo tendríais que añadir los condimentos y decir si os gusta o no. Por el contrario, decidimos convocaros antes de llegar, como partido, a un proyecto acabado en sus diversas partes. Por la simple razón de que dicho proyecto ha de ser el resultado de una investigación, de un trabajo común que tienen una envergadura muy superior al que está realizando y realizará el núcleo dirigente de nuestro partido. En efecto, aunque sólo fuera para no recaer en la experiencia negativa del centro-izquierda, teníamos y tenemos que evitar el error de proyectos elaborados sólo desde un despacho. El compañero Napolitano os ha explicado que la Dirección del Partido ha creado una comisión que ya está trabajando en tal proyecto, y ha aclarado también que antes de presentar sus propuestas al Comité Central queremos llevar a cabo una verificación de masas de las propuestas a formular; queremos estimular la participación de todos los que deseen comprometerse activamente en el cambio de sociedad; queremos, en definitiva, hacer algo que, por su método y esencia, no se haya hecho nunca en Italia: llegar a un proyecto de transformación discutido entre y con la gente. Y como para transformar nuestra sociedad no hemos de aplicar doctrinas o esquemas ni copiar modelos ajenos ya existentes, sino recorrer nuevos caminos, todavía por explorar, inventar algo nuevo pero que ya esté bajo la piel de la historia, algo maduro, necesario; y por consiguiente posible, es natural que el primer momento de nuestro trabajo haya sido y tenga que ser el encuentro con las fuerzas que son, o deberían ser, creativas por definición: con los intelectuales, con las fuerzas de la cultura. En mi opinión, sólo puede ser la forma de proceder del partido más representativo de la clase obrera, de la formación política que tiende continuamente a realizar una síntesis entre espontaneidad y reflexión, entre inmediatez y perspectiva. Y, por lo tanto, entre clase obrera e intelectuales; entre la fuerza social que hoy es el principal motor de la historia y las capas portadoras de pensamiento, que expresa la acumulación y el desarrollo de la cultura y la civilización. Esta reunión constituye un primer resultado positivo del esfuerzo que estamos realizando; que deberá continuar intensificándose entre los intelectuales y el mundo de la cultura, tanto de la desagregación de nuestro trabajo de la que hablaba el compañero Alberto Asor Rosa, y que deberá llevarse a cabo por materias, por grandes sectores, como mediante iniciativas como las que ha indicado el compañero Tortorella (especialmente lo que ha planteado y a lo que tendremos que prestarle gran atención, en el sentido de promover en las instituciones culturales un conjunto de conferencias con un carácter similar, salvadas las lógicas diferencias, a las conferencias de producción que hemos impulsado y continuaremos en esa línea en las fábricas), o bien mediante otras iniciativas que susciten la aportación de los obreros, campesinos, técnicos, los dirigentes de fábricas, las masas juveniles y sus organizaciones, las mujeres y sus asociaciones. Dar un sentido y una finalidad a la política de austeridad: pero ¿qué austeridad? ¿Cuál es el origen de la necesidad de ponernos a pensar y trabajar en un proyecto de transformación de la sociedad que indique objetivos y metas a perseguir y alcanzar en los próximos tres o cuatro años, pero que se concreten en hechos y medidas inmediatas que indiquen su puesta en marcha? Esta necesidad nace de la consciencia de darle un sentido y una finalidad a la política de austeridad que es una opción obligada y duradera y, simultáneamente, una condición de salvación para los pueblos de Occidente y, muy especialmente, al pueblo italiano. La austeridad no es hoy un mero instrumento de política económica al que recurrir para salvar una dificultad temporal, coyuntural, para permitir la recuperación y restauración de los viejos mecanismos económicos y sociales. Así conciben la austeridad los grupos dominantes y las fuerzas políticas conservadoras. Por el contrario, para nosotros la austeridad es el medio de impugnar la raíz y sentar las bases para la superación de un sistema que ha entrado en una crisis estructural y de fondo, no coyuntural, y cuyas características distintivas son el derroche y el desaprovechamiento, la exaltación de los particularismos e individualismos más exacerbados, del consumismo más desenfrenado. Austeridad significa rigor, eficiencia, seriedad y también justicia; es decir, lo contrario de todo lo que hemos conocido y pagado hasta la presente, que nos ha conducido a la gravísima crisis cuyos daños hace años que vienen acumulándose y se manifiestan hoy en Italia en todo su dramático alcance. En base a tal enfoque el movimiento obrero puede enarbolar la bandera de la austeridad. Austeridad es para los comunistas una lucha efectiva contra la situación existente, contra la evolución espontánea de las cosas; y, al mismo tiempo, premisa y condición material para realizar el cambio. Concebida de esta manera, la austeridad se convierte en un arma de lucha moderna y actualizada tanto contra los defensores del orden económico y social existentes como contra los que la consideran como la única solución posible de una sociedad destinada orgánicamente a permanecer atrasada, subdesarrollada y cada vez más desequilibrada, cada vez más cargada de injusticias, contradicciones y desigualdades. Así pues, lejos de ser una concesión a los intereses de los grupos dominantes o a las necesidades de supervivencia del capitalismo, la austeridad puede ser una opción con un avanzado y concreto contenido de clase; puede y debe ser una de las formas en las que el movimiento obrero se erige en portador de una organización diferente de la vida social, a través de una lucha por afirmar, en las condiciones actuales, sus antiguos y siempre válidos ideales de liberación. Efectivamente, pienso que en las actuales condiciones es inimaginable luchar realmente y con eficacia por una sociedad superior sin partir de la necesidad imprescindible de la austeridad. Pero la austeridad, según los contenidos y las fuerzas que la encaucen, puede utilizarse como instrumento de depresión económica, de represión política; o como ocasión para un desarrollo económico y social nuevos, para un riguroso saneamiento del Estado, para una profunda transformación de la organización social, para la defensa y expansión de la democracia. En una palabra: como medio de justicia y liberación del hombre y de todas sus energías, hoy postradas, dispersas y desperdiciadas. Las consecuencias en los países capitalistas del avance del movimiento de liberación de los pueblos del Tercer Mundo. En otras ocasiones, incluso recientemente, hemos recordado las profundas razones históricas –no sólo las italianas, desde luego-- que hacen necesaria, y no sólo coyunturalmente, una política de austeridad. Hay varias razones. Pero debemos recordar que el acontecimiento más importante, con sus efectos que ya no son reversibles, ha sido y seguirá siendo la irrupción en el escenario mundial de una serie de países y pueblos, antes coloniales, que se van liberando de la dependencia y el subdesarrollo a las que estaban condenados la dominación imperialista. Se trata de dos terceras partes de la humanidad que ya no toleran vivir en condiciones de hambre y miseria, de marginación e inferioridad frente a otros pueblos y países que han dominado hasta ahora la vida mundial. Se trata de un movimiento extremadamente multiforme y complejo. Son enormes las diferencias económicas, sociales, culturales y políticas que existen tanto en el interior de lo que solemos llamar el Tercer Mundo como en sus relaciones exteriores. Muy en especial, en los últimos tiempos se ha ido concretando una tendencia hacia alianzas entre los grupos dominantes de los países capitalistas más desarrollados y los de ciertos países en vías de desarrollo. Son unas alianzas que perjudican a otros países más pobres y débiles y al conjunto de los movimientos populares y progresistas. No han sido ni son solamente los Kissinger sino también los Yamani, quienes han seguido y continúan una política de hostilidad contra los Estados y las fuerzas políticas que luchan por la renovación de su propio país, incluídas las fuerzas avanzadas del movimiento obrero occidental. Debemos captar esas diferencias en el seno del Tercer Mundo y tenerlas en cuenta. Pero no podemos perder de vista el significado general del grandioso movimiento que protagonizan esos pueblos: un movimiento que cambia el rumbo de la historia mundial, que va rompiendo todos los equilibrios que han sido y los actuales, no sólo los relativos a las relaciones de fuerza a escala mundial sino también los internos de cada uno de los países capitalistas. Es ese movimiento el que fundamentalmente, con su acción profunda, hace estallar las contradicciones de toda una fase de desarrollo capitalista postbélico y genera en ciertos países unas condiciones de crisis con una gravedad sin precedentes. Bajo el telón de fondo de esta agudización de los conflictos, mal encubierta por frágiles solidaridades, entre grupos y países capitalistas destacan con una nitidez cada vez mayor toda una serie de procesos de disgregación y decadencia que hacen cada vez menos soportables las condiciones de existencia de amplias masas populares, amenazando no sólo las bases de la economía sino incluso las de nuestra propia civilización y desarrollo. No es necesario describir los mil signos en los que se manifiesta esta tendencia que hiere y degrada tan profundamente la vida y la cultura. Lo que debe quedar claro para todo el que quiera las razones y los objetivos de nuestra política –tanto en el interior de nuestro país como en las relaciones con las fuerzas progresistas del mundo-- es que se puede resumir en un esfuerzo de movilización e investigación para parar esta tendencia e invertirla. Dos premisas fundamentales para poner en marcha “una transformación revolucionaria de la sociedad”. Tengo para mí que estamos viviendo uno de esos momentos en los que, como afirma el Manifiesto Comunista, en algunos países con el nuestro, si no se pone en marcha “una transformación revolucionaria de la sociedad” se puede caer en el hundimiento común de las clases antagonistas”, es decir, en la decadencia de la civilización, en la ruina de un país. Pero sólo se puede poner en marcha una transformación revolucionaria en las condiciones actuales si se saben afrontar los nuevos problemas que se plantean en Occidente por el movimiento de liberación de los pueblos del Tercer Mundo; y esto en nuestra opinión –en la opinión de los comunistas italianos-- tiene para Occidente, y sobre todo para nuestro país, dos implicaciones fundamentales: 1) abrirse a una plena comprensión de las razones del desarrollo y la justicia de esos países y establecer con ellos una política de cooperación sobre bases igualitarias; 2) abandonar la ilusión de que es posible perpetuar un tipo de desarrollo, basado en la expansión artificial del consumo individual, que es fuente de derrroche y parasitismo, de privilegios y dilapidación de los recursos y desequilibrios financieros. Por eso, la política de austeridad no es de nivelación tendencial hacia loa indigencia ni ha de proponerse como objetivos la mera supervivencia de un sistema económico y social que ha entrado en crisis. Por el contrario, ha de tener como finalidad –por eso puede y debe ser asumida por el movimiento obrero-- instaurar la justicia y la eficacia, el orden y una nueva moralidad. Concebida de esa manera, una política de austeridad, aunque implique (necesariamente por su propia naturaleza) determinadas renuncias y determinados sacrificios, adquiere al mismo tiempo u significado renovador y se convierte en un acto de libertad para grandes masas sometidas a viejas subordinaciones y a intolerantes marginaciones, creando nuevas solidaridades y, consiguiendo un consenso creciente, se convierte en un amplio movimiento democrático al servicio de una tarea de transformación social. Precisamente porque ésta es nuestra perspectiva, pienso que debe reconocerse que hasta ahora la política de austeridad no ha sido presentada al país –ni tampoco se ha aplicado en la práctica—dentro de un espíritu de consciencia y confianza, y no de resignación. Y si bien podemos admitir –mejor dicho, hemos de admitir-- que ha habido insuficiencias y oscilaciones del movimiento obrero y de nuestro partido, las principales deficiencias debemos imputárselas a las fuerzas que gobiernan el país. No pretendo examinar aquí las diversas medidas de política económica que el gobierno ha aplicado o está preparando, ni recordar nuestra actitud ante las mismas. Son conocidas las posiciones, unas veces favorables y otras críticas, adoptadas por nuestro Partido ante los diferentes aspectos de la política económica. Por otra parte, como sabéis, en este misma sala compañeros competentes –en una positiva discusión con representantes de otros partidos e ilustres economistas, en presencia también de miembros del gobierno—trataron el tema del marco económico global y de las intervenciones que han de realizar el gobierno y los partidos. Falta de vigor, de valentía y estrechez de perspectivas en la política de austeridad del gobierno. Quiero insistir en una crítica de carácter general que los comunistas continuamos formulando contra la actuación del gobierno. Efectivamente, la política de austeridad sigue estando viciada por la falta de vigor, de valentía y de perspectivas. Por ejemplo, todavía no se ha sabido suscitar el necesario movimiento de masas contra los despilfarros. Contra el derroche en sentido directo, que todavía son enormes –piénsese en la energía y en la organización sanitaria-- y contra el derroche en sentido indirecto y amplio, como los que se derivan del laxismo de las empresas, en el sistema educativo y en la administración pública; o los que han denunciado aquí con especial severidad los profesores Carapezza, Nebbia, Maldonado y otros, que vienen de imprevisiones cuyo peso notamos ya en la actualidad y de enormes errores cometidos en la política del suelo, del territorio y del medio ambiente, o de la negligencia en el campo de la investigación. Es necesaria una amplísima acción contra el despilfarro y por el ahorro en todos los terrenos. Esa acción requeriría el estímulo, la dirección y la iniciativa continua de un gobierno que supiera ganarse la confianza política y moral, que es indispensable en la actualidad. No es casual, por supuesto, tan deficiencia, pues una acción de ese calibre no se organiza sólo mediante la propaganda, que tampoco estará a la altura de las necesidades sino que requiere que se detecten y ataquen toda serie de intereses creados muy concretos, buena parte de los cuales constituyen la base en la que se apoya el sistema de poder de la Democracia Cristiana. Pero lo que resulta más evidente, con efectos muy negativos, es la estrechez de perspectivas que caracteriza la política de austeridad propugnada y aplicada hasta ahora por el gobierno. Aquí reside la principal diferencia que nos separa de los representantes del gobierno y de los grupos económicos dominantes. En ellos se percibe, en el fondo, un estado de ánimo de rendición, o sea, lo contrario de lo que se necesitaría para que el pueblo asumiera con determinado convencimiento los sacrificios imprescindibles. Para realizar el esfuerzo adecuado, el país necesitaría tener unas perspectivas claras; o, por lo menos, algunos elementos fundamentales de una nueva perspectiva. En cambio, los representantes de las viejas clases dominantes y muchos hombres del gobierno, se limitan, en el mejor de los casos, al objetivo de colocar a Italia en los mismos raíles por los que discurría el desarrollo económico antes de la crisis, como si aquellas vías y aquellos modelos de desarrollo pudieran representar todavía una sociedad deseable; como si la crisis de estos últimos años y de la actualidad no fuera exactamente la crisis de aquel modelo de sociedad: una crisis que no sólo se manifiesta en Italia sino también, aunque de maneras diferentes, en otras naciones europeas. Para nosotros resulta muy clara la razón de esa falta de vigor, de valentía y de perspectivas en la política de austeridad. En esas deficiencias vemos la evidencia de de un proceso histórico caracterizado por la decadencia irremediable de la función dirigente de la burguesía y la confirmación de que esa función dirigente comienza ya a desplazarse hacia el movimiento obrero y las fuerzas populares unidas: naturalmente a una clase obrera y unas masas populares si son capaces de demostrar la madurez necesaria para convertirse en una fuerza que dirija democráticamente a toda la sociedad hacia la salvación y el renacimiento. Esto requiere que, en las propias filas del movimiento obrero y en sus organizaciones económicas y políticas se aplique con más amplitud y responsabilidad un espíritu autocrítico que conduzca a la superación de las actitudes negativas y distorsionantes, de subordinación y de extremismo, que todavía tienen un peso notable, y dificultan en lo concreto la solución positiva de problemas de inmediata actualidad como el saneamiento económico, productivo y financiero de la sociedad y del Estado. No podemos esperar a estar en el gobierno para presentar un proyecto de renovación. Hay que actuar inmediatamente. Para comprometernos en un proyecto de renovación de la sociedad y para lanzar la propuesta de ponernos a trabajar en su definición no podemos esperar a que maduren las condiciones en los partidos para entrar nosotros en el gobierno. Esta constituye una necesidad más urgente que nunca. Pero, mientras tanto, tenemos el deber de poner en marcha las iniciativas oportunas que respondan a las necesidades de lucha que el movimiento obrero no puede aplazar, y a no posponer los intereses generales del país en el marco político actual. Que, a pesar de todas las insuficiencias, refleja los profundos efectos positivos del avance popular y comunista de estos años, especialmente el pasado 20 de Junio (1). La propuesta del proyecto nace también de una necesidad propia del movimiento obrero: evitar que no se comprendan bien las razones objetivas, la exigencia de una política de austeridad o caer en el riesgo de acomodarse a la rutina cotidiana viviendo al día. Sin embargo, y ante todo, tiene su origen en una exigencia general de toda la nación que necesita un horizonte diferente y unos puntos concretos de referencia. La fase actual de nuestra vida nacional está, sin lugar a dudas, cargada de riesgos, pero nos ofrece a todos la gran ocasión de una tarea renovadora. No podemos dejar pasar esta ocasión; es quizás la más importante, dicho sea sin asomo de retórica, que se le ha presentado al pueblo italiano y a sus fuerzas políticas más responsables desde el nacimiento de nuestra república. Aquí reside una peculiaridad italiana, de este país nuestro desequilibrado y desordenado, pero vivo, cargado de energías, fuente de un gran espíritu democrático; de esta Italia nuestra que es tal vez la nación donde la crisis ha adquirido mayor gravedad que en otros lugares del mundo capitalista (no sólo en su aspecto económico, sino también político, de amenaza a las instituciones), pero también donde son mayores las posibilidades de trabajar dentro de la propia crisis para convertirla en ocasión de un cambio general de la sociedad. Nuestra iniciativa no es, pues, un acto de propaganda o de exhibición de nuestro partido. Quiere ser un acto de confianza. Pretende ser, nuevamente, un acto de unidad: una aportación que estimula la de otros partidos con la idea de iniciar un trabajo y un compromiso comunes, capaces de conseguir una convergencia de fuerzas democráticas y populares. Por su carácter y su intencionalidad unitarios, nuestro proyecto no pretende ser --y creo que no debe ser-- un programa de transición socialista. De forma más modesta y concreta ha de proponerse esbozar un desarrollo de la economía y de la sociedad, cuyas características y nuevas formas de funcionamiento pueden atraer, también, la adhesión y el consenso de los italianos, que –aunque no profesen ideas comunistas o socialistas— notan claramente la necesidad de liberarse a sí mismos, y liberar a la nación de las injusticias y aberraciones, de las absurdidades y desgarramientos a los que conduce la actual organización social. Quien sienta esta preocupación y esta sincera aspiración no puede dejar de reconocer que, para salir con seguridad de estas arenas movedizas en las que la sociedad corre el riesgo de hundirse, es indispensable introducir en ella elementos, valores y criterios socialistas. Cuando planteamos el objetivo de una programación del desarrollo, que tenga como finalidad la elevación del hombre en su esencia humana y social, y no como mero individuo contrapuesto a sus semejantes; cuando planteamos el objetivo de la superación de los modelos de consumo y de comportamiento, inspirados en un individualismo exagerado; cuando planteamos el objetivo de llegar más allá de la satisfacción de necesidades materiales, artificialmente creadas, y también más allá de la satisfacción de las actuales formas irracionales, costosas, alineantes y socialmente discriminatoria, de necesidades que, claro que sí, son esenciales cuando planteamos el objetivo de la plena igualdad y liberación efectiva de la mujer, que es hoy uno de los temas más importantes de la vida nacional, y no sólo de ésta; cuando planteamos el objetivo de la participación de los trabajadores y de los ciudadanos en el control de las empresas, de la economía, del Estado; cuando planteamos el objetivo de la solidaridad y cooperación que conduzca a una redistribución de la riqueza a escala mundial; cuando planteamos ese tipo de objetivos … ¿qué estamos haciendo sino proponer formas de vida y de relación entre los hombres y los Estados, más solidarias, más humanas y más sociales que desbordan, por lo tanto, el marco y la lógica del capitalismo? Salir de la lógica del capitalismo no es sólo una necesidad de la clase obrera o de los comunistas. Estos criterios, valores y objetivos –indudablemente propios del socialismo-- reflejan una aspiración, que ya no está limitada a la clase obrera y a los partidos obreros, a comunistas y socialistas, sino que la expresan también ciudadanos, capas del pueblo y trabajadores de otras formaciones ideológicas y otras orientaciones políticas, especialmente de formación e inspiración cristiana; constituyen ya una exigencia que se puede formular, y se formula, en una medida creciente desde áreas sociales mucho más amplias que la clase obrera. La razón principal por la que consideramos que la crisis como ocasión reside en el hecho de que los objetivos de transformación y renovación que he mencionado no son sólo compatibles con una política de austeridad, sino que deben y pueden incluirse orgánicamente en el marco de ésta, que es la premisa indispensable para superar la crisis. Pero avanzando, no retorciendo hacia el pasado. Efectivamente, me parece de cajón que tales objetivos contribuyen a configurar una organización social y una política económica y financiera orgánicamente dirigidas contra el despilfarro y los privilegios, contra los parasitismos y la dilapidación de los recursos. Dichos objetivos conforman lo que debería constituir la esencia de lo que, por naturaleza y definición, es una política de austeridad. Es más, se podría observar que, de la misma manera que en las sociedades en decadencia van aparejadas e imperan las injusticias y el despilfarro, en las sociedades ascendentes se establece una vinculación entre justicia y frugalidad. Naturalmente, esta convicción no nos lleva a olvidar sino a encarar concretamente los problemas inmediatos, las opciones a llevar a cabo, las prioridades a imponer en todos los campos de la actividad económica, financiera, fiscal o educativa, con el fin de prevenir los riesgos de desequilibrios imprevistos o de bruscos retrocesos, y de asegurar el avance, paso a paso, hacia metas de eficiencia y justicia, productividad y civismo. La búsqueda de las relaciones que han de vincular las medidas inmediatas a la puesta en marcha de esta línea de renovación será, sin duda, una de las tareas de más envergadura que tendremos que encarar a lado de quienes deseen participar en la elaboración de un proyecto acorde con las características y necesidades que hemos intentado esbozar en sus grandes líneas. Nuestro propósito es llegar en pocos meses a la elaboración de un texto que constituya una primera base de debate y discusión. Pero también el de estimular –antes y después de la publicación del texto-- un amplio y sostenido compromiso de iniciativa y de lucha. Precisamente porque somos conscientes de todas las dificultades de esta tarea, y también por su necesidad y su poder catalizador, nos hemos dirigido a vosotros, a todas las fuerzas intelectuales para que sean protagonistas –como ha dicho Tortorella en su acertada y eficaz exposición-- de las propuestas e iniciativas encaminadas a revitalizar, a renovar las instituciones culturales (comenzando por la escuela, la universidad y los centros de investigación) y, a la par, participen en la elaboración de las opciones globales, y no meramente sectoriales, que han de constituir la base del proyecto. Un llamamiento tan directo y explícito a la cultura italiana tiene hoy una razón de ser: en efecto, como todos sabemos, las fuerzas intelectuales tienen hoy en Italia, como en casi todos los países capitalistas más desarrollados, un peso social muy superior al del pasado, y están orientadas en gran medida en nuestro país en un sentido democrático y de izquierdas. Sin embargo, junto a este dato positivo (Giulio Einaudi ha destacado acertadamente esta contradicción) hay que señalar un elemento negativo: la contradicción de crisis, decadencia y prostración en las que han caído nuestras instituciones culturales después de treinta años de poder demócrata-cristiano y de desarrollo social distorsionado y desequilibrado. Y es evidente que ningún movimiento de salvación y renovación en general del país puede avanzar sin superar esa crisis; sin resolver esta contradicción, sin un aumento del saber y del amor al saber; sin una renovación de los instrumentos del saber para que la producción de la cultura y, en consecuencia, las instituciones culturales participan también en el saneamiento y renovación de toda la sociedad. Los comunistas italianos por la función autónoma y libre de la cultura: no pedimos obediencias a nadie. La forma en que planteamos hoy la función de la cultura en la transformación del país corresponde a una tradición, a una característica del Partido Comunista Italiano, como partido de la clase obrera, como partido democrático y nacional, como gran organismo que también es productor de cultura. Hemos luchado siempre y seguimos luchando por el progreso y la expansión de la vida cultural. Pero en nuestra actividad hemos de evitar siempre que las intervenciones que puedan minar, aunque fuera en pequeña dimensión, la autonomía de la investigación teórica, de las actividades culturales, y de la creación artística, pues estas no tienen como condición vital de desarrollo la obediencia a un partido, a un Estado o a una ideología. Sino la posibilidad de desplegarse en la libertad y el espíritu crítico más absoluto. Este planteamiento, que forma parte de la visión más general que tenemos en las relaciones entre democracia y socialismo, se diferencia de la de algunos partidos que están en el poder en los países socialistas; actitudes y comportamientos de poder político como los que conocemos (por ejemplo, en Checoslovaquia, donde se ha llegado a acciones de tipo represivo) son, por principio, inaceptables para nosotros. Interpretando esta posición general del partido, algunos compañeros intelectuales han tomado la iniciativa de una declaración pública que consideramos acertada y oportuna. Forma parte irrenunciable de nuestro patriotismo una concepción que indica como tarea del Partido Comunista, de los demás partidos democráticos y de los poderes públicos –si se orientan también en un sentido democrático-- la creación, por una parte, del clima político y moral; y, por otro lado, de las condiciones materiales, prácticas, organizativas que han de permitir el desarrollo libre y positivo de la investigación, de la iniciativa y el debate cultural. Pero ni los partidos, ni el Estado han de exigir obediencias, ni imponer concepciones del mundo, ni limitar de ninguna de las maneras las libertades intelectuales. Y yo, queridos compañeros y amigos deseo concluir mi intervención –no sin antes daros las gracias a todos y especialmente al compañero Argan, alcalde de Roma, que ha venido en representación de la ciudad y de la nueva administración popular romana-- con la serena confirmación de nuestro planteamiento, del que no hemos de alejarnos nunca.



(1) Berlinguer se refiere a las elecciones de junio de 1976. El Partico comunista italiano consiguió 12.622.728 votos (3.550.274 más que en las anteriores) con un 34,37 por ciento. Tuvo 227 diputados, 48 más que en las anteriores (JLLB)