domingo, 20 de septiembre de 2009

EL DESPIDO O LA VIOLENCIA DEL PODER PRIVADO DE LA IGLESIA

El Tribunal Supremo ha hablado de manera contundente: la Iglesia debe pagar al personal que ella misma despide cuando la Jurisdicción Social ha dictaminado la improcedencia del acto del despido. Nos felicitamos de ello, aunque más adelante matizaremos algunas cuestiones.


La Iglesia se había acostumbrado a practicar “la violencia de su poder privado”, despidiendo al profesorado que –según los funcionarios eclesiásticos-- llevaban una vida no conforme con la legitimación auto referencial que ella misma se ha dotado y que, con regular frecuencia, conculca el sistema de valores y normas que dicta la Constitución. La Iglesia despide ad nutum. Aclaro de manera inteligible el latinajo. De manera castiza, pero no infundada, se debe entender ad nutum de la siguiente manera: el funcionario eclesiástico se lleva la mano al escroto y de manera ostentosa le indica la puerta de la calle a la persona que acaba de ser despedida. Es un acto que tiene, según nuestro modesto e insuficiente saber, poco que ver con planteamientos teologales, ni –según nuestros conocimientos chusqueros— guarda relación con las cuestiones salvíficas ya sean las planteadas por los viejos teólogos de la Patrística o las salmodias de Ripalda o Astete, dos curas de anteayer


Pero la Iglesia –que, según el Dante, tiene más hambre en la medida que va comiendo— no se contenta con el acto escrotal del despido: endosa el pago de la indemnización a la Administración Pública, perdón por el error: a los contribuyentes. Es, posiblemente, otra de las enseñanzas de más de dos mil años de historia. O, si se prefiere, de las inercias de cuando sus testículos eran todavía más peligrosos. O, peor todavía, del tipo de consentimientos subordinados que le han permitido los gestores de la democracia española. Con una excepción institucional: el Derecho del Trabajo y sus operadores jurídicos. Por supuesto, a otro nivel, el sindicalismo y las asociaciones profesionales de los enseñantes religiosos. Como muestra un botón: el Tribunal Superior de Justicia de Canarias. Definitivamente, es el Derecho del Trabajo –con su rebeldía epistemológica con relación al Derecho civil-- quien se ha enfrentado a ese poder privado que violentamente ejerce con desparpajo el funcionariado eclesiástico: la sombra de los padres de Weimar es alargada con la “propensión a desafiar lo existente” –docet Umberto Romagnoli-- que alienta al Derecho del Trabajo, el más eurocéntrico de todos los derechos.


Decíamos más arriba que nos felicitamos de la posición del Tribunal Supremo. Y añadíamos que, tras dichas albricias, haríamos algunas matizaciones. El Alto Tribunal debería, según mis escasos conocimientos, haber declarado tales despidos como “nulos radicales”. Porque todos los actos empresariales ad nutum (repetimos, por mis c…) han atentado contra derechos fundamentales o las libertades públicas del profesorado. O sea, tres cuartos de lo mismo de lo que el mencionado tribunal afirmó en su Sentencia 38/1981. También en la STC 140/1999. O como, de igual manera, se expresa en la STC 66/1993. Esta última afirma textualmente lo que sigue:


[… ] en caso de lesión de un hecho fundamental no basta la simple declaración de improcedencia o, en su caso, de nulidad de despido, sino que éste ha de declararse radicalmente nulo (subrayado mío), que es el tipo de sanción predicable de todos los despidos vulneradores o lesivos de un derecho fundamental, por las consecuencias que conlleva de obligada readmisión con exclusión de indemnización substitutoria.


¿Queda claro? Ahora bien, si mis mayores levantaran la cabeza se dividirían ante mis opiniones. Mi madre adoptiva, la tita Pilar, me reprocharía mi poco temor de Dios. Su esposo, mi padre adoptivo Ceferino Isla, famoso confitero granadino y estoico librepensador, gran restaurador de los dulces piononos santaferinos, se congratularía y austeramente me diría por lo bajinis: “Olé tu sombra”. Lo más seguro es que la tita Pilar me hubiera pedido explicaciones: “¿Quién te ha metido esas ideas en la cabeza?”. Y un servidor, se hubiera portado como un acusica, un chivato que quiere salvar el pellejo: “Mamá, ha sido mi sobrino Antonio, Antonio Baylos”. Y ella, santiguándose: “Mal rayo os parta a los dos”. En todo caso, la tita Pilar se hubiera pensado dos veces decir mal rayo le parta al Tribunal Supremo, aunque éste le hubiera pegado un cogotazo a la Iglesia. Una cosa es ser beata ante los ojos de Rouco y otra es ser pragmática ante la mirada del Tribunal Supremo.

martes, 15 de septiembre de 2009

LOS SUICIDIOS EN TELECOM FRANCE

Hace años la prensa informó del preocupante nivel de suicidios de trabajadores en Francia. Al cabo de un cierto tiempo la noticia fue fagocitada por otros acontecimientos. Ya lo dijo Pepe Marchena en una de sus coplas: “la mancha de la mora con otra verde se quita”. Que parece ser la consigna de la potencia mediática. Pues bien, desgraciadamente, la mancha reaparece. Hoy, la prensa da noticia de que, en los últimos dieciocho meses, 23 empleados de la firma France Télécom se han quitado la vida.


Según parece, las autoridades francesas han tomado cartas en el asunto. Hasta la presente unas dicen que si patatín y otras que si patatán. Y, por lo que se ve, una legión de investigadores sociales se disponen a darle vueltas a la cabeza para desvelar el quid de la cuestión. Y los departamentos de psicología de las universidades (que han tomado al asalto las trincheras de la sociología) afilan los lápices para volver a las andadas con la condición humana, la motivación en el trabajo y otras consideraciones con refritos de 
Elton Mayo y López Ibor. De ese comistrajo volverá a salir una ristra de banalidades viejas y nuevas, disfrazadas de noviembre para no infundir sospechas. O lo que es lo mismo: hablarán del abuso, dejando intacto el uso de cómo se gestiona la organización del trabajo. Porque …


… ¿habrá que insistir nuevamente que la madre del cordero está en la gestión autoritaria de la organización del trabajo, gobernada discrecionalmente por el management? ¿Tendremos que reiterar que el maestro 
Bruno Trentin ya dejó sabiamente escrito que ahí –en el uso de la organización del trabajo— está, con perdón, la madre de todas las batallas? Y sin embargo, la literatura (putativamente científica) más predominante es la que emana de los psicólogos, una cofradía muy celosa de su “corporation”. Por otra parte …


… mientras el sindicalismo confederal no sea un sujeto que se proponga la intervención contractual en todo el polinomio de la organización del trabajo –a la búsqueda de la humanización del trabajo— las condiciones en la empresa seguirán en las manos exclusivas del management. A las condiciones de trabajo se les dará una capa de pintura y a otra cosa, mariposa.


Intervenir en la organización del trabajo, no hay otro camino. La literatura de los sicólogos es, en todo caso, “de acompañamiento”. No es lo central. Dispensadme, pero estoy hasta la cruz de los pantalones de la preponderancia de sicólogos, loqueros y demás zascandiles que, lógicamente, son jaleados por los departamentos de recursos humanos. Así pues, abro el paraguas para soportar el chaparrón de los agremiados de ciertos colegios profesionales. Y –como 
Pereira, sostengo— que la primera y fundamental causa de lo que está ocurriendo en France Télécom está en que los vertiginosos cambios que se producen a diario están siendo gobernados de manera autoritaria a la búsqueda de la mayor acumulación capitalista que se haya dado en la historia. ¿Extremismo? No, lo dice un reformista, servidor de ustedes.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Los que abuchean y Rossana Rossanda

Para organizar sistemáticamente una grita a los dirigentes políticos hay una condición aproximadamente necesaria (aunque no suficiente), a saber: los que chillan no deben presentarse nunca a consulta popular alguna. Ni siquiera al nobilísimo puesto de jefe de escalera de un patio de vecinos. Es lo que, siguiendo las recientes tradiciones, ocurrió ayer en la Diada de Cataluña. Cada vez que un partido político acude al Monumento con su ofrenda floral, un aguerrido grupo de chillantes pita e insulta a los políticos, ya fueran de babor o estribor. Todos, gritaban a gaznate batiente, ¡traidores!: nadie se salvó de tan ásperas invectivas. Cuarentones de barrigón cervecero, con la ubicua camiseta-sobaquin y pantalones vaqueros de pijopanas, se quedaron afónicos con tanta emisión de pedos intelectuales (en adelante, por ser más eufónico, diré peos) contra todos los políticos. Entre paréntesis diré: me parece de lo más normal, dado el coeficiente argumental de los miembros de esa cofradía de chillantes; de sus esfínteres cerebrales sólo pueden salir peos.

Estos pijos mesocráticos pertenecen a esa zoología que se autolegitima dogmáticamente. Y, parcialmente, vienen a ser casi los mismos que aquel mosquita muerta que, en la manifestación del Primero de Mayo barcelonés, pintó con espray la pancarta que llevaban los dirigentes sindicales catalanes: otro singular peo que tuvo su momento mediático y su gloria en la taberna de la esquina. Demos gracias a los dioses menores porque, todavía, no se dedican a tirar monedas a los políticos y a los sindicalistas.

Como es natural no estoy planteando que la alternativa a tales peos sea rendirse a los pies de políticos y sindicalistas y convertirse en pelotilleros de los unos y los otros. De momento afirmo que estas expresiones no son la distancia entre los políticos y la sociedad, sino la zafia manifestación de quienes no tienen absolutamente nada en el caletre. Aunque, a decir verdad, algunos –amparándose en la clandestinidad de las redes ciberespaciales— incluso son capaces de escribir cuatro frases cuajadas de anacolutos y peos gráficos.

Los dirigentes políticos, cuya distancia con la sociedad realmente existente es tan inobjetable, merecen una crítica argumentada, incluso todavía más severa. El peo, sin embargo, es una estupidez que sólo sirve para que los políiticos griten aquello, dicho metafóricamente, de “a mi, la legión”. El peo sólo sirve para la autoglorificación de los chillantes que se dicen a sí mismos: “Mira lo que les he dicho”, confundiendo la voz con el peo. Estas gentes son una de tantas expresiones de una banalidad que está repartida un poco más de la cuenta. Repitamos: esta banalidad mesocrática todavía no ha lanzado monedas a los políticos y sindicalistas. En Italia, hace años sí lo hicieron algunos proletarios revenidos. Por ejemplo, a mi amigo Bruno Trentin, recientemente fallecido. La muerte de Trentin, como es natural, concitó un alud de artículos glosando la memoria del maestro. Uno de ellos fue el de mi admirada Rossana Rossanda (1).

Como es bien sabido la Rossanda es una intelectual como la copa de un pino, una mujer inequívocamente de izquierdas y símbolo de lo que pudiéramos llamar la permanencia razonada a los principios que ella considera justos y a las “verdades madres” que defendió a lo largo de su fascinante biografía. La Rossanda no podía faltar a la hora de rendir un homenaje a su amigo Bruno Trentin. Se trata de un escrito sincero, que no oculta el distanciamiento progresivo de ambos. Rossanda, por otra parte, califica a Trentin como “gran sindicalista”. Ahora bien, casi en el incipit del artículo afirma: Certo è stato, dopo Di Vittorio, il segretario della Cgil nel quale sono state riposte più speranze, ma anche il più attaccato - fino alle monetine che gli tirarono addosso - quando parve deluderle”Lo que, por su claridad, no merece ser traducido. Pero sí conviene ser interpelado.

Veamos: ¿para desilusionar a Trentin –lo que Rossanda quiere decir es que para convencerle de que estaba equivocado; en el caso que lo estuviera, claro-- era preciso arrojarle monedas a la cara? Porque esa violenta agresión ya no era un peo, era algo más. Algo así como: prepárate para la próxima, que te tenemos en la mirilla de la luppara, cachocabrón. Más todavía, tampoco en esta ocasión la veterana intelectual –siempre de refinado análisis político-- se distancia de los agresores. En efecto, decir que Rossanda comparte esos métodos, tal vez sea exagerado. Pero no marca distancias, no condena. Ni siquiera dice: oye, por ahí no se puede ir. Me importa recordar, no obstante, que Fausto Bertinotti llamó muy severamente la atención a los arrojamonedas. Rossanda, la sofisticada intelectual de izquierdas, no condena la agresión, incluso después de haber pasado algunos años. La Rossanda, que no toma las debidas distancias, `comprende`, y esta comprensión sirve de coartada. Por lo demás, Rossanda ha olvidado, según parece, lo que dejó escrito el Dante: "Considerate la vostra semenza / fatti no foste a viver como brutti / ma per seguir virtute e conoscenza" .

Ahora bien, la diferencia entre Rossanda y los del peo catalán es considerable: la dama italiana tiene la cabeza a pleno rendimiento y, se esté o no de acuerdo con ella vale la pena leerla, incluso con el riesgo de entristecerse por algunas cosas que `comprende´. Lo que todavía es más grave: los del peo catalán sólo cuentan con el muelle de sus esfínteres. De ahí que me parece una pérdida de tiempo entrar en polémica con ellos. Sólo una adecuada gestualidad es lo que merecen.

Una adecuada gestualidad, digo. La que un servidor hizo en un 11 de Setiembre de hace algunos años. Iba yo en una comitiva a poner flores al Monumento de Rafael de Casanova. Lógicamente los gritantes nos propinaron nuestra consabida ración de chillerío. Miré a Rafael Ribó, observé que no me veía, y entonces puse ambas manos en forma de canuto, y subiendo y bajando las manos hasta mi boca les argumenté lo que pensaba de ellos. Mi mujer, horrorizada, se escandalizó de mi gesto y, además, lo definió como soez. Chispa más o menos me dijo que eso no eran argumentos. Por favor, ¿qué podía yo argumentar? Si les hubiera razonado algo no lo hubieran entendido. En cambio, mi gesticulación tabernaria fue comprendida. Hasta el punto que casi todos los gritantes me miraron y no pocos supieron que era un gesto racionalmente antagonista.

(1)