viernes, 1 de febrero de 2008

EL SINDICALISMO EN LA DEMOCRATIZACIÓN DE LA EMPRESA

Nota obligada. Este trabajo que viene a continuación es un capítulo de un libro colectivo de cuyo nombre no me acuerdo. Del resto de los autores tampoco me acuerdo. Y, para mayor despiste, sólo caigo en la cuenta de que el citado libro es un homenaje a un caballero que ahora he olvidado. El motivo de esta desmemoria es: hace tres años mi sobrino Toni Comín me pidió con carácter de urgencia un capítulo para ese libro colectivo en homenaje a un escritor norteamericano. Pues bien, todavía mi sobrino no lo ha publicado, aunque me pagó los honorarios. En venganza por tanta molicie cojo el camino de El Jau y lo hago público: así nos las gastamos la gente de Parapanda. Punto y aparte: la foto es gentileza de Jordi Alberich (Círculo de Economía) y se refiere a las Jornadas de la Costa Brava en 1977. Tono Lucchetti, un servidor y un representante del Círculo. La foto de abajo es un perifollo.

Estoy con el maestro Bruno Trentin: el fordismo ha entrado ya en una crisis irreversible, aunque no se pueda decir lo mismo del taylorismo. Vivimos, según creo, en un nuevo paradigma que, por pura comodidad expositiva, definiré como postfordista. Los rasgos más llamativos de esta nueva época son: 1) la innovación-reestructuración de los aparatos productivos, 2) en el contexto de la fortísima tendencia de la globalización interdependiente, 3) que está poniendo en un brete a todas las instituciones políticas que de manera acelerada están perdiendo no pocos controles democráticos. En ese orden de cosas, las viejas categorías de análisis de –por decirlo à la Polanyi— tan gran transformación están en entredicho; y no pocas herramientas de medir las cosas y sus correspondientes algoritmos están en un acelerado proceso de descomposición. Hasta el mismo concepto y la misma fisicidad de “la empresa” han cambiado espectacularmente. Demasiadas complicaciones para un sujeto social, el sindicalismo confederal, que nació y creció en la realidad de otras épocas que, afortunadamente, nunca volverán.

Que el sindicalismo sea o pueda ser un sujeto capaz de democratizar la empresa no es una certeza: es una deseable hipótesis que está condicionada a si puede rehacer, a partir de ahora, su venerable e importante biografía. Así pues, el sindicalismo puede ser un movimiento reformador o, habiendo cambiado tantas cosas, quedar reducido a una agencia técnica (cooptada o no) por su contraparte. Como es natural, apuesto por lo primero, y se me erizan los pelos si (no interpretando adecuadamente el cambio de metabolismo que representa el paradigma postfordista) entra en el pantano de la agencia técnica. Ahora bien, apostar por el sujeto plenamente reformador quiere decir que, también y especialmente, el sujeto social debe cambiar espectacularmente si quiere ejercer su papel de alteridad propositiva en su proyecto, en el modo de cómo lo organiza y en su arquitectura de representatividad y representación. Lo cierto es que-- aunque de manera incipiente y, tal vez, excesivamente lento-- existen algunos elementos que indican que se puede ser razonablemente optimista. Ahora bien, además de las precondiciones que se proponen para que el sujeto reformador pueda intervenir en las transformaciones que están en curso --y en que cierta medida, como se ha dicho, parece que existen --hay un requisito que, a mi juicio, no se tiene en consideración. Concretamente se trata de la necesidad de una alianza entre el sindicalismo confederal y el mundo de la intelligentzia.

Parto de la siguiente premisa: el movimiento organizado de los trabajadores por sí sólo no puede abordar el desafío contemporáneo. Y tengo para mí que no se trata, ni sólo ni principalmente, de un problema de saberes limitados sino del carácter ontológico del sindicalismo. Es más, el sindicalismo podría acumular más saberes y conocimientos y no ser capaz de proponer un proyecto reformador creíble y factible tanto para democratizar la empresa como para intervenir en los desafíos de civilización: revalorizar el trabajo y pleno empleo, desarrollo eco compatible y el welfare state, la relación entre lo público y lo privado… Que tendría, además, como condición imprescindible que el sindicalismo confederal se propusiera elaborar los vínculos y compatibilidades que deberían caracterizar su proyecto reformador. Como no quiero problemas de interpretación con ningún astuto, aclaro lo siguiente: cuando hablo de vínculos y compatibilidades no me estoy refiriendo a la aceptación acrítica de los vínculos y compatibilidades que le vienen de la contraparte, sino de aquellos que el sindicalismo se propone así mismo. Y para mayor abundamiento expositivo, ahora de manera un tanto castiza: el proyecto sindical no puede ser un conjunto de tapas variadas sin conexión entre sí; debe proponer un menú compatible desde los entremeses hasta el postre, incluido el café, copa y puro. ¿O es que no se deben establecer los vínculos (también las prioridades) entre las políticas de empleo y la cuestión medio ambiental? ¿O entre las anteriores y el diseño de una profunda reforma de las políticas de welfare? O si se me exige más, ¿es lógico que el sindicalismo plantee la democratización de la empresa sin proponerse así mismo una ambiciosa reforma de auto democratización? Lo cierto es que, salvo muy contadas excepciones, el sindicalismo confederal ha sido poco capaz de conectar sus reivindicaciones parciales con un serio proyecto general, por indicativo que éste fuera.

1.-- La empresa (o el centro de trabajo, para estos efectos da lo mismo) ha cambiado espectacularmente, mientras que el sujeto social no lo ha hecho de forma tan amplia y rápida. Hablando de estos asuntos, he calificado esta situación como el prototipo de la asimetría. No me estoy refiriendo a la tradicional distancia entre los poderes que existen en la empresa y centro de trabajo, sino a un conjunto de elementos que alargan la distancia entre el dador de trabajo y el sujeto social: la empresa es hoy el paradigma de la globalización, mientras que el sujeto social sigue anclado en una especie de autarquía corporativa; la empresa provoca grandes cambios tecnológicos y sistemas de organización del trabajo innovados, mientras que el sujeto social sigue por lo general en el paradigma fordista; la empresa está conociendo una importante legitimación social, mientras que el sindicalismo no la tiene con el mismo diapasón. Y como telón de fondo, ahí está, ahí está (viendo pasar el tiempo como la Puerta de Alcalá) un interesante problema: si tiene sentido lo que afirma el maestro iuslaboralista Umberto Romagnoli-- la empresa no es democrática porque en ella no se produce la alternancia de poderes-- ¿el intento de democratizar la empresa se convierte aporía o vale la pena seguir dándole vueltas a la cabeza? Mi respuesta a la provocación romagnoliana es: el problema que tenemos es la utilización de una formulación política (democracia) en la esfera de la empresa porque, sencillamente, todavía no se dispone de otra categoría conceptual. Así las cosas, utilizaré este concepto: la intervención sindical en la empresa para crear la mayor densidad de democratización posible.

En todo caso advierto de algo que me parece incomprensible: la empresa, en tanto que producto de un proceso histórico, casi no ha concitado reflexiones tanto por parte del sindicalismo como de la izquierda política; este ha sido tradicionalmente un campo exclusivamente en manos de la economía y más recientemente de la sociología. Las cosas siguen tres cuartos de lo mismo, a pesar de que (como ya se ha dicho) la empresa conoce unos momentos de gran relegitimación, también como centro propulsor de mensajes culturales y políticos.

2.-- Un servidor parte de una consideración elemental: los asalariados no son indiferentes a cómo es el centro y el puesto de trabajo. Esta no indiferencia queda probada por el largo íter reformador el sindicalismo en aras a la humanización del trabajo y la democraticidad de la empresa, mediante las diversas modalidades del ejercicio del conflicto social. Este es un camino que debe continuar en las nuevas condiciones del capitalismo realmente existente, pero propongo que sea de manera conscientemente reformadora. Esto es, como parte fundamental del proyecto sindical. Ello implicaría la asunción de esta tríada: democraticidad, humanización y eficiencia en el centro de trabajo. Pero, comoquiera, que debe tener sus vínculos, no se trataría de una tríada (cada cosa por su lado sin conexión alguna): hablaremos de triángulo.

Partamos, pues, de la empresa que tendencialmente se está imponiendo. Que, como se ha dicho, ya no es fordista. Manuel Castells diría la empresa informacional, Riccardo Terzi hablaría de la empresa molecular, y otros de la empresa postfordista. Bien, aterrizaré un poco, utilizando una vieja metáfora: el agente general de la gran industria ya no es la máquina de vapor (Watt), ni tampoco la cadena de montaje (Ford), ahora lo es la red. Es con este chisme (la red, el nuevo agente general de la gran industria) con quien debe echar sus cuentas el sindicalismo confederal, el sujeto social. Y es en ese territorio donde debe medirse quien proponga la democraticidad de la empresa, la humanización del trabajo y la eficiencia. Por otra parte, la vastísima y vertiginosa innovación tecnológica está siendo gestionada mediante el instrumento de la flexibilidad. La novedad es que la flexibilidad ya no es algo contingente que aparece de higos a breves sino un “método” de largo recorrido, que no ha hecho más que empezar. El gran problema que trae de cabeza al sindicalismo confederal es el poder unilateral del dador de trabajo sobre la flexibilidad. Este decisionismo vertical (sin controles y reglas, sin convenciones negociadas y sin las necesarias tutelas) está convirtiendo la flexibilidad en una pesada patología social. De ninguna de las maneras estoy añorando el viejo fordismo; simplemente relato las actuales novedades. En definitiva, no es la innovación tecnológica quien interfiere las condiciones de trabajo sino la flexibilidad unilateral (no negociada) la que arremete contra las condiciones para el trabajo y las condiciones del trabajo, y quien pone en entredicho los poderes y garantías que el sindicalismo confederal había ido conquistando, también con la ayuda inestimable que le deparó su vieja pareja de hecho, el iuslaboralismo.

De manera que intervenir en el “triángulo” (democraticidad, humanización del trabajo y eficiencia de la empresa) significa hincarle el diente al aparato de la flexibilidad que ya es inmanente. La idea es convertir su actual carácter patológico en búsqueda de oportunidades y autonomía. Hablando en plata: en humanizar el trabajo. Porque sin humanizar el trabajo es dudoso que se consiga la suficiente agregación de fuerzas para ir ampliando los niveles de democraticidad; y sin lo anterior, la empresa tendrá no pocos burgos podridos de ineficiencia. De donde se colige que debe revisarse el concepto (y su algoritmo correspondiente) de la productividad. Parece evidente que las anteriores cuestiones pueden provocar un evidente y fecundo contagio a la práctica global del sindicalismo.

Ahora bien, la humanización del trabajo pasa, a mi parecer, por la necesaria intervención del sujeto social en todo el entramado de los sistemas de organización de la producción-- según sea el carácter de la empresa-- de bienes y servicios. Y aquí, al menos en el caso español, sigue pendiente una vieja batalla, esto es, ¿quién diseña los sistemas de organización de la producción? En nuestro caso, el dador de trabajo tiene el poder unilateral (y el instrumento del ius variandi) para definir tales sistemas. Y para mayor precisión diré: el dador de trabajo impone el uso de tales sistemas organizacionales, dejando al sindicalismo el ya limitado papel de intervenir en el abuso. Es decir, si los sistemas de organización del trabajo es la “Constitución de la producción” hecha carne, materializada, esta “Carta Magna” la escribe e impone sólo (y solamente) el dador de trabajo, dejando que su abuso sea corregido por unos u otros derechos. Estos, siendo importantes, no modifican las causas primeras del mal uso empresarial. Por ejemplo, la siniestralidad laboral es el resultado de unos defectuosos sistemas organizacionales; el mundo de los derechos y garantías, al no entrar en las causas primeras (la organización de la producción) se limitan a paliar los efectos de la nocividad y morbilidad que producen aquellas.

De ahí que sea importante, según creo, que el sujeto social (el sindicalismo en el centro de trabajo) se plantee en su proyecto reformador del “triángulo” el instrumento de la codeterminación de las condiciones de trabajo, que ciertamente sería el acompañante más eficaz de la flexibilidad, al ser ésta negociada. Entiendo por codeterminación el permanente instrumento negocial (entre el sujeto social y el dador de trabajo) de todo el universo de la organización del trabajo y los procesos de innovación tecnológica. Tendría como puntos de apoyo: el trabajo en equipo; la capacidad del grupo de trabajo en la intervención e interacción sobre las decisiones de otros grupos o centros de decisión; un sistema de formación permanente; y el derecho de los trabajadores a experimentar nuevas formas de organización del trabajo. En resumidas cuentas, es un método de fijación negociada, un punto de encuentro, anterior a las decisiones “definitivas”. Es claro que deben ponerse sus normas adecuadas, capaces de definir los dos roles presentes en el centro de trabajo: de un lado, la propiedad; de otro, el sujeto social.


3.-- Es claro que la co-determinación propone una elevación de los saberes y conocimientos del sindicalismo confederal; y, también, se diría que la co-determinación pone al sujeto social en vilo constante. Porque le presiona para proponer y negociar las (imprescindibles) políticas formativas, capaces de establecer una relación entre cambio tecnológico, control negociado de la flexibilidad y aptitudes socioprofesionales de la persona concreta que trabaja. Es decir, una formación permanente (mejor a lo largo de todo el curso laboral de la persona) orientada no al trabajo abstracto sino al trabajo concreto.

Y ni que decir tiene, la co-determinación como elemento de gobierno y control de los tiempos de trabajo y su relación con los tiempos extralaborales. Este asunto me parece de capital importancia, y temo que el sindicalismo (obsesionado por la semana de 35 horas) le concede menos importancia al gobierno y control del tiempo. Y diría más, una cosa son los horarios de trabajo, y otra (bien diversa) son los tiempos de trabajo. Bienvenida, claro está, la reducción de la semana laboral, pero me parece que la ausencia de una reflexión sindical sobre los tiempos de trabajo y su compatibilización con los tiempos de vida, le está jugando una mala pasada. Hablo de tiempos de trabajo porque no es igual la visión que tienen las mujeres de ese asunto que la mirada de los hombres; y no se parece en nada las culturas de la juventud sobre el tiempo de trabajo que la que sigue disponiendo el trabajador más veterano, acostumbrado a la sincronización del tiempo, concebido, diseñado e impuesto por el sistema fordista.

4.-- He partido de la hipótesis de que no parece fácil la democratización de la empresa si no es a través de un proyecto omnicomprensivo del sujeto social que ligue todos los lados del “triángulo”. Ahora bien, ¿no estará más legitimado el sindicalismo en la propuesta democratizadora si procediera simultáneamente a su propia autorreforma cultural y organizativa? Se trata, ciertamente, de un proyecto que se proponga la reunificación de las diversas subjetividades del mundo laboral en el centro de trabajo: categorías profesionales, trabajadores fijos, atípicos, subcontratados, mujeres, jóvenes, veteranos, valorando apropiadamente tanta diversidad. Y, a la vez, rehuyendo la cómoda práctica del “café con leche para todos”, como vieja secuela de la época fordista. Reunificar no quiere decir, en este caso, las viejas conductas igualitaristas. Ocurre, sin embargo, que como estamos hablando de democratización, todo proyecto sindical debe ser elaborado con los niveles más altos posibles de participación activa e inteligente. O lo que es lo mismo, se trata del sindicalismo de los trabajadores, y no del sindicalismo para los trabajadores. También porque no se tiene tanta autoridad para exigir a la contraparte conductas democráticas si en la casa del herrero se utiliza un cuchillo de palo. En otras palabras, la co-determinación desafía al sujeto social a plantearse su propia reforma democrática.

En este sentido, la elaboración de las demandas reivindicativas (la plataforma), la decisión de aprobarlas, el delicado proceso del “do ut des” ante la contraparte, el hipotético recurso a cualquier expresión del conflicto social, de un lado; y, de otra parte, la elección de quién negocia y ostenta la representación, deben ser objeto de una mayor densidad participativa. Hablamos de participación porque también las grandes transformaciones en el centro de trabajo han puesto en entredicho las viejas formas participativas. Pero, igualmente, es cierto que las innovaciones tecnológicas favorecen nuevos modos de encuentro y debate, virtuales o écuménicas. Lo que no tiene sentido democrático es la vieja consideración de que para decir ¡no! es suficiente con el pronunciamiento de la dirección sindical, pero para dar el acuerdo es necesario un baño democrático. Estos eran algunos de los comportamientos de la vieja época fordista que ya no cuadran con la necesidad de participar ante los nuevos desafíos y ante la emergencia de un mayor deseo libertario de las nuevas generaciones.

5.-- La pregunta inquietante podría ser: ¿cuenta el sindicalismo confederal con un apropiado general intelled para abordar este torbellino de retos que ya están en curso? Me gustaría contestar afirmativamente. Y, de paso, aprovecho la ocasión para decir desparpajadamente que las gentes de mi generación podíamos haber hilado más fino y dejar una herencia más copiosa. Pero no supimos o no pudimos más. Pero, sin justificación alguna, debo aclarar que los sindicalistas de mis tiempos ni siquiera recibimos herencia alguna: sobre los cascotes del viejo “sindicato” de la Dictadura construimos un nuevo edificio. Y es, ahora, a las nuevas levas sindicales a quienes les toca la responsabilidad de, estando así las cosas, avanzar en un proyecto reformador y la manera de organizarlo.

Un proyecto, digo, que sintetice las grandes experiencias que vienen desde la acción colectiva y la inteligencia de quienes participan desde los centros de trabajo, constantemente verificado en sus contenidos y en las prioridades establecidas. Y para ello tiene el mayor interés que el sujeto social (en este caso, el sindicato general) acumule el mayor grosor posible de sabiduría colectiva (general intelled, dicho marxianamente). Porque hoy cada vez tiene más significación afirmar que el conflicto social es, por encima de todo, un conflicto de conocimientos y saberes. De ahí que parezca necesario que el sujeto social establezca la mejor relación con el mundo de los saberes, tanto técnicos, como científicos y de las humanidades. Yo viví una época en que (visto a toro pasado) dogmatizamos acerca de que el sindicalista se hacía en la lucha y ejerciendo su actividad. Naturalmente, no lo impugno totalmente; pero, ahora (y a partir de ahora) aquella formulación es asaz limitada y esquemática. Nosotros no hicimos mal papel, pero teníamos las cosas relativamente más fáciles. Es más, en aquellos viejos tiempos la distancia cultural entre el dirigente sindical y el trabajador era más amplia que ahora. Pero lo que cuenta, en las actuales circunstancias, es el enorme desafío ante los problemas de civilización que tenemos delante de nuestros ojos, de un lado; y, de otra parte, que los mánagers han avanzado considerablemente en sus conocimientos y técnicas. De ahí que la pugna por los saberes y conocimientos debe ser, para avanzar en el proyecto democratizador, el abc.

Así pues, el diálogo entre sindicatos y la intelligentzia es fundamental. Naturalmente estará lleno de tensiones y asperezas. Pero esta es la naturaleza lógica de las cosas. Pongamos un ejemplo, ¿acaso no existe tensión (de momento submergida) entre los iuslaboralistas y el mundillo sindical con relación a la flexibilidad?, ¿no es verdad que existen asperezas entre el iuslaboralismo, más atento a la práctica lege ferenda que los dirigentes sindicales, más preocupados por la práctica de la negociación colectiva? De ahí que se pueda exclamar: benditas asperezas y tensiones. Porque significa que se discute o, por mejor decir, se debería discutir más a pierna suelta.

En resumidas cuentas, más saberes para todos. De ahí que crea conveniente desempolvar una vieja propuesta que hice en otros tiempos: el Estatuto de los Saberes y Conocimientos. Pero ¿qué es eso? Como diría el viejo Jorge Manrique recuerde el alma dormida la delicada atención que pusieron los pioneros del movimiento obrero de antaño con relación al tema de la enseñanza. Y avive el seso y despierte cayendo en la cuenta de la gran preocupación que tuvieron por la cultura de los trabajadores gentes como Anselmo Lorenzo, Pablo Iglesias, Salvador Seguí y Joan Peiró, entre otros muchos. Parece que todavía resuenan los viejos lemas de enseñanza libre, laica y gratuita. ¿No ha llegado el momento de proponer la enseñanza digital libre y gratuita? Y, partiendo de esa cuestión ¿no sería importante sistematizar todos los derechos de ciudadanía que se exigen, en esta fase de grandes transformaciones de época, bajo el paraguas de más saberes para todos? Porque lo cierto es que tales cambios están provocando la brecha digital, el digital divide, con todas las vastas (y peligrosas) marginaciones, exclusiones y descohesión social, de las que pienso que todavía no se es plenamente consciente de su amplitud y repercusiones para hoy, mañana y pasado mañana.

En definitiva, quiero decir que no me parece viable un proyecto reformador del movimiento organizado de los trabajadores si no se parte de una atención suficiente al problema de la enseñanza, de los conocimientos y saberes.