martes, 2 de diciembre de 2008

GENERAL MOTORS, FORD, CHRYSLER Y NOSOTROS

1.-- Hace unos días la General Motors y Chrysler han presentado sendos planes de reestructuración al gobierno norteamericano basado en un acuerdo con los sindicatos y los accionistas. Barack Obama ha expresado con claridad que las ayudas públicas al sector automovilístico está subordinado al acuerdo de los trabajadores y de los accionistas. Los accionistas parecía que estaban conformes con la disminución de la deuda con la condición que el gobierno lo garantizara.


Sin una financiación del gobierno, la crisis amenaza con liquidar el sector. En febrero las ventas de coches descendieron un 53 por ciento en GM, un 48 por ciento en Ford y un 41,7 en la Chrysler. Por lo demás, algunas consultorías [por ejemplo, Deloitte and Touche] explicó que la GM está al borde de la bancarrota.


Frente a esta tremenda recesión sin precedentes, la Federación sindical de los trabajadores del automóvil (United Auto Workers, UAW) ha aceptado revisar los convenios firmados en el año 2007 con las tres grandes empresas de Detroit. El empeoramiento de las cláusulas contractuales ha sido justificado por las direcciones sindicales dado el colapso de la industria del auto. La UAW, no obstante, está convencida de que los problemas de estas empresas no son debidas a las condiciones negociadas más favorables que tienen estos trabajadores con relación a otras firmas como Nissan o Toyota, y –afirman, también— que el sector es capaz de superar la crisis. Las negociaciones han sido laboriosas, especialmente cuando se abordó el nuevo fondo fiduciario que gestionará, dentro de dos años, la asistencia sanitaria a los jubilados de las tres compañías. La Voluntary Beneficiary Association (VEBA) que es un fondo gestionado por el sindicato es quien se ocupa, hoy, de la gestión de los cuidados de los jubilados de las empresas, ha sido acusado muchas veces por las direcciones de las tres grandes por sus altos costes.


General Motors es la empresa que está peor. Dicen que, de aquí hasta 2012, se cerrarán en todo el mundo 14 factorías y se despedirá a unos 47.000 trabajadores (entre empleados y obreros); de ellos serán unos 3.400 en los Estados Unidos. A los que queden se les reducirá un 3 por ciento del salario. El grupo ha exigido al gobierno Obama 30.000 millones de dólares, entre préstamos y líneas de crédito para (afirma) poder sobrevivir. Chrysler, por su parte, cuenta con despedir a 3.000 trabajadores y ha pedido ayudas federales por un total de 5.000 millones de dólares, al tiempo que espera mucho de su alianza estratégica con Fiat para reconvertir una parte de su producción. [
Corren fuertes rumores en la prensa especializada norteamericana acerca de esta alianza: el sindicato norteamericano, UAW se haría con el 20 por nciento de las acciones de Chrysler. Lo que dejamos reseñado a la espera de las evoluciones del asunto de marras]. También en Ford, la única que no ha pedido ayudas públicas, el sindicato ha tenido que aceptar posteriores renuncias por parte de los trabajadores. El acuerdo firmado el pasado febrero prevé que los salarios no se tocarán, pero se eliminan las revisiones salariales por la inflación y algunas otras más como, por ejemplo, el premio anual de productividad y la paga extra. Se ha introducido, además, la suspensión del programa “Banco del trabajo” que permitía a los despedidos continuar recibiendo una paga (una parte del salario) hasta un periodo máximo de dos años.

El presidente de la UAW, Ron Gettelfinger, ha invitado a los afiliados al sindicato a que voten favorablemente el acuerdo alcanzado, poniendo énfasis en los tres puntos favorables a los trabajadores: la salvaguardia del salario base; la defensa de la asistencia sanitaria y las pensiones; la tutela de los niveles de empleo. Pero algunas sectores de trabajadores están que trinan. En tres factorías de Ford (Woodhaven Stamping y Saline, en Michigan) y (Lima, en Ohio) se ha votado en contra. Los datos globales, definitivos, indican que las propuestas sindicales han ganado por un 58 por ciento, entre los obreros y un 58 por ciento entre los comerciales.


Punto final. Dejamos para otro día algunas reflexiones relacionadas con lo que se ha explicado más arriba, de momento el lector puede ir sacando sus propias conclusiones sobre el modelo de acumulación capitalista en los Estados Unidos, el peculiar welfare en aquel país, el carácter y la forma del sindicalismo y lo que encarte. Nosotros también lo haremos con una cierta parsimonia y cuando tengamos las cosas más maduras diremos la nuestra. Por ejemplo, cuando se confirme o desmienta el rumor al que nos hemos referido más arriba.




Radio Parapanda anuncia que dentro de un par de días la señora Rita Levi-Montalcini cumple sus primeros cien años. En su honor, Pilar Lorengar canta "Canción de Paloma" El barberillo de Lavapiés.

miércoles, 15 de octubre de 2008

NISSAN VISTA DESDE EL TENDIDO DE SOL

Nissan ha ganado trescientos millones de euros en los últimos cinco años en España”, dicen los periódicos. Ahora tiene un problema: la caída de la demanda. La empresa, así las cosas, responde con un planteamiento caballuno: poner de patitas en la calle a 1.680 trabajadores. O, lo que es lo mismo: a un problema coyuntural se responde con una medida estructural. Se me dirá que nada hay nuevo bajo el Sol o que esta es el habitual comportamiento de no pocas compañías, transnacionales o domésticas. Lo cual es muy cierto. Pero también es verídico hasta qué punto los actuales grandes terremotos financieros han puesto en entredicho toda una serie de conductas del alto management y una serie de falsas verdades reveladas (o revelables) de la caspa y la brillantina del neoliberalismo. Como no menos cierto es que, quienes acusaban a los que interferían o criticaban abruptamente tales falsas verdades, están recurriendo desordenadamente a las medidas del denostado intervencionismo del Estado, que ahora es la solución cuando antes –según ellos-- era el problema. Hasta el Fondo Monetario Internacional se disfraza de noviembre para no infundir sospechas… En suma, lo que está cayendo puede ser incluso más gordo de lo que los simples comunes mortales sospechamos cuando tantos encopetados personajes aparcan --¿hasta cuándo?, es lícito preguntarse-- sus regüeldos neoliberales y se pasan al “estatalismo”. ¿Pero sólo en el terreno financiero?


Aclaro: se habla de normas y controles. Otros, más precavidos, parecen decir que no se trata de impugnar el uso de las políticas neoliberales sino el abuso de las mismas en un intento de salvar los muebles de la quema ideológica como si pudiera existir, en este caso, una neta diferenciación entre uso y abuso. Pero sólo, insisto, en la arena financiera: un ruedo, como se sabe, especialmente sensible. Pues bien, las reflexiones sobre el uso del neoliberalismo: los comunes mortales de la grasa industrial quedan fuera de estas disquisiciones. Aquí, en esa lógica, no hay tutía. Y, sin embargo, cabe decir que el modus operandi de Nissan (y otras cofradías parecidas) es aproximadamente similar a las conductas neoliberales químcamente puras: la ganancia inmediata y siempre creciente, a ser posible de manera metafóricamente exponencial. Cuando ganando, no se gana de ese modo; cuando ganando, sólo se gana en progresión aritmética; cuando ganando, no se gana como el año anterior o como subjetivamente tiene en la cabeza el alto management --en este caso, de Nissan—, las campanas tocan a difunto y se anuncian despidos masivos. El alto management, así las cosas, tiene en la cabeza que también el Estado tiene la solución: que le apruebe el expediente y pague el desempleo a dichos comunes mortales.


Pues bien, ¿no pueden ponerse normas y controles para tales desaguisados? Normas y controles ex ante y ex post. Un avezado conseller de la Generalitat de Catalunya como 
Antoni Castells afirma con estudiada y pacata respuesta que sí, pero con cuidado porque, en caso contrario, nadie querría invertir aquí o allá. Una respuesta que poco tiene que ver con lo que está sucediendo, y a la vez menos contundente que cuando exige, acertadamente en el fondo y menos en la forma, más dinerillos a Zapatero en el importante asunto de la financiación autonómica.


En definitiva, sean bienvenidas las normas y controles (ya veremos en qué queda la cosa) para regular el sistema financiero. Pero ¿qué pasa con la grasa de las industrias? ¿Sólo la responsabilidad social de las empresas? ¿De qué guindo te has caído, alma de cántaro?


Punto final: échale un vistazo a lo que sigue.

La Fundación Sindical de Estudios, dirigida por mi sobrino Rodolfo Benito, publica un Observatorio especial donde presonalidades como Berzosa, Ontiveros, Sartorius, R. Espinar, J.J. Azcona, C. Rodriguez, I. Alvarez, B. Estrada, E. Gutierrez responden a preguntas sobre la crisis. Ver Observatorio Sociolaboral núm. 72

miércoles, 13 de agosto de 2008

¿HAY QUE BLOQUEAR EL PRESUPUESTO DEL ESTADO?


1.-- Cuando un grupo de amistades organizamos la operación de apoyo a la candidatura de José Montilla para la presidencia de la Generalitat, algunos conocidos y saludados nos lo echaron en cara, básicamente con dos argumentos. Uno, estábamos dando sostén a una persona que, siguiendo el ejercicio de redacción impuesto por Zapatero, pactaría con la derecha nacionalista (CiU) para formar un gobierno sociovergente; este reproche nos lo hicieron tanto desde Catalunya como fuera: hubo quien se jugó conmigo algunas paellas que todavía están por estrenar. Dos, se nos acusó desde los sectores soberanistas –amparados por los antifaces de los blogs— de caer en la trampa de los españolistas del PSC que, como es natural, le harían el juego al PSOE vendiendo a Catalunya por un plato de lentejas. Pues bien, lo primero no se dio: Montilla conformó un gobierno de izquierdas. Y, sobre lo segundo, es la hora que el president haya dado su brazo a torcer en una serie de contenciosos encadenados con Zapatero. Los que se han equivocado estrepitosamente, en lo primero y en lo segundo, comparten entre sí –al margen de las distancias que les separan— algunos defectillos: hablar sin fundamento, especular y confundir las cosas, cosa que algunos hacen a sabiendas y queriendas. Ahora bien, todo ello es irrelevante, pues lo que importa es el incremento del contencioso –y sus nuevas bases-- entre Catalunya y el gobierno español. Nuevas bases digo porque los protagonistas de dicho litigio no son ya los nacionalistas contra el poder central sino, para decirlo en una jerga cada vez con menos sentido, dos “gobiernos amigos”.


2.-- José Montilla, a lo largo de todo su mandato, está siendo sometido a dos apretujones de envergadura: de un lado, una enorme presión subterránea que le viene desde la mano alargada de la Moncloa que no sólo no le perdona que no pactara con la derecha nacionalista para conformar un gobierno en Catalunya sino que, erre que erre, sigue estando en ello; de otro lado, los vaivenes permanentes de Esquerra Republicana de Catalunya. Si hemos de decirlo todo, convendremos en: 1) que Iniciativa es, por lo general, un factor de estabilidad; 2) la derecha nacionalista es sólo una oposición verbal, como una expresión más de su crisis de proyecto y liderazgo.


En ese paisaje José Montilla ha hecho una gestión política templada. Por una parte, moderando algunos incordios provinentes de algunos sectores de su propio partido; de otra, procurando que los vaivenes de ERC no salpicaran al gobierno catalán. Y lo más complicado: evitando que los sucesivos desencuentros –desarrollo del Estatuto, crisis de las infraestructuras y las versatilidades de Zapatero— no generaran una insostenible tensión entre el gobierno central y el catalán. Metafóricamente, Montilla ha hecho un sobrio encaje de bolillos. Eficazmente sobrio, muy lejos de la gestualidad de Pasqual Maragall, siempre proclive a actitudes excesiva e inútilmente desparpajadas con relación al poder central.


3.-- Una discusión sobre el Estatuto puede tener algunos tintes de vacía abstracción. Esto es, se puede estar discutiendo hasta la saciedad sobre tan relevante asunto, y si no se llega a la suficiente aproximación, lo máximo que puede ocurrir es –manteniendo la metáfora de los “gobiernos amigos”-- que unos y otros estén permanentemente en coplas. Pero cuando se trata de algo tan físico como los dineros, las cosas cambian radicalmente. Porque, entonces, se entra en la fase del Estatuto hecho carne: la transubstanciación de la retórica en las cosas de comer. En esa situación, el presidente Zapatero ha estado muy por debajo de las aptitudes políticas que se le atribuían. Calculada o no, sus maneras han pasado erráticamente por las siguientes fases: a) “haré mío todo lo que apruebe el Parlament de Catalunya”, b) una práctica negativa a la publicación de las Balanzas fiscales, y c) admitir finalmente en el Parlamento español la publicación de las balanzas a petición de la inteligente exigencia de la derecha nacionalista catalana. Y la guinda final (hasta ahora): provocar el vencimiento de la financiación autonómica (esto es, el Estatuto hecho carne) sin acuerdo de ningún tipo. Así las cosas, no es exagerado admitir que el balance de la gestión del presidente Zapatero no es merecedor de aplauso alguno. Algo, sin embargo, ha conseguido: de un lado, unir, en su contra, todas las diversidades culturales de los socialistas catalanes; de otro lado, ganarse la animadversión, por distintos motivos, de las fuerzas políticas catalanas así del govern como de la oposición, también de las organizaciones sindicales y empresariales. Zapatero ha derrochado, en un tiempo relativamente corto, un visible prestigio que ganó en buena lid.


4.-- ¿Qué puede pasar a partir de ahora? No hace falta ser adivino para pronosticar que: 1) la temperatura de la tensión política subirá algunos grados; 2) esa olla caliente trasladará su ebullición a los sectores sociales, adquiriendo su primera visibilidad en la Diada del 11 de Setembre; 3) la presión, bajo mil y una formas, podrá tener un carácter sostenido; y 4) ya veremos qué pasará en el momento de la discusión de los Presupuestos Generales del Estado.


Por lo demás, puestos a establecer suposiciones, cabe la hipótesis de que el Partido popular se disfrace de noviembre para no infundir sospechas. Es decir, si Catalunya globalmente se hace la respondona, es claro que el PP pueda entender que le hacen media parte de su trabajo. Así las cosas, sus dardos no apuntarán a Catalunya sino a Zapatero. O, lo que es lo mismo: Zapatero ante dos frentes que, aunque de radical diferenciación y motivos, le arañan apoyos dentro y fuera de Catalunya. Y comoquiera que sarna sin gusto pica lo suyo, ahí está la bicha de la crisis económica para rematar la faena. En esas condiciones puede que a Zapatero le parezca oportuno gritar, taurinamente, el gallardo grito de: “Dejadme sólo”.


5.-- Ahora bien, las hipótesis no se agotan. Es posible que la magia de las chisteras nos pueda deparar otras variantes del cálculo de la combinatoria matemática. Y no se olvide que una de las agrupaciones de dicha disciplina, las variaciones, recibe también el nombre de arreglos, según nos dejó enseñado el gran don Julio Rey Pastor. Pues bien, cabe dentro de lo posible que aparezcan algunos arreglos o, por mejor decir, apaños.


Uno. Que se haga un gobierno de concentración en Catalunya teniendo como protagonistas a los actuales más CiU. Esta opción parecería ser más viable que la de un gobierno sociovergente, que lógicamente podría producir urticarias mil no sólo en Esquerra e Iniciativa sino también en determinados sectores del PSC.


Dos. Un pacto, similar al alcanzado entre Zapatero y Artur Mas cuando se desbloqueó el Estatuto de Autonomía de Catalunya, sobre financiación. No tendría el contenido de lo que se reclama ahora, pero podría ser visto –gato negro, gato blanco ¿qué importa a la hora de cazar ratones?— pragmáticamente por la derecha nacionalista como una hipótesis de volver al Palacio. Este pacto, no inimaginable, podría estar acompañado, para no darle cuatro cuartos al pregonero, con la no asunción de CiU de ninguna cartera ministerial en Madrid para mayor dolor de Duran i Lleida.


Tres. Que el gobierno tripartito catalán decida continuar la presión sobre el presidente Zapatero buscando un acuerdo a medio camino entre lo que pide y lo que está dispuesto a admitirse desde el gobierno central. Pero esto tendría dos inconvenientes: uno, la apertura de grietas profundas en los dos socios minoritarios y, tal vez, la marcha de Ezquerra; dos, el campo libre que dejaría a la derecha nacionalista para elevar el tenor de la presión tanto hacia Montilla como a Zapatero.


6.— En cualquier caso, algo está fuera de dudas: la (necesaria) presión sobre Zapatero está en el orden del día, como se ha dicho más arriba. Entre otras, no es irrelevante la propuesta de no aprobar los Presupuestos Generales del Estado. Yendo por lo derecho: estimo que sería un error considerable. Entendámonos, una cosa es que Catalunya precisa incrementar la presión en pos de las mayores cotas de financiación y otra bien distinta es que el bloqueo de los Presupuestos Generales del Estado forme parte de ello. Hablaremos sin tapujos de este asunto.


La actual crisis económica requiere unos Presupuestos de choque porque, de un lado, nos estamos jugando no sólo de qué manera se debe afrontar esta situación que es de largo recorrido y, de otra, qué pueden hacer las instituciones (todas, desde el Gobierno central a los autonómicos) frente a la crisis en esta fase de la globalización que, como es sabido, no tiene vuelta atrás. En estas condiciones tengo para mí que el bloqueo presupuestario provocaría más estropicios. No me imagino a las organizaciones empresariales y sindicales simpatizando con esa propuesta.


Por otra parte, el bloqueo presupuestario entendido como arma de presión --con los objetivos de conseguir el sistema de financiación requerida por Catalunya— pondría a todas las comunidades autónomas (quiero decir a la gente de carne y hueso) de uñas contra todos nosotros, pero ya no por motivos `místicos´. Así pues, golpeando de esa manera tendríamos más inconvenientes y una reacción anticatalana que ya no tendría las características de de lo que hemos conocido no hace tanto tiempo. Naturalmente, habrá a quien le importe un pito y, tal vez, sea lo que en el fondo algunos desean. Son aquellos quienes tienen una absoluta desconsideración con las prosaicas cosas de comer en una aproximada versión del fiat iustitiam pereat mundi. Sostengo, por lo tanto, que ese arma –políticamente frívola y socialmente contraproducente— acarrearía más problemas a Catalunya, quiero decir a sus gentes de carne y hueso. Más todavía, provocaría una cesura de proporciones inéditas en la izquierda española con relación a la catalana: algo que debería tener en cuenta, sobre todo, el presidente Zapatero.


7.— Esta complicada situación exige al President Montilla una respuesta política de alto calado. Empecemos en negativo: no lleva a sitio conveniente la actual escalada de pirotecnia verbal, que es de ida y vuelta; ni mucho menos que se amplíe el diapasón de dicha escalada. Tampoco conduce a lugar conveniente que por nuestra parte se ponga un elemento que, de antemano, sabemos que es a todas luces imposible de conseguir. Esto es, la bilateralidad. Lo diré sin melindres: para conseguir un sistema de financiación lo mejor posible hay que meterse en la cabeza que o se retira por nuestra parte la exigencia de la bilateralidad o no hay acuerdo. Naturalmente siempre podremos decir que nos asiste nuestra razón. Pero, ¿podemos estar no sé cuántos años teniendo razón y, sin embargo, no sacar agua clara del pozo? No es esa la tarea de la política. Su función es otra. La primera obligación de los políticos es, básicamente, no perder la cabeza.
En resumidas cuentas, José Montilla está en condiciones de liderar un proyecto temperado en defensa de los intereses de Catalunya que, pasan especialmente, por conseguir el mayor listón posible de lo que nos traemos entre manos. En su mano está, por ejemplo, hacer ver que la aproximada exactitud de los teoremas matemáticos tiene en los acontecimientos sociales o bien salidas aporéticas o el despeje acertado de algunas poderosas incógnitas. En ese terreno Doña Empiria está, en algunas ocasiones, en mejores condiciones que las interpretaciones ideologicistas de algunos académicos.



miércoles, 16 de abril de 2008

LA SALUD COMO NEGOCIO

Aunque no abundó excesivamente la información, hace unos cuatro años supimos que la casa farmacéutica norteamericana Merxk & Co estaba dando, por decirlo benévolamente, gato por liebre: Vioxx, el anti-inflamatorio, fue juzgado como un producto peligroso (por cierto, antes de que fuera retirado del comercio) en tanto que responsable de decenas de millares de infartos y de ictus. ¿Se acuerdan ustedes o no? Para eso estamos aquí: para que la memoria no desfallezca del todo.

Pues bien, en aquel año de 2004, el fármaco fue retirado de las boticas, aunque –utilizando un lenguaje de máscaras y disfraces sintácticos— se dijo que sólo podría tener efectos indeseados si se consumía durante 18 meses. Sólo en esas condiciones, afirmaron los dicharacheros lingüistas, podía haber riesgo de ictus y problemas cardiovasculares importantes.

Pues bien, una voz amiga (concretamente, Javier Sánchez del Campo, voraz lector de revistas especializadas) me pone al tanto de que New Scientist relata que importantes científicos afirman que la Merck escondió los resultados de los estudios que efectuaron a los pacientes que habían sido tratados por el medicamentucho (esto lo digo yo) de marras, el Vioxx, desde 2001. O sea, que por lo menos la pócima estuvo tres años en la noche: en la noche de ronda como la luna que se quiebra entre las tinieblas de mi soledad. Escándalo...

Es un escándalo porque la Vioxx ha estado cinco años en el mercado dándole a la empresa, Merck (retenga este nombre y, si no puede, tome rabillos de pasas) más dinero que el explotado en las minas de Potosí. Como se ha dicho, la empresa retira el medicamentucho. Y es, entonces, cuando los afectados organizan una serie de juicios en cadena. Total, la empresa tiene que indemnizarles con un global de 50.000 millones de dólares: cincuenta mil millones de dólares.

Pero llega un momento en que el profesor Richard Kronmal, profesor de Estadística de la Universidad de Washington (Seatle) cae en la cuenta de que el análisis de los documentos que se han presentado a lo largo del proceso evidencia que los científicos de la empresa estaban al corriente de la peligrosidad de la pócima mucho antes de su retirada en 2004. [Mi primera observación: saber matemáticas es harto conveniente; con quedarse sólo en la regla de tres simple no se llega muy lejos. Segunda observación: los científicos de empresa, al parecer, se saben de memoria la famosa poesía de Quevedo, aquella de “poderoso caballero es don Dinero”]

Junto a Kronmal estaba otro profesor, Bruce Psaty. Ambos estudiaron atentamente un documento interno de la empresa, elaborado en 2001. Era un documento en el que se explicaban dos muestreos de 1000 pacientes: uno, con relación al Vioxx; otro, con placebos. El resultado fue: entre los tratados con Vioxx hubo 34 muertos y 12 entre los que tomaron el placebo. Naturalmente, la empresa no dijo ni pío, se calló. ¿Para qué darle cuatro cuartos al pregonero si, con esos cuatro cuartos podían tapar la boca a los científicos de la empresa?Cuando las autoridades pidieron explicaciones, una vez descubierto el pastel, los dirigentes de la empresa –siguiendo el cantinfleo minimalista al uso— contestaron con esta maravilla sintáctica que hubiera dejado pasmado al mismísimo don Luis Wittgenstein: “las muertes son consecuencia de fluctuaciones causales; de todas maneras esas muertes tienen una entidad numérica irrelevante” (sic, aunque en lengua inglesa).

La empresa –erre que erre en su cabezonería de las Montañas Rocosas— hizo algo más: distribuye un comunicado de prensa donde afirma que “no se ha demostrado evidencia alguna que relacione las muertes con el uso del Vioxx; algunos muertes se deben a accidentes de coche, envenenamiento, infecciones y otras causas no relacionadas con el medicamento”. Naturalmente a este escriba sentado, el redactor del comunicado, debió de cobrar una prima extra. Pero eso no lo sabemos (todavía).

Pero, comoquiera que sigue habiendo científicos serios (que no responden al Becerro de Oro), el profesor David Egilman –de la University de Attleboro, Massachusetts— demuestra que se ha ocultado, por parte de la empresa, un estudio posterior, llamado “Protocolo 906”. Este estudio comparaba el Vioxx con otro fármaco, el Celebrex (Pfizer) utilizados los dos por 450 pacientes que sufrían de artritis. Pues bien, los “daños colaterales” (otra figura retórica postmoderna) daba este resultado: porcentualmente los colateralizados por Vioxx eran el doble que el otro.

Así las cosas, tal vez valga la pena hacer un ejercicio mentalmente acrobático: ¿de qué no nos enteramos? Por lo demás, si alguien quiere información de los vínculos entre la sanidad y los negocios haría bien en leer (no en diagonal como hacen los pijohorteras) el libro del doctor Carles Forn, de mataronesa patria: “La salut, ¿medicina o negoci?”. El afamado traumatólogo me ha pedido que le presente el libro. Cosa que haré con mucho gusto.


E-mail que recibo con relación al asunto de que se trata.

Querido Gordo: creo que en tu artículo de hoy olvidas una cosa que, paradójicamente, ha sido muy poco destacada por los medios de comunicación. Hace unos cinco años Joan Ramon Laporte -hijo del ex conseller de Sanitat, director de la Fundació Institut Català de Farmacologia y comilitón mio en la Federación Universitaria de PSUC- ya denunció el fraude médico del VIOXX. Merk se querelló contra él y se la tuvo que envainar -la farmacéutca, no el doctor- porque el Juzgado aseguró que la investigación era seria y científica. Lo cojonudo es que ahora prácticamente nadie cita ese episodio. Y lo más cojonudo es que prácticamente nadie reflexiona sobre el auténtico poder de las grandes corporaciones farmacéuticas en el mundo -junto con las químicas, alimentarias, etc.-, cómo marcan las políticas nacionales e interncionales y cómo controlan los medios, salvo, por supuesto, tu blog y otros pocos. Saludos, Helecho

Muy agradecido quedo al doctor Helecho por haberme refrescado la memoria.

Recibo ahora un e-mail de don Lluis Casas.

Ojo al parche, a propósito de la noticia comentada, les recuerdo a los lectores-participantes que existen varias novelas de John Grisham sobre el poder de las corporaciones, farmaciaúticas o no, de sus manipulaciones jurídicas y técnicas y de su capacidad financiera de resistencia a lo obvio y a lo juzgado. También corre por ahí una excelente película de Coppola, de obligatoria visión en las escuelas, sobre las aseguradoras sanitarias privadas. Los técnicos al servicio del capital salen bien apaleados y la comparación con el sistema de salud público es brutal.
Ese asunto del poder del capital está muy trillado y lamentablemente olvidado, existen diversos manuales para entenderlo, los de Marx por ejemplo o Anselmo Lorenzo como más cercano. Incluso en el campo reformista la misma Clinton se dio de bruces con ello. Me sorprende, valga la redundancia, esa sorpresa que expresa el Gordo (por cierto ¿quien es?, en Parapanda todos lucen una figura de torero) y su comentarista. Son gente muy leída y muy hecha a estos asuntos. 
Les recuerdo que en campo de la farmacia existen reguladores que deben preservar los intereses colectivos, así como el banco de España y la Reserva Federal lo hacen en el campo bancario. Con éxitos notables como esta reciente crisis hipotecaria.
En fin, en todo caso agradezco el detalle de su difusión y me congratulo de conocer también a Laporte, hay sagas familiares que son coj…) y merecen colectivamente la medalla de Sant Jordi, merecimiento cierto y verdadero.
Lluis Casas, tomando aspirinas por si acaso.

Nuevo e-mail del doctor Helecho.

Me permito ampliar el número de lecturas recomendadas sobre la materia. De una parte, "El jardinero fiel" de John Le Carré, y de otra -imperdible- "El cerebro de Kennedy" del maestro Mankell.


Sin duda es un tema manido. Pero ocurre que sólo se trata en el ámbito literario. Ninguna noticia sale en los papeles sobre esos escándalos. Y, por cierto, nos hemos olvidado de las petroleras...

lunes, 7 de abril de 2008

SINDICATO VIETNAMITA Y LA NOKIA

Más de 20.000 obreros de la Nike en Vietnam ha realizado una huelga de dos días (31 de Marzo y 1 de Abril) exigiendo un incremento de los salarios. Estos trabajadores tienen un salario mensual que equivale a unos 37 euros: la tercera parte de lo que vale un par de zapatos en Occidente. Se trata de la movilización más importante que se ha dado en aquel país desde la reunificación en 1976.

La exigencia de los huelguistas era de un aumento de 200.000 dongs (esto es, el equivalente a 8 euros). Finalmente, la cosa quedó, tras la huelga, en una subida de 100.000 dongs, que fue aceptado por la plantilla.

La novedad de esta movilización es que –según fuentes amigas, dignas de todo crédito— ha sido convocada y dirigida, dicho descriptivamente, por los “sindicatos oficiales”. Decimos que es una novedad porque la Constitución vietnamita declara que el país es una “República socialista” y todos sabemos hasta qué punto el sindicalismo en tales pagos pinta una oblea.

Las mismas voces amigas se extrañan de que la Central Sindical Internacional, siempre al tanto de lo que pasa por los cuatro puntos cardinales del barrio global, no haya informado de esta huelga tan significativa. Y sigo, las mencionadas voces me aclaran que no es la primera vez que los sindicatos vietnamitas se ponen al frente del conflicto social, aunque en esta ocasión la cosa ha sido más contundente. Más todavía, la acción organizada del sindicalismo vietnamita es mucho más dinámica que la de los chinos.

Así las cosas, sería conveniente que, en aquellos países de naturaleza más o menos similar a la del Vietnam, los “sindicatos oficiales” tomaran nota del ejemplo y las autoridades se dispusieran a reconocer el derecho de huelga y el conjunto de las libertades sindicales. Estoy pensando en Cuba, a riesgo de que me gane una reprimenda irascible de quienes son más castristas que Castro El Mayor y Castro El Menor.


Por lo demás, parece de cajón que el sindicalismo mundial debería, igualmente, tomar buena nota de las evoluciones del sindicalismo vietnamita y entrar en relaciones con éste.

martes, 25 de marzo de 2008

JOSEP BENET Y NOSOTROS

La relación de Josep Benet con el movimiento de los trabajadores y el sindicalismo democrático catalán es cosa bien sabida. Por eso la pérdida de esta gran figura de la vida política catalana ha sido sentida, también de manera muy especial, entre nosotros.

Conocí a Benet en 1968. Estaba yo detenido en el calabozo municipal de Granollers y allí se presentaron mis dos abogados, Albert Fina y Josep Solé Barberà, junto a un colega alto y flacucho. Era Benet que había querido acompañar a sus dos compañeros. En aquella casucha de tres al cuarto departimos toda una parte acerca de lo divino y lo humano: nos dijimos, según nos enseñó Celaya, que estábamos tocando el fondo. Aunque en realidad nos faltaba un poco más de lo que pensábamos.

Más tarde nos vimos en aquella gran aventura de l’Assemblea de Catalunya, aquel potente movimiento unitario que Benet, junto a otros, ayudó a construir. Muy pocos tuvieron la sensibilidad de este abogado e historiador con los problemas de los trabajadores y sus familias.

Después vino la campaña electoral de 1977 con la gran movilización de masas en torno a la candidatura unitaria del Senado en torno a Benet, Candel y Cirici, la Entesa dels Catalans. A la hora del recuento de los votos en uno de los colelgios de la barriada mataronesa de Cerdanyola (también llamada Puebloseco) aquello era una fiesta. Quien cantaba las papeletas no paraba de decir: ¡el trío! ¡el trío! Me explicaron que se cansó de cantar Benet, Candel, Cirici y decidió abreviar. El resultado general dijo que Benet fue el senador más votado de España: 1.300.000 votos. Nadie le ha superado todavía.

Un año más tarde se celebraba el Primer Congreso de Comisiones Obreras de Catalunya. En una de sus sesiones entra Benet. El Congreso se pone en pie y grita: ¡Benet, President! tantas cuantas veces agita mi sobrino Carles Navales, el autor de aquella `conspiración´. O sea, un poco más y me revienta el discurso sobre la independencia del sindicato. Pero ahí estaba el entusiasmo de los congresistas, mientras un servidor explicaba a duras penas que la independencia del sindicato no estaba reñida con el cariño hacia uno de “los nuestros”.

Siempre que necesitamos a Josep Benet sabíamos que podíamos contar con él. Para lo que hiciera falta. Generosamente desprendido para los proyectos culturales que poníamos en marcha. Por eso, nuestro hombre ha sido una de las personalidades que más afecto ha concitado en el movimiento de los trabajadores y en el sindicalismo confederal de Catalunya.

jueves, 21 de febrero de 2008

Nokua: productividad horaria y productividad absoluta

La Nokia decidió hace pocas semanas deslocalizar la producción que hacía en Alemania a Rumanía, aunque la productividad alemana es casi cinco veces mayor que la rumana: unos cincuenta dólares por hora frente a los doce rumanos. ¿Contradicciones, paradojas?

Al pan pan y al vino vino: el objetivo del capital no es la productividad en sí, es el aumento del beneficio. ¿Que esto es cinco duros de ideología? Anda ya... De hecho la productividad no es otra cosa que el valor monetario producido a la hora por trabajador, eso sí, disfrazado de algoritmos para no infundir sospechas. Sin embargo, el beneficio –la diferencia entre todos los coste de producción, incluido el salario de los trabajadores— es lo que realmente cuenta. Primera conclusión: la Nokia traslada la producción porque en Rumanía tendrán unos beneficios más altos, ya que en este país los salarios son 4 euros frente a los 28 alemanes. Así compensa la menor productividad horaria. Segunda conclusión: a la empresa lo que le importa verdaderamente no es la productividad horaria del trabajador sino la relación entre el salario y el valor del trabajo globalmente considerado.

Ahora bien, parafraseando al Barbudo de Tréveris, existen dos tipos de productividad: la horaria y la absoluta. La productividad absoluta se deriva de la amplitud de la jornada laboral real; la productividad horaria depende de dos factores: los ritmos y la fuerza productiva del trabajo. El incremento de la productividad absoluta es más fácil de conseguir; la otra exige elevadas inversiones en investigación y desarrollo, que se traducen en procesos laborales más eficientes y también en mejores productos más innovados. Esta exigencia de mayores inversiones es lo que, de manera no irrelevante, explica la preferencia casi general del empresariado en optar por la primera productividad. Naturalmente, comoquiera que está mal visto mantener la rudeza berroqueña de optar por los bajos salarios, el empresariado utiliza la sintaxis líquida: modernización, inversiónes y todos los blablablaes habidos y por haber.

Y algo más, los empresarios berroqueños cuando oyen hablar del Barbudo de Tréveris afirman: ideología, caca de la vaca. Y sus intelectuales líquidamente berroqueños dirían: Marx es una antigualla. Bien, esa es su tarea. Pero ¿cuál es la tarea de la izquierda? Pregunta retórica, desde luego. 

viernes, 1 de febrero de 2008

EL SINDICALISMO EN LA DEMOCRATIZACIÓN DE LA EMPRESA

Nota obligada. Este trabajo que viene a continuación es un capítulo de un libro colectivo de cuyo nombre no me acuerdo. Del resto de los autores tampoco me acuerdo. Y, para mayor despiste, sólo caigo en la cuenta de que el citado libro es un homenaje a un caballero que ahora he olvidado. El motivo de esta desmemoria es: hace tres años mi sobrino Toni Comín me pidió con carácter de urgencia un capítulo para ese libro colectivo en homenaje a un escritor norteamericano. Pues bien, todavía mi sobrino no lo ha publicado, aunque me pagó los honorarios. En venganza por tanta molicie cojo el camino de El Jau y lo hago público: así nos las gastamos la gente de Parapanda. Punto y aparte: la foto es gentileza de Jordi Alberich (Círculo de Economía) y se refiere a las Jornadas de la Costa Brava en 1977. Tono Lucchetti, un servidor y un representante del Círculo. La foto de abajo es un perifollo.

Estoy con el maestro Bruno Trentin: el fordismo ha entrado ya en una crisis irreversible, aunque no se pueda decir lo mismo del taylorismo. Vivimos, según creo, en un nuevo paradigma que, por pura comodidad expositiva, definiré como postfordista. Los rasgos más llamativos de esta nueva época son: 1) la innovación-reestructuración de los aparatos productivos, 2) en el contexto de la fortísima tendencia de la globalización interdependiente, 3) que está poniendo en un brete a todas las instituciones políticas que de manera acelerada están perdiendo no pocos controles democráticos. En ese orden de cosas, las viejas categorías de análisis de –por decirlo à la Polanyi— tan gran transformación están en entredicho; y no pocas herramientas de medir las cosas y sus correspondientes algoritmos están en un acelerado proceso de descomposición. Hasta el mismo concepto y la misma fisicidad de “la empresa” han cambiado espectacularmente. Demasiadas complicaciones para un sujeto social, el sindicalismo confederal, que nació y creció en la realidad de otras épocas que, afortunadamente, nunca volverán.

Que el sindicalismo sea o pueda ser un sujeto capaz de democratizar la empresa no es una certeza: es una deseable hipótesis que está condicionada a si puede rehacer, a partir de ahora, su venerable e importante biografía. Así pues, el sindicalismo puede ser un movimiento reformador o, habiendo cambiado tantas cosas, quedar reducido a una agencia técnica (cooptada o no) por su contraparte. Como es natural, apuesto por lo primero, y se me erizan los pelos si (no interpretando adecuadamente el cambio de metabolismo que representa el paradigma postfordista) entra en el pantano de la agencia técnica. Ahora bien, apostar por el sujeto plenamente reformador quiere decir que, también y especialmente, el sujeto social debe cambiar espectacularmente si quiere ejercer su papel de alteridad propositiva en su proyecto, en el modo de cómo lo organiza y en su arquitectura de representatividad y representación. Lo cierto es que-- aunque de manera incipiente y, tal vez, excesivamente lento-- existen algunos elementos que indican que se puede ser razonablemente optimista. Ahora bien, además de las precondiciones que se proponen para que el sujeto reformador pueda intervenir en las transformaciones que están en curso --y en que cierta medida, como se ha dicho, parece que existen --hay un requisito que, a mi juicio, no se tiene en consideración. Concretamente se trata de la necesidad de una alianza entre el sindicalismo confederal y el mundo de la intelligentzia.

Parto de la siguiente premisa: el movimiento organizado de los trabajadores por sí sólo no puede abordar el desafío contemporáneo. Y tengo para mí que no se trata, ni sólo ni principalmente, de un problema de saberes limitados sino del carácter ontológico del sindicalismo. Es más, el sindicalismo podría acumular más saberes y conocimientos y no ser capaz de proponer un proyecto reformador creíble y factible tanto para democratizar la empresa como para intervenir en los desafíos de civilización: revalorizar el trabajo y pleno empleo, desarrollo eco compatible y el welfare state, la relación entre lo público y lo privado… Que tendría, además, como condición imprescindible que el sindicalismo confederal se propusiera elaborar los vínculos y compatibilidades que deberían caracterizar su proyecto reformador. Como no quiero problemas de interpretación con ningún astuto, aclaro lo siguiente: cuando hablo de vínculos y compatibilidades no me estoy refiriendo a la aceptación acrítica de los vínculos y compatibilidades que le vienen de la contraparte, sino de aquellos que el sindicalismo se propone así mismo. Y para mayor abundamiento expositivo, ahora de manera un tanto castiza: el proyecto sindical no puede ser un conjunto de tapas variadas sin conexión entre sí; debe proponer un menú compatible desde los entremeses hasta el postre, incluido el café, copa y puro. ¿O es que no se deben establecer los vínculos (también las prioridades) entre las políticas de empleo y la cuestión medio ambiental? ¿O entre las anteriores y el diseño de una profunda reforma de las políticas de welfare? O si se me exige más, ¿es lógico que el sindicalismo plantee la democratización de la empresa sin proponerse así mismo una ambiciosa reforma de auto democratización? Lo cierto es que, salvo muy contadas excepciones, el sindicalismo confederal ha sido poco capaz de conectar sus reivindicaciones parciales con un serio proyecto general, por indicativo que éste fuera.

1.-- La empresa (o el centro de trabajo, para estos efectos da lo mismo) ha cambiado espectacularmente, mientras que el sujeto social no lo ha hecho de forma tan amplia y rápida. Hablando de estos asuntos, he calificado esta situación como el prototipo de la asimetría. No me estoy refiriendo a la tradicional distancia entre los poderes que existen en la empresa y centro de trabajo, sino a un conjunto de elementos que alargan la distancia entre el dador de trabajo y el sujeto social: la empresa es hoy el paradigma de la globalización, mientras que el sujeto social sigue anclado en una especie de autarquía corporativa; la empresa provoca grandes cambios tecnológicos y sistemas de organización del trabajo innovados, mientras que el sujeto social sigue por lo general en el paradigma fordista; la empresa está conociendo una importante legitimación social, mientras que el sindicalismo no la tiene con el mismo diapasón. Y como telón de fondo, ahí está, ahí está (viendo pasar el tiempo como la Puerta de Alcalá) un interesante problema: si tiene sentido lo que afirma el maestro iuslaboralista Umberto Romagnoli-- la empresa no es democrática porque en ella no se produce la alternancia de poderes-- ¿el intento de democratizar la empresa se convierte aporía o vale la pena seguir dándole vueltas a la cabeza? Mi respuesta a la provocación romagnoliana es: el problema que tenemos es la utilización de una formulación política (democracia) en la esfera de la empresa porque, sencillamente, todavía no se dispone de otra categoría conceptual. Así las cosas, utilizaré este concepto: la intervención sindical en la empresa para crear la mayor densidad de democratización posible.

En todo caso advierto de algo que me parece incomprensible: la empresa, en tanto que producto de un proceso histórico, casi no ha concitado reflexiones tanto por parte del sindicalismo como de la izquierda política; este ha sido tradicionalmente un campo exclusivamente en manos de la economía y más recientemente de la sociología. Las cosas siguen tres cuartos de lo mismo, a pesar de que (como ya se ha dicho) la empresa conoce unos momentos de gran relegitimación, también como centro propulsor de mensajes culturales y políticos.

2.-- Un servidor parte de una consideración elemental: los asalariados no son indiferentes a cómo es el centro y el puesto de trabajo. Esta no indiferencia queda probada por el largo íter reformador el sindicalismo en aras a la humanización del trabajo y la democraticidad de la empresa, mediante las diversas modalidades del ejercicio del conflicto social. Este es un camino que debe continuar en las nuevas condiciones del capitalismo realmente existente, pero propongo que sea de manera conscientemente reformadora. Esto es, como parte fundamental del proyecto sindical. Ello implicaría la asunción de esta tríada: democraticidad, humanización y eficiencia en el centro de trabajo. Pero, comoquiera, que debe tener sus vínculos, no se trataría de una tríada (cada cosa por su lado sin conexión alguna): hablaremos de triángulo.

Partamos, pues, de la empresa que tendencialmente se está imponiendo. Que, como se ha dicho, ya no es fordista. Manuel Castells diría la empresa informacional, Riccardo Terzi hablaría de la empresa molecular, y otros de la empresa postfordista. Bien, aterrizaré un poco, utilizando una vieja metáfora: el agente general de la gran industria ya no es la máquina de vapor (Watt), ni tampoco la cadena de montaje (Ford), ahora lo es la red. Es con este chisme (la red, el nuevo agente general de la gran industria) con quien debe echar sus cuentas el sindicalismo confederal, el sujeto social. Y es en ese territorio donde debe medirse quien proponga la democraticidad de la empresa, la humanización del trabajo y la eficiencia. Por otra parte, la vastísima y vertiginosa innovación tecnológica está siendo gestionada mediante el instrumento de la flexibilidad. La novedad es que la flexibilidad ya no es algo contingente que aparece de higos a breves sino un “método” de largo recorrido, que no ha hecho más que empezar. El gran problema que trae de cabeza al sindicalismo confederal es el poder unilateral del dador de trabajo sobre la flexibilidad. Este decisionismo vertical (sin controles y reglas, sin convenciones negociadas y sin las necesarias tutelas) está convirtiendo la flexibilidad en una pesada patología social. De ninguna de las maneras estoy añorando el viejo fordismo; simplemente relato las actuales novedades. En definitiva, no es la innovación tecnológica quien interfiere las condiciones de trabajo sino la flexibilidad unilateral (no negociada) la que arremete contra las condiciones para el trabajo y las condiciones del trabajo, y quien pone en entredicho los poderes y garantías que el sindicalismo confederal había ido conquistando, también con la ayuda inestimable que le deparó su vieja pareja de hecho, el iuslaboralismo.

De manera que intervenir en el “triángulo” (democraticidad, humanización del trabajo y eficiencia de la empresa) significa hincarle el diente al aparato de la flexibilidad que ya es inmanente. La idea es convertir su actual carácter patológico en búsqueda de oportunidades y autonomía. Hablando en plata: en humanizar el trabajo. Porque sin humanizar el trabajo es dudoso que se consiga la suficiente agregación de fuerzas para ir ampliando los niveles de democraticidad; y sin lo anterior, la empresa tendrá no pocos burgos podridos de ineficiencia. De donde se colige que debe revisarse el concepto (y su algoritmo correspondiente) de la productividad. Parece evidente que las anteriores cuestiones pueden provocar un evidente y fecundo contagio a la práctica global del sindicalismo.

Ahora bien, la humanización del trabajo pasa, a mi parecer, por la necesaria intervención del sujeto social en todo el entramado de los sistemas de organización de la producción-- según sea el carácter de la empresa-- de bienes y servicios. Y aquí, al menos en el caso español, sigue pendiente una vieja batalla, esto es, ¿quién diseña los sistemas de organización de la producción? En nuestro caso, el dador de trabajo tiene el poder unilateral (y el instrumento del ius variandi) para definir tales sistemas. Y para mayor precisión diré: el dador de trabajo impone el uso de tales sistemas organizacionales, dejando al sindicalismo el ya limitado papel de intervenir en el abuso. Es decir, si los sistemas de organización del trabajo es la “Constitución de la producción” hecha carne, materializada, esta “Carta Magna” la escribe e impone sólo (y solamente) el dador de trabajo, dejando que su abuso sea corregido por unos u otros derechos. Estos, siendo importantes, no modifican las causas primeras del mal uso empresarial. Por ejemplo, la siniestralidad laboral es el resultado de unos defectuosos sistemas organizacionales; el mundo de los derechos y garantías, al no entrar en las causas primeras (la organización de la producción) se limitan a paliar los efectos de la nocividad y morbilidad que producen aquellas.

De ahí que sea importante, según creo, que el sujeto social (el sindicalismo en el centro de trabajo) se plantee en su proyecto reformador del “triángulo” el instrumento de la codeterminación de las condiciones de trabajo, que ciertamente sería el acompañante más eficaz de la flexibilidad, al ser ésta negociada. Entiendo por codeterminación el permanente instrumento negocial (entre el sujeto social y el dador de trabajo) de todo el universo de la organización del trabajo y los procesos de innovación tecnológica. Tendría como puntos de apoyo: el trabajo en equipo; la capacidad del grupo de trabajo en la intervención e interacción sobre las decisiones de otros grupos o centros de decisión; un sistema de formación permanente; y el derecho de los trabajadores a experimentar nuevas formas de organización del trabajo. En resumidas cuentas, es un método de fijación negociada, un punto de encuentro, anterior a las decisiones “definitivas”. Es claro que deben ponerse sus normas adecuadas, capaces de definir los dos roles presentes en el centro de trabajo: de un lado, la propiedad; de otro, el sujeto social.


3.-- Es claro que la co-determinación propone una elevación de los saberes y conocimientos del sindicalismo confederal; y, también, se diría que la co-determinación pone al sujeto social en vilo constante. Porque le presiona para proponer y negociar las (imprescindibles) políticas formativas, capaces de establecer una relación entre cambio tecnológico, control negociado de la flexibilidad y aptitudes socioprofesionales de la persona concreta que trabaja. Es decir, una formación permanente (mejor a lo largo de todo el curso laboral de la persona) orientada no al trabajo abstracto sino al trabajo concreto.

Y ni que decir tiene, la co-determinación como elemento de gobierno y control de los tiempos de trabajo y su relación con los tiempos extralaborales. Este asunto me parece de capital importancia, y temo que el sindicalismo (obsesionado por la semana de 35 horas) le concede menos importancia al gobierno y control del tiempo. Y diría más, una cosa son los horarios de trabajo, y otra (bien diversa) son los tiempos de trabajo. Bienvenida, claro está, la reducción de la semana laboral, pero me parece que la ausencia de una reflexión sindical sobre los tiempos de trabajo y su compatibilización con los tiempos de vida, le está jugando una mala pasada. Hablo de tiempos de trabajo porque no es igual la visión que tienen las mujeres de ese asunto que la mirada de los hombres; y no se parece en nada las culturas de la juventud sobre el tiempo de trabajo que la que sigue disponiendo el trabajador más veterano, acostumbrado a la sincronización del tiempo, concebido, diseñado e impuesto por el sistema fordista.

4.-- He partido de la hipótesis de que no parece fácil la democratización de la empresa si no es a través de un proyecto omnicomprensivo del sujeto social que ligue todos los lados del “triángulo”. Ahora bien, ¿no estará más legitimado el sindicalismo en la propuesta democratizadora si procediera simultáneamente a su propia autorreforma cultural y organizativa? Se trata, ciertamente, de un proyecto que se proponga la reunificación de las diversas subjetividades del mundo laboral en el centro de trabajo: categorías profesionales, trabajadores fijos, atípicos, subcontratados, mujeres, jóvenes, veteranos, valorando apropiadamente tanta diversidad. Y, a la vez, rehuyendo la cómoda práctica del “café con leche para todos”, como vieja secuela de la época fordista. Reunificar no quiere decir, en este caso, las viejas conductas igualitaristas. Ocurre, sin embargo, que como estamos hablando de democratización, todo proyecto sindical debe ser elaborado con los niveles más altos posibles de participación activa e inteligente. O lo que es lo mismo, se trata del sindicalismo de los trabajadores, y no del sindicalismo para los trabajadores. También porque no se tiene tanta autoridad para exigir a la contraparte conductas democráticas si en la casa del herrero se utiliza un cuchillo de palo. En otras palabras, la co-determinación desafía al sujeto social a plantearse su propia reforma democrática.

En este sentido, la elaboración de las demandas reivindicativas (la plataforma), la decisión de aprobarlas, el delicado proceso del “do ut des” ante la contraparte, el hipotético recurso a cualquier expresión del conflicto social, de un lado; y, de otra parte, la elección de quién negocia y ostenta la representación, deben ser objeto de una mayor densidad participativa. Hablamos de participación porque también las grandes transformaciones en el centro de trabajo han puesto en entredicho las viejas formas participativas. Pero, igualmente, es cierto que las innovaciones tecnológicas favorecen nuevos modos de encuentro y debate, virtuales o écuménicas. Lo que no tiene sentido democrático es la vieja consideración de que para decir ¡no! es suficiente con el pronunciamiento de la dirección sindical, pero para dar el acuerdo es necesario un baño democrático. Estos eran algunos de los comportamientos de la vieja época fordista que ya no cuadran con la necesidad de participar ante los nuevos desafíos y ante la emergencia de un mayor deseo libertario de las nuevas generaciones.

5.-- La pregunta inquietante podría ser: ¿cuenta el sindicalismo confederal con un apropiado general intelled para abordar este torbellino de retos que ya están en curso? Me gustaría contestar afirmativamente. Y, de paso, aprovecho la ocasión para decir desparpajadamente que las gentes de mi generación podíamos haber hilado más fino y dejar una herencia más copiosa. Pero no supimos o no pudimos más. Pero, sin justificación alguna, debo aclarar que los sindicalistas de mis tiempos ni siquiera recibimos herencia alguna: sobre los cascotes del viejo “sindicato” de la Dictadura construimos un nuevo edificio. Y es, ahora, a las nuevas levas sindicales a quienes les toca la responsabilidad de, estando así las cosas, avanzar en un proyecto reformador y la manera de organizarlo.

Un proyecto, digo, que sintetice las grandes experiencias que vienen desde la acción colectiva y la inteligencia de quienes participan desde los centros de trabajo, constantemente verificado en sus contenidos y en las prioridades establecidas. Y para ello tiene el mayor interés que el sujeto social (en este caso, el sindicato general) acumule el mayor grosor posible de sabiduría colectiva (general intelled, dicho marxianamente). Porque hoy cada vez tiene más significación afirmar que el conflicto social es, por encima de todo, un conflicto de conocimientos y saberes. De ahí que parezca necesario que el sujeto social establezca la mejor relación con el mundo de los saberes, tanto técnicos, como científicos y de las humanidades. Yo viví una época en que (visto a toro pasado) dogmatizamos acerca de que el sindicalista se hacía en la lucha y ejerciendo su actividad. Naturalmente, no lo impugno totalmente; pero, ahora (y a partir de ahora) aquella formulación es asaz limitada y esquemática. Nosotros no hicimos mal papel, pero teníamos las cosas relativamente más fáciles. Es más, en aquellos viejos tiempos la distancia cultural entre el dirigente sindical y el trabajador era más amplia que ahora. Pero lo que cuenta, en las actuales circunstancias, es el enorme desafío ante los problemas de civilización que tenemos delante de nuestros ojos, de un lado; y, de otra parte, que los mánagers han avanzado considerablemente en sus conocimientos y técnicas. De ahí que la pugna por los saberes y conocimientos debe ser, para avanzar en el proyecto democratizador, el abc.

Así pues, el diálogo entre sindicatos y la intelligentzia es fundamental. Naturalmente estará lleno de tensiones y asperezas. Pero esta es la naturaleza lógica de las cosas. Pongamos un ejemplo, ¿acaso no existe tensión (de momento submergida) entre los iuslaboralistas y el mundillo sindical con relación a la flexibilidad?, ¿no es verdad que existen asperezas entre el iuslaboralismo, más atento a la práctica lege ferenda que los dirigentes sindicales, más preocupados por la práctica de la negociación colectiva? De ahí que se pueda exclamar: benditas asperezas y tensiones. Porque significa que se discute o, por mejor decir, se debería discutir más a pierna suelta.

En resumidas cuentas, más saberes para todos. De ahí que crea conveniente desempolvar una vieja propuesta que hice en otros tiempos: el Estatuto de los Saberes y Conocimientos. Pero ¿qué es eso? Como diría el viejo Jorge Manrique recuerde el alma dormida la delicada atención que pusieron los pioneros del movimiento obrero de antaño con relación al tema de la enseñanza. Y avive el seso y despierte cayendo en la cuenta de la gran preocupación que tuvieron por la cultura de los trabajadores gentes como Anselmo Lorenzo, Pablo Iglesias, Salvador Seguí y Joan Peiró, entre otros muchos. Parece que todavía resuenan los viejos lemas de enseñanza libre, laica y gratuita. ¿No ha llegado el momento de proponer la enseñanza digital libre y gratuita? Y, partiendo de esa cuestión ¿no sería importante sistematizar todos los derechos de ciudadanía que se exigen, en esta fase de grandes transformaciones de época, bajo el paraguas de más saberes para todos? Porque lo cierto es que tales cambios están provocando la brecha digital, el digital divide, con todas las vastas (y peligrosas) marginaciones, exclusiones y descohesión social, de las que pienso que todavía no se es plenamente consciente de su amplitud y repercusiones para hoy, mañana y pasado mañana.

En definitiva, quiero decir que no me parece viable un proyecto reformador del movimiento organizado de los trabajadores si no se parte de una atención suficiente al problema de la enseñanza, de los conocimientos y saberes.