lunes, 14 de marzo de 2011

JUVENTUD PORTUGUESA, JUVENTUD ESPAÑOLA


La importante movilización de la juventud portuguesa ha significado toda una novedad en el panorama político y social de aquel país; no porque sea la primera vez sino por la amplitud y la extensión de la protesta. Así las cosas, la primera interrogante que nos viene, de sopetón, es: ¿por qué en Portugal y no en España? A buen seguro que nuestra juventud se lo está planteando ya. Por mi parte me propongo indiciar algunas respuestas provisionales.


Lo que no se puede decir es, que hasta la presente, nuestros jóvenes estén en Babia. De hecho hubo muchas voces bien informadas que convinieron en la gran participación de la muchachada en la huelga general del 
29 de Setiembre tanto en la preparación de aquel conflicto como en su visible presencia en la calle. Conviene reseñar que dicha participación no fue subalterna, sino con propio rostro –con alma joven, si se admite esta imagen; no “adherida” sino en activa e inteligente corresponsabilización; y no “aliada” sino coaligada con el resto del conjunto asalariado. Lo que viene siendo natural en el desarrollo de la presión colectiva, tanto en las huelgas generales como en otras formas de presión, que se han desarrollado en nuestro país en los últimos años. Es más, yo diría: esta participación juvenil es mucho mayor, al menos cuantitativamente (no sé ahora si cualitativamente), que cuando mis años mozos. En pocas palabras, no hay motivo alguno para la nostalgia de cuando los jóvenes se tiraban a la calle en aquellos viejos tiempos. Que no debe haber melancolía por ello lo demuestra un hecho no suficientemente destacado todavía: el protagonismo de la juventud en los grandes acontecimientos actuales del Magreb.


Nada hay, pues, que concluya que Portugal tiene una juventud fetén y en España la chavalada está en la inopia. Yo diría que unos y otros están exigiendo y con el mazo dando. Más todavía, ¿hemos de pedirles lo que no somos capaces de exigirnos los maduros, veteranos y provectos a nosotros mismos? Eso sería la ley del embudo: ancho para nosotros, estrecho para ellos. Una complaciente autorreferencia.


Dígase con claridad: bienvenidas sean las movilizaciones de nuestros jóvenes españoles. Pero un servidor es de la opinión que, siendo necesaria esa emulación a los portugueses, lo fundamental es que el sindicalismo confederal español y nuestra izquierda hagan de la “cuestión juvenil” un razonado banderín de enganche y no un añadido a la retahíla de reivindicaciones formalmente prioritarias. Un ejemplo: salvando las distancias que se quieran la gran huelga general del 
14 de diciembre famoso fue paradigmática contra aquel contrato juvenil.


Casi, casi tartamudeando diré: así como el sindicalismo confederal tiene toda una serie de instrumentos generales (la plataforma reivindicativa, el convenio y las diversas prácticas contractuales, un tanto envejecidos), todavía no cuenta con instrumentos particulares para representar y defender a la juventud: entiéndase, a la juventud en tanto que tal. De manera que es preciso repensar de qué manera se estructura un ethos entre sindicalismo confederal y juventud. De ese modo el sindicalismo conseguirá lo que aquel joven de ochenta años, 
Bruno Trentin, llamaba “sindicato general”. ¿Cómo? A mi edad ya no doy para más.