lunes, 29 de octubre de 2007

PODRÍA HABER UN BATACAZO ELECTORAL EN MARZO

Zapatero puede sufrir en la primavera un revolcón electoral, y quien no contemple seriamente esta hipótesis posiblemente no ande bien de la cabeza. Desde luego no será por méritos del partido popular como por esa tendencia, que al parecer se va generalizando, de contravotar, es decir de echar al que está gobernando.
Zapatero protagonizó un bienio de esperanza: los dos primeros años de su mandato con realizaciones importantes como la retirada de las tropas de Irak y las leyes de ampliación de los derechos civiles; la segunda parte de la legislatura –también con importantes medidas legislativas— ha quedado desdibujada por la presión mit(o)idelógica de las derechas más rancias que, al languidecer la tarde, renacen de sus sombras de buhardilla. Esta presión ha marcado el paso y tanto el gobierno de Zapatero como el PSOE no han sabido ponerle coto. Sin embargo, me parece que la hipótesis de que haya revolcón electoral no vendrá por estos movimientos. Eso me parece es, como queda dicho, otra hipótesis. Que no deseo.
Una lectura esquemática de los avatares electorales españoles me lleva a la conclusión de que las cuestiones de corrupción y otros desaguisados políticos tuvieron poca influencia en el comportamiento de la gente monda y lironda. Y si la tuvieron no alcanzaron la suficiente densidad para provocar el desalojo de los (siempre provisionales) inquilinos de la Moncloa. Abundo más en la materia: no fueron los negros lances de la política, en su sentido epidérmico, los causantes de los cambios de gobierno tras las elecciones. Porque dichas situaciones o no afectaban directamente a la condición material del público o éste veía la relación entre, por ejemplo, la corrupción y sus intereses materiales. Ahora las cosas han cambiado.
La estrambótica situación ferroviaria barcelonesa está agrediendo a centenares de miles de personas desde hace muchos meses, aunque ahora está alcanzando unos niveles insufribles. Aunque la oposición no denunciara estas situaciones, el contravoto funcionaría a todo meter. En primer lugar, se trata de una historia cuajada de improvisaciones y, según parece, con una gran precariedad de diseño técnico. La última improvisación: el planteamiento de una terminal provisional en El Prat de Llobregat demuestra a las claras la culminación de una serie de ocurrencias político-técnicas.
El sufrimiento cotidiano de centenares de miles de personas ha sido (y lo que te rondaré, morena) superlativo. Personas que, de madrugada, se veían turbadas en el transporte, llegando tarde al centro de trabajo, debiendo recuperar el mayor tiempo invertido y, tres cuartos de lo mismo, al regresar del trabajo a casa. Un gentío –digámoslo con contundencia-- que siempre, siempre y siempre demostró un alto nivel de civismo o, tal vez, de resignación que oían un extraño lenguaje que venía de de las autoridades: paciencia les decían a los mansos de espíritu. Como si estos se hubieran tirado cimarronamente a los montes de Collserola con arcabuces y espingardas. A mi no me lo han contado: yo soy testigo de esa mansedumbre, de esa resignación que, a lo máximo que llegaba, era al sarcasmo, siempre controlado. Y posiblemente pensando (esto no lo puedo asegurar, obviamente) aquello de “arrieros semos y en el camino nos encontraremos”.
El público tiene una información aproximada. Quiero decir que es consciente de la complejidad de las obras que se necesitan para la nueva infraestructura y, también, parece saber que el gobierno catalán tiene poco que decir en estas cuestiones. Pero, posiblemente, su aproximada información le indique que en Madrid las autoridades han sido poco previsoras; y su aproximada información, tal vez, les habrá llevado a pensar que las autoridades catalanas no han sido sensatamente enérgicas en todo este periodo; o moderadamente enérgicas. “Paciencia” era la consigna que se enviaba a los pacientes malaventurados. Unos pacientes que ni siquiera han seguido la moda de crear una plataforma de autodefensa.
Por otra parte, tampoco nadie ha visto energía alguna por parte de las autoridades a la hora de exigir responsabilidades a los constructores; esta petición de responsabilidades ha llegado tarde y cuando el problema era insostenible. Pero, en todo caso, sí ha sido bien visible la desconexión entre la política gubernamental y la técnica. Lo que, dicho entre paréntesis, debería significar un toque de atención al carácter altivo de la técnica que también ha fallado estrepitosamente. Ahora bien, el esperpento llegó cuando algunos voceros informales dejaron correr una estridencia: el problema estaba en que Villar Mir quería chantajear al gobierno por un asunto que venía de atrás. Pero...
Pero... ¿alguien puede creer que Villar Mir está interesado en una operación chantajista, sabiendo las inconveniencias que esto le puede acarrear en su futura biografía empresarial así en Europa como en el mundo globalizado? “Es que Villar Mir es un hombre del partido popular...”, afirma un lenguaraz que visita las covachuelas del poder. Pregunto, sin ni siquiera recurrir al sentido común: ¿desde cuando un empresario, sea del partido popular o de la asociación vegetariana de Parapanda maltrata sus propios intereses económicos con una operación de ese cariz? Seamos serios, una cosa es que sea del partido popular y otra es que su coeficiente mental funcione, en sus propios asuntos, con servicios mínimos.
En resumidas cuentas, los pacientes –se dice que la mayoría responden a la condición de fiel intendencia del granero de votos socialista— pueden contravotar o quedarse en casa. La pupa que han recibido está convirtiéndose en costra. Mejor que no sea así. Yo, por si las moscas, votaré aproximadamente `bien´. Seguiré haciendolo a la izquierda, a pesar de que –desde sus alturas institucionales— no ha estado a la altura de las circunstancias. De todas formas, todavía es posible, pienso yo, un acertado y contundente golpe de timón.
Pero, digamos con el poeta cordobés: “Non los agüeros, los fechos sigamos”. Narraba Juan de Mena que en determinado puerto de mar estaba la marina de guerra dispuesta a zarpar rumbo a las tierras sarracenas. El almirante había dado la orden de a toda vela; su consejero –un agorero de los viejos tiempos—le recomendaba lo contrario porque el vuelo de los pájaros, porque las nubes, porque patatín y patatán... El almirante, un pre renacentista, con cinco duros de modernidad, le contestó lo dicho: “Non los agüeros, los fechos sigamos...”. Me reservo una discreta autocensura: ocultaré de momento hacia dónde condujeron los hechos y el sentido de los agüeros del consejero supersticioso. Informése Zapatero de qué ocurrió: ¿acertaron los agüeros?

viernes, 19 de octubre de 2007

LA EUROPA SOCIAL, UNA ASPERA CAMINATA

José Luis López Bulla

Ponencia: Ciudad Real, 26 de Setiembre de 2005

La primera observación que deseo hacerles es la siguiente: a mi juicio, somos tan prolíficos hablando sobre la globalización que no caemos en la cuenta de que existe algo que tiene mayor alcance e importancia. Es el actual proceso de innovación-reestructuración de los aparatos productivos y de servicios que está transformado aceleradamente el trabajo tal como lo hemos conocido, la estructura del conjunto asalariado, el sistema de valores, la cultura y todas las esferas sociopolíticas en Europa. Ni qué decir tiene que el universo de los derechos y, particularmente el iuslaboralismo, están siendo afectados de manera bien visible. Se trata de enormes desafíos que --lo vengo diciendo desde hace ya tiempo-- exigirían una amplitud mayor del debate entre iuslaboralistas, sindicalistas y mánagers en las muchas cosas comunes que, desde perspectivas diversas, abordan unos y otros.

Esta innovación-reestructuración es la consecuencia de la gigantesca transformación tecnológica que, definitivamente, ha puesto en crisis el viejo paradigma fordista que ha recorrido el siglo XX en Occidente. Naturalmente, la globalización se ha convertido en el concepto más aparatosamente mediático, pero mantengo que la innovación-reestructuración (que, por pura comodidad expositiva, llamaré paradigma posfordista) es la madre del cordero. Más todavía, la globalización se da en ese contexto posfordista. Esta primera observación es vital para la construcción de Europa y, en concreto, para abordar el áspero camino de la Europa social. En resumidas cuentas, el acento debe ponerse en el análisis de los procesos de innovación-reestructuración que son los que determinan, de un lado, todos los cambios y, de otra parte, el carácter de la actual fase de globalización. Dicho en plata: hablar de la globalización, al margen del actual paradigma posfordista, es pura hojarasca.

Europa está atravesando, en el terreno institucional, momentos confusos después de las vicisitudes de las consultas electorales en Francia y Holanda. Por lo menos dos son las explicaciones que tengo a la hora de explicarme la actual situación europea. De un lado, la inexistencia de sujetos políticos y sociales; de otro, el enorme peso simbólico que todavía tiene el Estado nación.

Los partidos políticos y las asociaciones de intereses siguen siendo unos sujetos que permanecen anclados en el viejo paradigma fordista y en el del Estado nacional. Ello explica, aunque en parte, que el debate en torno al Tratado de la Unión europea haya sido un simulacro, pues la refriega (también en España) se ha caracterizado por una campaña en la que sólo aparecían las cuestiones domésticas. Nada se habló del Plan de Estabilización y crecimiento, nadie dijo ni pío acerca de la hipotética construcción de un welfare europeo; ni siquiera cuatro palabras sobre el alejamiento de los acuerdos de la importante Cumbre de Lisboa 2000. El referéndum europeo fue, en España, otra ocasión más para un nuevo ajuste de cuentas entre los partidos políticos, coincidieran o no en la llamada positiva al voto. Amén del planteamiento de los retales de algunas izquierdas que propugnaron el voto negativo sobre la base de la toponomástica política, no con relación al carácter orgánico de lo que se estaba ventilando. O como el caso francés: allí lo que contó fue una partida doble. El ajuste de cuentas en el interior del partido socialista, de un parte; y, de otra, expresar los sentimientos en clave nacional contra la política de Chirac.

No puedo decir, desgraciadamente, que las asociaciones de intereses (y, concretamente, el sindicalismo confederal o las organizaciones empresariales) estén bien situados en el actual paradigma posfordista ni en su colocación europea, porque también la pesada herencia del Estado nación les pesa lo suyo. En esto último, la paradoja es muy estridente: mientras que la economía está situada en los amplios espacios de lo supranacional, las organizaciones económicas y sociales se encuentran desubicados de ese amplio territorio global están y reducidos al más puro provincianismo. Unamos a lo anterior dos elementos: a) la Confederación europea de sindicatos (Ces) es una internacional que está, creo yo, al margen de los procesos en curso y es incapaz de coordinar demandas, reivindicaciones y el conflicto social que las sustenta. El resultado es el siguiente: los proyectos de cada sindicato nacional guardan escasa relación con los del resto de las organizaciones europeas y no tienen vínculo alguno con un proyecto sindical europeo que, hasta la presente, sigue sin existir; de ahí que los conflictos sociales que se dan en cada Estado nación tampoco guarde relación alguna con las movilizaciones que se dan en otros países. Es decir, separación de proyectos y separación de conflictos.

Y para mayor desgracia nuestra: en un país tan importante como Francia, el sindicalismo sigue dividido y, al parecer, mantiene las más viejas tradiciones de caminar separados y golpear unidos. Son unos poderosos inconvenientes que planean sobre la actual situación europea y, al mismo tiempo, representan fuertes interferencias para la fatigosa construcción de la Europa social. Y si los sindicatos tienen esos inconvenientes, en más déficit de naturaleza europea están las organizaciones empresariales. Esto último es francamente paradójico pues la empresa es, sin lugar a dudas, la sede donde se expresa con mayor fuerza el mundo global e interdependiente. Así las cosas, tanto las formaciones políticas como las asociaciones de intereses tienen grandes prevenciones (miedo, diría un servidor) de abordar las brumas de lo supranacional y prefieren agarrarse a la (tendencial) ficción del Estado nacional.

En todo caso, retengo que el sindicalismo no contar con una adecuada línea de conducta en relación a las cosas europeas. En ese sentido, creo acertada la posición de Umberto Romagnoli cuando, también o especialmente para la construcción europea, considera que el sindicato debe ser un sujeto capaz de construir un consenso colectivo; y me alejo del maestro cuando afirma que la palabra sindicato é malata: un juicio tal vez excesivamente severo. Y más archisevero es cuando afirma que la palabra “sindicato” ya no dice nada[1]. Con todos mis respetos al maestro creo que es bastante lapidario.

La construcción de la Europa social o se incardina en el paradigma de esta etapa, ya postfordista, o no se están haciendo debidamente las cosas; una etapa que, repito, he definido de innovación-reestructuración, también para indicar que no se trata de un tránsito a la antigua usanza, sino más bien de una transición permanente (como si dicho tránsito no se acabara nunca), tal como se manifiesta ahora la innovación tecnológica. Quiero decir, con la enorme rapidez con que se expande la innovación tecnológica.

Permítanme una previa: se equivocaría quien viera que estas novedades son el resultado de un complot, diseñado en todo lo alto de Monte Pelegrino con von Hayek oficiando la misa negra del neoliberalismo. Porque, en buena medida, esto es también –y sobre todo-- el resultado de la incesante caminata revolucionaria de las fuerzas productivas que un barbudo alemán dejó dicho allá, corriendo el año de 1848 en un famoso manifiesto escrito al alimón con otro miembro de su cofradía. No, decididamente pienso que no se trata de un complot. Quizá vengan a cuento, con relación a lo que estoy diciendo, las palabras de un personaje tan singular como Joseph Roth: “no se baila el charleston porque el mundo sea capitalista, sino porque es una de las formas de expresión de la sociabilidad de nuestra época”.

Y sin más dilación paso a apuntar los mínimos indispensables que deberían caracterizar la metodología de una renovada Carta social europea. (El lector notará en falta algunas cuestiones elementales que no se mencionarán pues figuran detenidamente en la Carta de Niza 2000, tales como el derecho a la negociación colectiva, el ejercicio de la huelga y otros, que damos por bien dichas). Pero, séame permitida una observación que no considero irrelevante en este encuentro de juristas: no estoy planteando los derechos que vienen a continuación como la expresión de un universo puramente jurídico, sino inscritos vivamente en nuestro concreto proceso social. Naturalmente pienso que, en torno a ellos, es necesario un abierto debate entre sindicalistas, dirigentes empresariales y operadores jurídicos.

Y son:

1.- Derecho a la certidumbre del contrato de trabajo para todas las formas del trabajo contra las rescisiones unilaterales y no motivadas por causa justa, substituyendo los antiguos vínculos de fidelidad y antigüedad propios del viejo modelo fordista.

Una certidumbre del contrato de trabajo que no sólo se refiere a las garantías del trabajo heterodirecto en los nuevos países socios de la Unión, que tienen un iuslaboralismo menos tuitivo, sino también a los de los trabajadores de los actuales países que conforman la Unión. Es decir, de todos. Hablemos claro, la certeza que imprime el contrato de trabajo no quiere decir que el contrato sea por tiempo indefinido; expresa que lo convenido en tal instituto tiene la firmeza de lo estipulado. No es poca cosa en estos tiempos que corren, caracterizado porque se han despotenciado las reglas del juego[2]. No es poca cosa para nosotros, europeos de estos tiempos, y, desde luego, es algo de gran importancia para las relaciones laborales de los nuevos socios que entrarán en la Unión dentro de poco.

2.- Derecho a la formación durante todo el periodo de la vida laboral con los mecanismos de financiación adecuados a cargo de las empresas, el Estado y la sociedad.

La razón es bien sencilla: hemos dicho que la fase de innovación-reestructuración no es un tránsito a la antigua usanza sino un prolongado cambio. Más todavía, si el éxito de la empresa se mide por la capacidad de interpretar las demandas del mercado, el derecho a este tipo de formación aparece como condición sine qua non para la autorrealización de la persona que trabajo, para la eficiencia de las empresas y para la relación de todo ello con los sistemas de protección social y la mejor marcha de la economía. Y, además, como elemento imprescindible para un adecuado control de la flexibilidad negociada entre los sujetos sociales y sus diversas contrapartes[3].

En pura lógica con lo dicho hace un momento sacamos otra conclusión: es necesario reformar adecuadamente los sistemas pedagógicos en todas las enseñanzas, desde la primaria a la universitaria. Porque ya no es válida la formación (a nivel que sea) que concluya afirmando que lo aprendido en tal cual sede, en un momento dado, tiene utilidad para siempre[4]. Para estas materias de tan relevantes quisiera recomendarles un libro –que nos viene recomendado de la sabia inteligencia del maestro Umberto Romagoli-- cuyo autor es Saul Mehnagi; se trata de Il sapere professionale, editado recientemente por Feltrinelli; el profesor Baylos, Rodolfo Benito y un servidor estamos empeñados en editarlo en castellano. Espero que algún día lo puedan tener ustedes en la correspondiente versión portuguesa.

3.- Elaboración de un catálogo de nuevos derechos de ciudadanía social propios de esta fase de la innovación tecnológica.

Porque no es posible afrontar los nuevos desafíos mediante mecanismos de protección que, siendo adecuados en la época del fordismo industrial, hoy ya son placebos: ni chicha ni limoná. En esa dirección, retomo lo que he planteado en diversas ocasiones, esto es, el Estatuto de los Saberes[5], como elemento central de lo que podríamos denominar el welfare tecnológico, es decir, el nuevo compromiso político-social que deberían construir la política, el sindicalismo confederal y las organizaciones empresariales europeas, y en base a las muy positivas experiencias de los últimos tiempos, tampoco debería olvidarse el papel de la sociedad civil en la innovación, concretamente el papel de los hackers[6]. Desde luego, la construcción de ese nuevo compromiso político-social que se plantea tiene, como mínimo, dos importantes pilares: la negociación colectiva y la legislación, elementos imprescindibles para el nacimiento de un nuevo iuslaboralismo. Si, para ello, tuviéramos que bordar una bandera, propongo que el lema sea: “Más saberes para todos”.

A mi entender, será en el terreno de los saberes y del conocimiento donde se ventilarán los grandes desafíos de los tiempos presentes y venideros. O lo que es lo mismo, el binomio saberes-tecnología es la madre del cordero: el saber entendido como factor social y factor productivo, será cada vez más el motor determinante de la equidad y de la calidad del desarrollo, el eje central de una renovada propuesta de justicia social. De ahí que el conocido científico sevillano Luis Angel Fernández Hermana proponga insistentemente algo tan lúcido como la enseñanza digital obligatoria y gratuita que evoca unas profundas resonancias históricas sobre una de las batallas de civilización más importantes de las izquierdas de ayer: la enseñanza gratuita, uno de los grandes pilares de las políticas de welfare del siglo XX. En resumidas cuentas, hoy el valor de la igualdad no puede deslindarse del acceso al saber o, si se prefiere, la instrucción a todos los niveles es pieza clave para la igualdad.

4.- El derecho al conocimiento del objeto del trabajo, el control de los sistemas de organización del trabajo y de la participación en la definición de los objetivos productivos y organizativos.

El gran objetivo es: reducir y cambiar las relaciones de subordinación, aumentando los espacios de libertad en los centros de trabajo. De ahí la necesidad del instrumento sobre el que vengo insistiendo machaconamente: la codeterminación[7]. Este es un territorio en el que se echa de menos la actividad contractual del sindicalismo que todavía sigue escorado hacia el ´pacto callado´ de la época fordista: el dador de trabajo monopoliza el poder de la organización del trabajo, esto es, el uso, reservándose el sindicalismo la corrección del abuso[8]. Lo curioso de este asunto es que la caída del fordismo industrial no se ve acompañada de la desaparición del taylorismo, ya que el dador de trabajo sigue cooptando los saberes empíricos del conjunto asalariado sin ningún tipo de contrapartidas. Es decir, sigue en el aire el espectacular apotegma del ingeniero norteamericano Taylor: si la organización del trabajo es científica, ¿a santo de qué vamos a negociarla con los trabajadores y sus organizaciones sindicales? Unas palabras que, en determinados aspectos, tienen una fuerte actualidad; ahí se medirá la capacidad de proyecto del sindicalismo y la izquierda política para proponer una creíble y gradual alternativa. O lo que es igual: saber salir del pensamiento y la práctica fordista cuando la empresa ha tiempo que se escapó ya de dicho sistema en su variante industrial.

5.- El welfare state activo, no clientelar, basado en el paradigma tecnológico, que tenga un carácter incluyente, descentralizado y con los correspondientes apoyos de la subsidiaridad.

Parece evidente que, de lo que se lleva dicho hasta ahora, se desprende la necesidad de situar también las nuevas protecciones del Estado de bienestar en el actual paradigma de innovación-reestructuración que está substituyendo a uñas de caballo el viejo territorio del fordismo. Porque la evidente crisis del Estado de bienestar nace de las profundas modificaciones que ha tenido el sistema productivo fordista, hoy ya en una situación terminal. O lo que es lo mismo, la persistencia del mismo modelo de Estado del bienestar bajo una realidad que ha cambiado profundamente está comportando efectos desestabilizantes[9]. De ahí, especialmente, nacen las dificultades más densas que tienen las políticas distributivas y el conjunto de acciones del welfare: unas y otras están poniendo en muchos apuros al sindicalismo confederal y al conjunto de la izquierda política. El sindicalismo se mueve en un terreno asaz inoperante, de un lado[10]; a la izquierda política, por otra parte, le conduce o bien a una cierta mimesis de los planteamientos de la derecha o bien a conductas de resistencia. Y lo cierto es que también en ese terreno, en el del welfare, se medirán sindicatos e izquierdas, a partir de ahora, con la realidad. Unos y otros deben salir con urgencia de ese callejón sin salida pues se está convirtiendo el asunto en una situación aporética.

Las cosas son, ciertamente, complicadas porque las políticas de Estado de bienestar (que algunos sociólogos llaman benestaristas) han estado vinculadas, a lo largo del pasado siglo, con el sistema de producción fordista; caído éste ¿cómo sustituir las fuentes nutrientes del welfare? Este es el gran desafío que tiene la Europa social de la que tanto estamos hablando. Porque, si bien en términos generales, se ha podido hablar de un ´modelo social europeo´, la cuestión actual es: comoquiera que el benestarismo de los países más desarrollados de nuestro continente se han basado en la primacía del fordismo ¿cómo construir un auténtico welfare europeo, cuando ya el tan repetido fordismo industrial es pura hojalata? Esta es la cuestión. Desde luego algunas señales nos vienen, por ejemplo, desde Finlandia. Las investigaciones de Manuel Castells y Pekka Himanen son ilustrativas. Destacan, entre otros, los compromisos entre empresas (especial, aunque no únicamente) como Nokia, el Estado, las regiones y los sindicatos. El hilo conductor que atraviesa estas instituciones es la innovación tecnológica y los procesos formativos, las inversiones en investigación y en los diversos escenarios de la sanidad, enseñanza, vivienda... Esto ha llevado a dicho país a una espectacular caída continuada, o al menos a un nivel bajo, de injusticia y exclusión social. La explicación parece clara: el desarrollo tecnológico finlandés, medido por el índice de logro tecnológico de la ONU, es superior al de Estados Unidos y al resto de las economías avanzadas[11]. La señal que nos viene, así las cosas, es que las políticas benestaristas tienen como fuente nutriente el paradigma de la innovación tecnológica. Así pues, la visión de algunos apocalípticos de que la innovación tecnológica liquidaría el Estado de bienestar no se ha visto confirmada por la realidad de las cosas finlandesas. Porque el punto de vista con fundamento de los finlandeses ha sido establecer un amable binomio entre la innovación-reestructuración y el welfare.

En otro orden de cosas, el (necesario) vínculo entre concertación social, a todos los niveles, y las políticas benestaristas debería orientarse a ir conformando un welfare que ya no fuera fundamentalmente de resarcimientos, tal como se expresó durante todo el tiempo fordista; una práctica ésta, de resarcimientos, que sigue vigente. Para que esta cuestión tan delicada quede lo suficientemente clara es necesario poner algún ejemplo ilustrativo: el monopolio de los sistemas de organización del trabajo por parte del empresario (y su unilateralismo en las decisiones) ha consolidado que el dador de trabajo no vea (o no quiera ver) la relación estrecha entre sistemas de organización del trabajo, condiciones de trabajo y siniestralidad laboral; al final todo acaba en que el empresario acaba externalizando los costes de tanta sangría humana a los sistemas públicos de protección social, provocando una considerable hemorragia del welfare. De ahí que las disposiciones normativas y la concertación social en Europa caigan en la cuenta de este circuito vicioso. Quiero decir que lo importante no es resarcir a los afectados por la siniestralidad laboral sino poner las bases para reducirla drásticamente, mediante unos sistemas de organización del trabajo que conduzcan a la humanización de las condiciones de trabajo: unas y otras deben ser la expresión de la concertación social que, como fuente de iuslaboralismo, se traducirían en textos normativos más eficientes y gestionados mediante el instrumento de la co-determinación al que antes se ha hecho referencia. Es decir, se trata de un welfare activo y no solamente asistencialista de resarcimientos; también con la adopción de nuevas orientaciones de política industrial y la investigación de base aplicada, estimulando el uso de productos compatibles con la defensa y promoción del (único) medio ambiente que tenemos. En resumidas cuentas, es necesario proceder a una profunda revisión de qué se entiende, en esta fase de largo recorrido de la innovación-reestructuración, por Estado de bienestar. De ahí que a este edificio tan agrietado del welfare, los planteamientos rutinarios (como por ejemplo el Pacto de Toledo, por poner un ejemplo doméstico) no sirven en absoluto para nada, porque siguen dejando intacto el carácter de welfare fordista, aunque el Gotha sindical no lo vea, de momento, de ese modo: actúa con los mismos comportamientos que cuando el Sol nunca se ponía en el mundo de la cadena de montaje.

El prestigioso ingeniero catalán Joan Majó, que fue Ministro de Industria en uno de los gobiernos socialistas de la década de los ochenta, acostumbra a explicar la ley de Moore como uno de los ejemplos más visibles del nuevo estadio de la ciencia y la técnica, también de las repercusiones que tiene en la economía>[12]. Gordon Moore, también ingeniero, observó la sorprendente regularidad del crecimiento de la potencia de los microprocesadores: desde 1971 hasta nuestros días dicha potencia se dobla cada dieciocho meses, lo que se dice pronto. Esta ley es importante porque: uno, explica hasta qué punto es exponencial la potencia de tan minúsculos chirimbolos, al tiempo que se reduce el ratio coste/preecio por bit; dos, por la aparición de un formidable motor de la revolución tecnológica en curso que está redefiniendo permanentemente [13]la estructura de los costes, la geografía de los mercados, las modalidades operativas de todo tipo de producción y distribución... Pues bien, así están las cosas. Y, siendo de esa manera tan vertiginosa y trepidante ¿es posible continuar con unas políticas de welfare que obvian tan espectaculares novedades? No tengo la menor duda, por el manido (e inconveniente) sendero por el que se va no se construye una Europa social como dios manda. En pocas palabras, mantener la misma carreta en la vereda de siempre trae los dividendos a los que alude Jürgens Peters, un alto exponente de la IG Metall: uno de los nuestros, no de la acera de enfrente.

Decididamente las nuevas políticas de welfare deben apuntar a favorecer el capital inmaterial: el conjunto de los conocimientos y competencias que se acumulan y distribuyen a través de la investigación, la enseñanza y la formación. Piezas claves de todo ello serían, como mínimo:

n El Estatuto de los Saberes, del que ya se ha hablado, como compendio de nuevos derechos de ciudadanía,

nPolíticas públicas para la acumulación y utilización del capital inmaterial y su combinación con las inversiones privadas,

n Un espacio común europeo de la investigación, transformando las actuales iniciativas europeas (de tipo puntual) en políticas europeas, lato sensu, de investigación,

nCódigos de conducta compartidos sobre problemas ambientales y éticos...

* La potenciación de una industria y un mercado del saber.

Me excuso si parece que pontifico, pero por ahí deberían ir las pistas que ayudarían a Jürgens Peters y a la santa cofradía sindical europea a “repensar los instrumentos redistributivos” a partir de ahora; y, de paso, a construir un Estado de bienestar activo e incluyente. Por ahí me atrevo a seguir proponiendo el nuevo compromiso social entre los sindicatos y sus diversas contrapartes (privadas y públicas) de un Pacto por la Innovación tecnológica que lógicamente tendría su momento inicial pero que, por mejor decir, sería un itinerario de contractualidad sostenida. De ello he hablado en otras ocasiones y no es cosa de abrumar al lector con reiteraciones innecesarias.

6.- La fiscalidad europea

¿Será abusivo recordar que la fiscalidad es un poderoso instrumento de redistribución de la justicia social? De ahí que los grandes desafíos de la Europa social no pasen, en consecuencia, porque los Estados miembros sigan reteniendo por los siglos de los siglos sus competencias en la materia: es necesario que gradualmente se proceda a poner en marcha un proceso de transferencia hacia la Unión europea. Por ejemplo, ¿porqué no empezar transfiriendo los impuestos de sociedades? En todo caso, lo importante sería ir hacia una armonización fiscal flexible, esto es, con sus correspondientes horquillas como paso previo a la fiscalidad europea. Desde luego sería un cierto paso contra el dumping fiscal. Ahora bien, una fiscalidad europea acorde con la Europa social que estamos preconizando requiere un cambio substancial de los poderes del Parlamento europeo y la creación de una authority fiscal europea.

Lo que no puede ser es que el Banco Central Europeo siga siendo tierra de nadie; quiero decir: de nadie que lo controle. Porque la cuestión de fondo es: las competencias de la Unión Europea en los terrenos macroeconómicos son débiles y, de la misma manera, sus instrumentos son débiles, mientras que el BCE tiene la sartén por el mango de sus políticas friedmanianas>[14]. Si la Unión, por lo que llevamos dicho, debe impulsar unas políticas de crecimiento sostenido compatible con el medio ambiente, el saneamiento de los efectos malsanos que se desprenden de una competición sin reglas que hacen del dumping noticia cotidiana, si se requieren gastos de inversión en los escenarios educativos, formativos, de investigación y desarrollo, políticas inclusivas y contra la exclusión social..., la Unión debe tener poderes fuertes. Y el Parlamente no puede no disponer de sus atribuciones, por ejemplo, debe fijar los objetivos de política fiscal que se refieren a la esfera pública.

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Ahora bien, los anteriores desafíos en torno a la Europa política (ya hemos dicho que es una condición sine qua non para que exista una Europa social) exigen, también sine qua non, unos sujetos políticos y sociales radicalmente nuevos: una personalidad nueva de los partidos políticos, del sindicalismo confederal y de las organizaciones empresariales. Todos ellos con capacidad para comprender el movimiento de la sociedad, sus tensiones y conflictos; y, sobre esa base, restituir un sentido a la política. Porque, disculpen el apotegma: sin política no hay posibilidad de una Europa social.

Desde luego la construcción de la Europa social exige que la política ponga en el centro de su conducta la revaloración social del trabajo como elemento de identidad concreta. Ello es fundamental porque se tiene la impresión que la lectura que se está haciendo, desde hace ya bastante tiempo, es que la modernización está imponiendo un obscurecimiento de la cuestión social. Me permito una ligera digresión, la más abundante literatura política de la izquierda (al menos, la española) es el federalismo, cuya importancia es innegable. Pero el federalismo no es para la izquierda, que yo sepa, una cuestión de identidad suficiente; podrá ser (es) necesaria, pero no suficiente. Sin embargo, el torrente de reflexiones al respecto contrasta con la exigüidad de análisis y propuestas políticas sobre los gigantescos cambios que se están operando tras la disolución acelerada del paradigma fordista. Ni que decir tiene que la Europa social requiere un cambio de metabolismo del sindicato europeo en, al menos, dos direcciones: una, la asunción plena (incluidas sus consecuencias) de la dimensión europea, especialmente en el terreno de la contractualidad; dos, el carácter plenamente europeo de las plataformas reivindicativas, primero, y de los convenios colectivos, después, en todos los ámbitos. No sin cierta perplejidad, Antonio Baylos habla de que “resulta llamativa esta incapacitación del movimiento sindical a esta dimensión supranacional, cuando su acta de nacimiento fue el internacionalismo[15].

En resumidas cuentas, lo que quiero trasladar a este encuentro es la necesidad que tienen tanto la izquierda política como los sujetos sociales (también los empresarios orgánicos) de una nueva epistemología. Hablo de la construcción de un pensamiento realista e históricamente fundamentado, no un nuevo mito ideológico y político: un pensamiento global, capaz de restituir a la izquierda el sentido de una función histórica y, al mismo tiempo, de darle a la política --a toda la política-- una nueva dimensión: la lectura de los procesos que, desde hace tiempo, están en acelerada marcha, con un análisis crítico de la sociedad moderna, con una idea concreta de los grandes cambios necesarios y de las fuerzas reales (sociales, nuevas instituciones, instrumentos de poder) para hacerlo posible, de un lado; y, de otra parte, es preciso un eficiente compromiso entre la política y la economía, entre el Estado y el mercado, por lo menos en la línea de lo ya hablado en la Conferencia de Lisboa, esto es, dando a la política y al Estado un papel de guía del proceso económico.

Un compromiso, digo, en base a estos elementos que, de momento, son necesariamente genéricos:

n La profundización de la democracia creando nuevos institutos de participación activa e inteligente;

n La democratización de la economía, valorando socialmente el trabajo, el control y la transparencia de los procesos financieros[16];

n El establecimiento de controles del mercado con una propuesta histórica de su papel insubstituible;

n Un proyecto de reforma de la empresa;

n La gestación de un nuevo welfare incluyente;

n La compatibilización entre desarrollo económico, Estado de bienestar y paradigma medioambiental:

n La paz como bien universal, como convivencia general en todo el planeta.


[1] Umberto Romagnoli en Per una nuova identità del sindacato. Eguaglianza e libertà. http://www.eguaglianzaeliberta.it/

[2] De hecho esta cuestión ha sido tratada in extenso por Miquel Falguera i Baró en toda su literatura jurídica. Ver relación de autores en la Revista online del Ctesc: http://www.ctescat/.

[3] Para estos asuntos de la flexibilidad, véase mi trabajo Diálogos con Javier Terriente en La factoría, núm. 20, en http://www.lafactoriaweb.com/

[4] Joan Majó: Nuevas tecnologías y educación. Primer Congreso de las TIC en los centros de enseñanza no universitaria. El texto íntegro de esta conferencia viene en la web de Joan Majó. Buscar por google.

[5] José Luis López Bulla en La cuestión tecnológica, El País-Cataluña, 25 de abril de 2003

[6] Manuel Castells y Pekka Himanen: El Estado de bienestar y la sociedad de la información, El modelo finlandés (Alianza editorial, 2002), donde se explica hasta qué punto una serie de innovaciones creadas por los hackers han sido adoptadas posteriormente por todo tipo de corporaciones; por ejemplo, el sistema de mensajes de texto. El mismo Pekka Himanen acuñó en 1991 la expresión hackerismo social.

[7] Por ejemplo en el número 2 de Izquierda y Futuro, El control de la flexibilidad.

[8] Que fue una de las grandes características del sistema taylo-fordista. Aunque algunos oídos pacatos se escandalicen es claro que toda una serie de cuestiones, especialmente salariales, surgieron de lo que he calificado de pacto callado. Comoquiera que, en aquellos sistemas tan rígidos, era dificultosa la movilidad y el ascenso categorial, se compensaron mediante los pluses de antigüedad y otras de características festivas, como por ejemplo, las navidades y vacaciones de verano; estas últimas en la España de Franco, Franco, Franco (y su fordismo cuartelero) se llamaron del 18 de Julio.

[9] Esta es, a mi entender, la explicación esencial de la crisis de los sistemas públicos de protección, lo que descartaría argumentos tales como la mayor esperanza de vida de los pensionistas y otros que, aunque no irrelevantes, no son explicaciones esenciales.

[10] Jürgens Peters, importante dirigente sindical de la IG Metall, en Gewerkschlafliche Monastschefte, una importante revista de dicha organización en su núm. de junio 2001: “Los sindicatos han entrado debilitados en el nuevo siglo desde el punto de vista de las políticas distributivas. Para poder repensar adecuadamente ante sus propios afiliados y actuar en sus ´competencias políticas´ deben recuperar la capacidad de influir en la distribución, repensar y desarrollar de nueva forma los instrumentos redistributivos”.

[11] El índice se basa en cuatro componentes: la creación de tecnología (el número de patentes otorgadas per cápita, los ingresos por autoría intelectual y licencias exteriores per cápita), la difusión de las innovaciones recientes (internet, exportación de productos de alta y media tecnología), la difusión de tecnologías antiguas (teléfono, electricidad) y el nivel de cualificación humana (promedio de años de escolarización, tasa bruta de estudiantes universitarios de ciencias e ingeniería sobre el total del estudiantado). Lo que ha llevado a que la exclusión social medida por el analfabetismo funcional sea bajísima en Finlandia (6,9), mientras que en los Estados Unidos es un 17,9 y en el resto de las economías avanzadas un 15.5, según datos de la OCDE en 2001.

[12] Joan Majó, ver: Chips, cables y poder (Editorial Planeta, 1997)

[13] En un sentido más amplio incluiría, además, todas las actividades intelectuales y al conjunto de la producción cultural.

[14] Es conocida la frase del economista norteamericano Lester Turrow: “Los europeos tienen un mentecato Banco Central que se concentra sólo en la inflación”.

[15] Ver Antonio Baylos en La necesaria dimensión europea de los sindicatos y sus medios de acción, Gaceta sindical, monográfico núm. 178, setiembre de 1999. Estos asuntos tan importantes apenas si tienen tratamiento en los documentos congresuales que se están celebrando estos días, a pesar de que un buen pelotón de países, de aquí a poco, serán miembros de pleno derecho de la Unión Europeo.

[16] Loretta Napoleoni ha escrito un interesantísimo libro Yijad, cómo se financia el terrorismo en la nueva economía (Urano) con abundante información al respecto. Según la autora la economía del terror supera los 1,5 billones de dólares: una cifra superior al doble del producto bruto del Reino Unido.

LOS CIBERDERECHOS SOCIALES

LOS CIBERDERECHOS SOCIALES

José Luis López Bulla

La acción colectiva del sindicalismo confederal ha sido, a lo largo del tiempo, determinante en buena medida para la constitución de un significativo elenco de derechos de ciudadanía social. Como es sabido, han sido dos los instrumentos que el movimiento organizado de los trabajadores ha puesto en circulación desde hace más de siglo y medio para conseguir tales derechos: uno, el mecanismo legislativo; dos, la acción concertada de la negociación colectiva, a través de la tensión entre las partes del litigio. La primera consideración que debemos referir es la siguiente: en el contexto del ejercicio de los mencionados derechos han avanzado las relaciones laborales y la economía, o –si se prefiere-- han mejorado sensiblemente las condiciones de vida y trabajo de los asalariados y la marcha de las empresas. Por otra parte, es también obligado recordar que ese cartapacio de derechos ha ido conformando el itinerario de lo que se ha dado en llamar Estado de bienestar: una obra gigantesca que, sin lugar a dudas, es patrimonio, de un acuerdo (a veces genérico, a veces concreto) entre el movimiento organizado de los trabajadores en sus vertientes políticas y sociales, y las fuerzas empresariales ilustradas, también de los partidos políticos que, directa o indirectamente, les representaban. Se diría que, a través del acuerdo (por lo general no fácil y, de modo frecuente, con tonos ásperos) se fueron poniendo los cimientos de lo que, tal vez de manera un tanto imprecisa, se ha dado en llamar el modelo social europeo. No es gratuito recordar que la Constitución Española sanciona de iure lo que de facto fue conquistándose, a trancas y barrancas, en la lucha contra el franquismo. Se trata de una legalidad en los centros de trabajo que --¿habrá que decirlo alguna vez por todas?-- expresa que, en tales ámbitos, existe hoy más libertad que nunca: es el resultado del contraste y del acuerdo, también de las más fecundas aportaciones de los operadores jurídicos del iuslaboralismo.

El maestro Aris Accornero acostumbra a decir que el siglo XX ha sido, también, la centuria de los derechos sociales, y no le falta razón. El paradigma de los derechos sociales que hemos conocido hasta ahora se desarrolló en el contexto del pacto implícito entre el sistema fordista y el sindicalismo confederal. Ahora bien, es inobjetable, a todas luces, que el sistema fordista está desapareciendo velozmente, y hasta que no se encuentre una mejor definición vivimos en un mundo que, por pura comodidad expositiva, denominamos posfordista. De manera que las grandes obras de antaño (incluso sus símbolos) están siendo substituidos por las grandes mutaciones, que no han hecho más que empezar. De ahí que tanto las organizaciones empresariales como el mundo sindical digan que están empeñados en “ponerse al día”, esto es, ser sujetos de este tiempo de hoy. La segunda consideración que debe hacerse es: tan vastas transformaciones no son una conspiración para doblegar a nadie. Se trata –ya lo dijo autorizadamente alguien a mediados del siglo XIX-- de la incesante revolución de las fuerzas productivas. Ahora bien, también hoy se está en mejores condiciones que nunca para abordar e intervenir en esos complicados grandes movimientos. Y uno de los instrumentos para ello es el atinado ejercicio de los derechos sociales.

Si hemos partido de la constatación de que el sistema fordista está definitivamente enterrado, la conclusión parece ser ésta: los grandes cambios de los sistemas de organización del trabajo –si quieren ser eficientemente sostenibles-- deberían estar acompañados por una nueva trama de derechos y deberes sociales. O, en pocas palabras, la economía es eficaz si está acompañada de los adecuados instrumentos de seguimiento que son los derechos. La argumentación es simple: si en el sistema fordista rigieron unas normas (unas acordadas explícitamente, otras de manera tácita), este nuevo paradigma de la innovación-reestructuración debe contar con unas reglas propias que sean expresión de los tiempos que corren. Por ejemplo, si la flexibilidad ya no es una pauta contingente sino un aparato de largo recorrido, para que no se traduzca en una patología social es obligado que cuente con el instrumento de la negociación; de esta manera puede ser un medio eficaz para la auto-realización personal y colectiva. Naturalmente, si el conocimiento y los saberes son hoy y a partir de hoy, en expresión de Robert Reich, la riqueza de las naciones, este nuevo sistema de empresa debe estar presidido por los derechos de ciudadanía en el paradigma del conocimiento y los saberes. Naturalmente, el saber y el conocimiento como derecho esencial de todas las personas y como inversión estratégica para el desarrollo económico, social y cultural. De ahí que saber y conocimiento no deban ser conjugadas como políticas sectoriales sino elementos centrales de la eficiencia económica y la cohesión social y territorial.

El modelo social europeo es, en buena parte, una expresión puesta al día del poder de la palabra que, según se dice, tuvo su cuna en la Atenas clásica. Mucho más tarde fueron los ilustrados de la Europa del siglo XVIII los que hablaron de la libertad de los modernos. La palabra, acompañada del hecho societario, volvía a emerger y se hizo carne de derecho. Y fue utilizada por las organizaciones de los emprendedores en sus batallas democráticas contra el Antiguo Régimen; y empezó a ser usada, de igual manera mucho más tarde, por el conjunto asalariado en sus primeras balbuceantes agrupaciones y, después, consolidada por el asociacionismo sindical. El resultado, visto con los ojos de hoy, es que-- tras el acuerdo, pacto, convenio (o como quiera llamársele), expresado mediante la palabra-- se ha ido avanzando, no sin dificultades, en la civilidad de las relaciones laborales que, aunque siempre asimétricas, iban compensando parcialmente los antiguos unilateralismos. Esta es una enseñanza que los agentes sociales y los operadores económicos deberían tener, como manual de cabecera, para los tiempos de hoy, de los que son destacados protagonistas.

Los científicos sociales del Diecinueve hablaron del “agente principal de la gran industria” y convinieron que era la máquina de vapor de Watt. Si dicha expresión no hubiera caído en desuso es posible que el agente principal de la gran industria del siglo XX fuera la cadena de montaje que el genial capitán de industria Henry Ford puso en marcha en su día. En estos tiempos de ahora el reemplazo no parece ser otro que Internet. Más todavía, Internet también como uno de los símbolos (tal vez el más llamativo) de la globalización que, a fin de cuentas, es una expresión del proceso de innovación-reestructuración al que antes se ha aludido.

La innovación tecnológica y los nuevos sistemas de organización del trabajo están produciendo algunos efectos que conviene estudiar con serenidad: 1) un centro de trabajo con unos perfiles que no tienen la aspereza de antaño, con independencia de que las relaciones laborales sigan empeñadas en la permanente tarea de la humanización del trabajo; 2) una dislocación de las maneras tradicionales del ejercicio de los derechos de participación y de la práctica del conflicto social, porque la empresa ya no se caracteriza por el apelotonamiento de las personas en el mismo lugar como era bien visible en el lugar fordista. Y en último lugar, aunque no de menor importancia, porque tales cambios no están todavía suficientemente acompañados por unos derechos sociales que sean verdaderamente la pareja de hecho de las mencionadas innovaciones. De ahí que deban valorarse los esfuerzos que, a través de la negociación colectiva, se estén dando en el terreno de las relaciones laborales. Debemos mencionar algunos ejemplos catalanes: el acuerdo de Seat de hace año y medio, Alsthom (2005), Gates Vulca, (***), Rubema (2004) y Delphi – Diesel System (2000 – 2003). Todos ellos se caracterizan porque cuentan con una incipiente manera de participar en el diseño del hecho de producir, mediante formas (repito, incipientes) de trabajo en equipo. Es decir, la novedad es que se valora el hecho participativo, la cooperación del grupo, en las nuevas formas de organización del trabajo. Lo que indicaría una razonable puesta al día de los equipos de management y las direcciones sindicales de ambas empresas, al menos en el aspecto que estamos tratando.

La participación, entendida como derecho de ciudadanía social, es algo incuestionable. Y –¿habrá que recordarlo nuevamente?-- en el uso de dicho ejercicio se han ido dando las transformaciones y los avances de la eficiencia en los centros de trabajo. Y se diría algo más: en la medida que la participación ha sido más activa e inteligente, los avances han sido más llamativos y las asperezas han sido menores. Vale la pena traer a colación que, en ese sentido, la participación ha mostrado con claridad que el sujeto social se manifestaba con su propia independencia de criterio y proyecto, ejercitando su concreta autonomía de movimientos.

Es un lugar común afirmar que estamos en la sociedad de conocimiento. Una de sus características es que a la persona que trabaja se le exige que piense y, a partir de ahí, sepa solucionar problemas. Es decir, todo lo contrario de la mona amaestrada tantas veces (y tan lapidariamente) citada por el ingeniero Taylor. Ocurre, por otra parte, que en el actual paradigma, los saberes empíricos no llegan a condición necesaria. Es necesaria una acumulación de nuevos saberes trasversales para afrontar los problemas existentes que, en un abrir y cerrar de ojos, aparecen en los centros de trabajo, y no sólo en los manager y cuadros intermedios sino especialmente en la persona que está a pié de máquina. De donde se infiere que la formación a lo largo de toda la vida es (además de un derecho) algo de la mayor importancia para la eficiencia de la empresa. Pero esto, por sabido, no motivará por el momento más argumentación. Pero sí parece necesario que, especialmente, en las nuevas circunstancias los hechos participativos son también una manera de socializar conocimientos --empíricos en unos casos y científicos en otros-- para resolver problemas (problem solving). Remitimos al lector que eche un vistazo al artículo de Saul Meghnagi que publicamos en el número de esta revista dedicada a la enseñanza, ahora archivado en nuestra web en la sección de socieconomía.

Pues bien, todo indica que existe un potente vínculo entre participación y eficiencia económica. Y es aquí donde tiene cabida el siguiente razonamiento: las nuevas formas del trabajo (especialmente todo lo relacionado con Internet, “agente principal de la gran industria”) requiere naturalmente su acompañamiento participativo a través de los mecanismos que proporciona la Red. Estamos hablando de lo que en la jerga al uso se conoce como los ciberderechos. Se trata del moderno ejercicio de la Red para poner en movimiento la palabra en las condiciones actuales y, así las cosas, para que el proyecto circule en tiempo real. Según Isidor Boix (uno de los sindicalistas europeos más reputados) se trata de “un tablón de anuncios virtual”. Esta plástica analogía tiene un alto valor pedagógico, porque al mismo tiempo está recordando que el viejo tablón de anuncios (que sigue siendo necesario) fue la expresión de un derecho de información. Ocurre, sin embargo, que el tablón de anuncios tradicional era la expresión de la difusión de la palabra en un centro concreto, cuyos lectores se circunscribían sólo a la nómina de los integrantes en una empresa dada. Y para mayor precisión, se encuadraba en la vieja relación entre el espacio y el tiempo; el cibertablón de anuncios supera el antiguo vínculo, y a la misma hora lo pueden ver las personas que están en el centro de trabajo y los que se encuentran a miles de kilómetros a la redonda. Así pues, se trasciende la física de Newton.

Ahora bien, el viejo tablón de anuncios fue un instrumento de “dirección única”: informaba al lector, lo que no era poco en su época, lo que no sigue siendo poco todavía. Ahora, la versatilidad de las nuevas tecnologías (y su reapropiación por el sujeto social) permiten la potente multidireccionalidad de la comunicación. De la misma manera que leo lo que expone el cibertablón, puedo enviar mis propuestas --no sólo al “comunicante” sino también a la comunidad social informada-- que son formalmente hechos participativos, nuevas formas de intervención. De ahí la insistencia de ciertas plataformas sindicales en el planteamiento de los ciberderechos, de un lado; y, de otra parte, su fijación en algunos (pocos todavía) convenios colectivos.

Lo que sí parece estar fuera de dudas es que la capacidad de proyecto de los sujetos sociales estará vinculada a la asunción que éstos hagan del hecho tecnológico. De un lado, de la fuerza constructiva que pongan en marcha para intervenir en los grandes procesos de innovación de las estructuras productivas; de otra parte, en la capacidad de que instrumenten para utilizar responsablemente el hecho tecnológico en los hechos participativos. Sobre lo primero hemos tratado en otras ocasiones; de ahí que se insista en el segundo aspecto que, además, es el que toca ahora. Y, en ese sentido, séame permitido un recordatorio histórico. Hace más de cien años los maquinistas de los trenes llevaban con ellos mismos las noticias y sus propios periódicos; eran los difusores capilares en las ciudades, utilizando el sistema de los ferrocarriles. Era la manera, metafóricamente hablando, de estar en la red de aquellos tiempos. Y este ejemplo viene a demostrar, salvando las distancias que se quiera, que la comunicación no sólo ha sido central en estos nuestros tiempos de mega expresión mediática. A su manera, lo fue siempre, y quienes la utilizaron (los ferroviarios) tuvieron una fuerza considerable en toda Europa. Pues bien, desde el 14 de noviembre pasado el movimiento sindical tiene un poderoso medio de información de los acontecimientos que se suceden en el mundo; se trata del diario online http://www.labourstart.org/ que, sin duda alguna, es una moderna expresión de la tarea comunicativa de aquellos legendarios ferroviarios de hace más de un siglo.

(Publicado en la revista online del Ctesc)

A PROPOSITO DE UNA PRACTICA DE FITEQA

Para la Revista del Derecho Social (junio 2005)

Elecciones (sindicales) en el sindicato:

a propósito de una práctica de Fiteqa-cc.oo.

Isidor Boix Lluch

José Luis López Bulla

La vieja y un tanto estéril polémica entre comités de empresa y sección sindical de empresa (o el sindicato en el centro de trabajo) sigue sin resolverse. Tal vez uno de los problemas que ha tenido el sindicalismo confederal español (y concretamente CC.OO.) ha sido que no ha sabido, querido o podido establecer normas capaces de reglar la llamada relación entre uno y otro sujeto social. Así las cosas, esta indefinición ha comportado una serie de prácticas tan alejadas entre sí que parecería que no se referían a la misma casa confederal sino a otras bien distintas. La situación es tan compleja que en determinados escenarios prima por encima de todo la figura del comité y en otros es el sindicato en el centro de trabajo quien se lleva la palma. En teoría no habría motivos suficientes para alarmarnos, si no fuera porque en la práctica (y eso es lo que cuenta) esta dualidad ya contradictoria se traduce en muchos casos en una manifiesta incapacidad para intervenir adecuadamente en los gigantescos procesos de reestructuración-innovación de la producción y los servicios en la economía globalizada.

Desde la Federación de Industrias Textil-Piel, Químicas y Afines de CC.OO. (Fiteqa-cc.oo.) nos llega una experiencia, ratificada en su reciente III Congreso (Pamplona, 27-29 de abril), que sin terciar aparentemente en dicha polémica aporta referencias útiles para ésta, y, sobre todo, una nueva demostración de la capacidad de la práctica para construir modelos sociales y dar respuesta a preguntas no siempre bien formuladas. Nos referimos a las elecciones en el sindicato (en jerga sindical, de la “sección sindical” de empresa o intercentros) previstas en el artículo 16 de sus estatutos federativos y las normas que lo desarrollan. Se trata de la prescrita constitución de la “sección sindical” en los centros de trabajo con más de 30 afiliados.

Esta concreta normativa podría parecer que no aporta ninguna novedad si no fuera por el detalle del procedimiento establecido para ello y las consecuencias que podrían desprenderse (y que el mencionado Congreso ha confirmado que está efectivamente ya teniendo): presentación de candidaturas y programas de trabajo, elección mediante sufragio universal y secreto de los afiliados, asamblea general previa de afiliados para presentar balance por parte del órgano sindical saliente, sistema de representación proporcional, responsabilidad e implicación de los órganos federales en el proceso de elecciones, régimen de incompatibilidades entre las responsabilidades en los órganos sindicales (del sindicato) en la empresa y las del comité de empresa. Se trata en definitiva de subrayar la personalidad de la “sección sindical”, cómo se relaciona con la base afiliativa del sindicato, y, con ello, su específica significación en la acción sindical en la empresa, a la vez que su relación con la estructura sindical federal y el sentido de esta relación, mucho más ligada a la acción sindical y a las particulares responsabilidades de dirección, orientación y coordinación de cada una de las estructuras sindicales, así como a la autonomía de decisión que todo ello comporta para cada una, que a las cuestiones puramente adminsitrativo-internas del sindicato. A nuestro entender estamos ante la experiencia más madura que existe en nuestro país en lo relativo a la representación de los asalariados en el centro de trabajo.

La razón de la antes mencionada inadecuación estriba en que el comité de empresa, como expresión de una cultura fordista y como sujeto autárquico, no está ya plenamente capacitado para intervenir en las diversas mutaciones de la empresa, ni puede encarar con eficacia los retos de la globalización. Su personalidad, que tiene su origen en los trabajadores del centro de trabajo que lo han elegido, termina en sí mismo, sin proyección orgánica en ámbitos que vayan más allá de las paredes del mismo: se trata, por así decirlo, de islas incomunicadas que no conforman un archipiélago. Todo ello condena al comité a ejercer un obligado corporativismo del ámbito en el que ha sido elegido y en el que termina su responsabilidad. No es que el sindicato en el centro de trabajo sea capaz de ser un sujeto plenamente contemporáneo de las grandes mutaciones de época porque lo proclame sin más, sino porque no tiene los “límites” que acompañan al propio comité de empresa. Más todavía, porque el sindicato se estructura (o puede hacerlo potencialmente) en los grandes horizontes de la globalización, porque el sindicato puede desarrollar, sin confines, su esencia de solidaridad organizada, u organización de la solidaridad, que supone construir el contenido de su naturaleza “de clase” a partir de la experiencia colectiva de la clase trabajadora organizada en torno a la defensa de sus intereses y sus reivindicaciones colectivas e individuales desde el centro de trabajo, con sus necesarias raíces en éste, pero sin terminar en él. Y son esas raíces las que se pretende consolidar y desarrollar con esta forma de hacer.

En resumidas cuentas, el comité es un sujeto con “imposibles”, y eso es una certeza; en cambio, es una hipótesis que el sindicato pueda abordar todos los desafíos (o está en mejores condiciones) de esta vasta transformación. Empezamos a ver --y la experiencia de Fiteqa es una en este sentido-- que se trata de una hipótesis realizable. Mejor dicho, que ya está en marcha con resultados razonablemente positivos: una amplia red de secciones sindicales en los centros de trabajo, un apreciable nivel de incremento de la base afiliativa y un rejuvenecimiento de la misma, amén de una superior presencia de la mujer en tales estructuras.

Con toda seguridad, las prácticas de Fiteqa indican que el proyecto se caracteriza porque no separa las demandas diversas del conjunto asalariado de la forma organizativa que adopta la representación que negocia. Es decir, tutela y representación son inseparables del proyecto. Seguramente no será Fiteqa la única organización que realice tales prácticas pero es ahí, en ella, donde se visualiza con más detenimiento esa inseparabilidad entre demandas y exigencias, de un lado, y formas orgánicas de representación del conjunto asalariado federativo. Porque el proyecto no es sólamente la reivindicación sino la reivindicación que la estructura va organizando.

La seriedad y rigor del procedimiento de elección de la sección sindical, su solemnidad, así como el régimen establecido de incompatibilidades, lleva, sin necesidad de grandes debates previos, a una nueva relación entre sindicato y comité en la empresa. Desarrolla en la práctica el concepto de dirección e iniciativa sindical, desde el sindicalismo organizado, en el centro de trabajo de forma autónoma, como sujeto con personalidad propia ante sus afiliados y ante el conjunto de los trabajadores. Se trata de una función que puede desarrollarse a través de sus representantes en el Comité de Empresa, pero no sólamente a través de éste. Puede suponer, y en ocasiones así sucede, planteamientos no coincidentes con los del Comité, legitimados por su propia naturaleza sindical y por la expresión coherente y convergente de sus dos líneas de elaboración: la de su afiliación en la empresa y la de la organización sindical supraempresa en la que se integra.

El desarrollo de la específica personalidad sindical de la “sección sindical” está llevando a que desde Fiteqa se discute (ya con experiencias concretas al respecto) las formas de decisión de por ejemplo la firma de un convenio, debatiéndose la oportunidad (o la obligatoriedad) de someterlo a un referéndum formal (también con urna y voto secreto) de sus afiliados después de un proceso de debate de los órganos de la sección sindical y la toma de posición de éstos. Lo que supone una acumulación de participación, consciente e informada y, en concreto, una mayor densidad democrática del sindicalismo.

La histórica apuesta de Fiteqa por el sindicato en el centro de trabajo no pretende estructurar, pues, sólo una gimnasia organizativa; sí, empero, proponer colectivamente hasta qué punto las personas, en su libertad y autonomía, se reconocen entre-sí (se auto-cohesionan) para lograr, negociando, sus demandas. Unas demandas que, englobadas en grandes convenios, facilitan (aunque no explican necesariamente) la primacía del sujeto-sindicato en el centro de trabajo.

Ahora bien, Fiteqa hubiera podido seguir las venerables tradiciones de la familia “comisionera” a la hora de estructurar las secciones sindicales. Unas tradiciones de sobrado carácter gelatinoso, es decir, que cada cual monta la organización como dios le da a entender; hablando en plata: como si fuera la Brigada de Brancaleone, versión medieval del ejército de Pancho Villa. En cambio opta por la solemnidad de la norma. Esto es, se convoca en debida regla el proceso de configuración del sindicato en el centro de trabajo, y se oficializan la manera de ser elector y elegible, el modo de escrutinio, la forma de proclamación. ¿Solemnidad de culto? No, ejercicio de transparencia y, a través de la forma, hacer consciente el contenido, la naturaleza del sindicato como organización de afiliados con intereses colectivos. Pero hay algo más, Fiteqa (así las cosas) está indiciando un esbozo de ius sindicalismo que tanto se precisa en nuestro sindicalismo confederal. De este modo, suponemos que aparecerá gradualmente una nueva pareja de hecho en el panorama español: el iuslaboralismo y el ius sindicalismo, que podrán alimentarse el uno al otro de manera fecunda.

Y aquí se nos antoja una reflexión un tanto inédita en nuestros lares: si partimos de la base que, con las limitaciones que se quiera, disponemos de un abundante iuslaboralismo ¿cómo es posible que ello no tenga una similar traducción en mayor fortaleza de los sujetos sociales en España? Seguramente por muchos motivos. Pero, para lo que nos traemos ahora entre manos, una parte (una parte, no despreciable) es que el iuslaboralismo no se ha visto acompañado por el suficiente ius sindicalismo. Y el ius sindicalismo o es fruto del sindicato organizado o no será obra de nadie más, porque el carácter ontológico del comité no está para crear ius sindicalismo sino iuslaboralismo. O uno y otro se constituyen en pareja de hecho o, en estos tiempos, ambos se resentirán de no establecer unas adecuadas relaciones, aunque sean prematrimoniales.

Y lógicamente el ius sindicalismo no puede ser el ejército de Pancho Villa: que cada cual monte las cosas a su antojo. Normas discutidas, pues, con la voluntad de organizar-la-participación, consciente e informada, de todas las personas que se reconocen entre-sí como integrantes de un potente archipiélago: textiles, unos; químicos, otros; gasolineros, vidrieros, etc.… Naturalmente, si se norma la participación se opta por un imaginario que ya no es el desiderátum o la exigencia retórica de la necesidad de participación. Es, concretamente, mostrar de qué manera se participa, sabiendo que de su ejercicio, reglado con formas precisas, podrán surgir nuevas ideas y nuevas fuerzas, como efectivamente está sucediendo. Así pues, la norma es la propedéutica de la participación o, si se prefiere, la niñera de la participación. Y, si este razonamiento es aproximadamente cierto, la llamada a la afiliación cae en un caldo de cultivo más propicio: yo, que no estoy afiliado, veo que mis amigos, conocidos y saludados sí lo están ¿por qué, pues, voy a renunciar a estar donde se cuecen las habas de mi convenio?

Ahora bien, el sindicato organizado en el centro de trabajo, con normas y reglas, propone desafíos a la estructura dirigente federativa. Porque, Fulano (dirigente federativo) sabe que yendo a la sección sindical se encuentra con los suyos-suyos (afiliados-cotizantes y todo lo que se quiera añadir) y, comoquiera que existen reglas, Fulano tiene que debatir, fajarse, argumentar… En cambio, Zutano (dirigente de una federación que se soporta sobre los pilares del movimiento de los comités) cuando va a la empresa discute con el comité, pero la decisión del comité no le vincula orgánicamente (dejemos aparte la metáfora de la vinculación moral).

La experiencia de Fiteqa, su reciente III Congreso, también algunos de sus resultados en la negociación colectiva, quizás de forma particular los derechos de acción sindical precisamente en la empresa, que va conquistando en sus convenios (particularmente en los de ámbito sectorial estatal), ponen de manifiesto que los “Fulanos” a que nos referimos no son una figura supuesta para estas notas, sino personajes reales que desarrollan la función del sindicalismo como un útil ejercicio de representación de intereses que se materializan no tanto a través de su prédica, sino a través del ejercicio de esa representación en la acción sindical de cada día.

Mayo de 2005

Isidor Boix Lluch

José Luís López Bulla