Hay quince jugadores del Barça que son tan pobres que sólo tienen mucho dinero. Por no tener, no tienen sentido de las proporciones, civismo, educación, ni tampoco las más mínimas nociones de la historia reciente. De esta cofradía se salvan Belleti, Gio, Iniesta, Oleguer y Thuran. Que fueron los únicos que acudieron a la recepción que ofreció el Presidente Mandela al club. El resto de la expedición creyó más conveniente visitar los grandes almacenes, chapotear en la piscina o quitarse las penas por los resultados de la liga.Que los jugadores –excepto el quintento mencionado-- sean culturalmente unos mindunguis, no impide llamar la atención a los responsables de la expedición. Naturalmente, no se trata de obligar a nadie a asistir a una recepción. Pero, comoquiera que el Barça, se decía, “és més que un club”, alguien debería haber dicho a los jugadores que es de buenas maneras asistir a un encuentro al que previamente han sido invitados. Y, sobriamente, informar que Mandela fue el presidente de la República de Sudáfrica y Premio Nobel de la Paz. Por lo menos. Que fuera un luchador por la libertad y contra la esclavitud de su pueblo y que padeciera por ello largos años de prisión, se deja a la discreción informativa de los responsables del viaje. No sabemos si el atribulado Begiristain les dijo algo al respecto, aunque es de suponer que este caballero podría conocer el curriculum (o la parte más llamativa de la biografía) de Nelson Mandela. Por lo menos Samuel Eto’o –se supone con fundamento-- estaba al corriente, aunque también este joven tampoco acudió al convite. Y, dado que Ronaldinho es un fenómeno de la globalización, podría ser que también estuviera al corriente de las andanzas de Mandela, suficientemente conocidas en el mundo de la globalización: tampoco asistió el brasileño. Ni siquiera al capitán del equipo, Puyol, se le pasaron por las mientes dos cosas: una, que debía asistir al acto, y, dos, que era necesario que convenciera al resto de la plantilla de la conveniencia estética de saludar a Mandela. Pero tal vez sea pedirle peras al olmo: en repetidas ocasiones hemos visto al Puyol afirmar en las cámaras de televisión su actitud holgazana de no haber leído nunca libro alguno: ni siquiera la historia de su club. Tampoco las novelas del Oeste de don Marcial Lafuente Estefanía.“Los quince de Ciudad del Cabo” han deslucido la ciudad de Barcelona y la imagen de Catalunya. En primer lugar, han puesto en entredicho la (tradicional) buena fama de cortesía cívica: si alguien te invita a tomar unos refresquitos, debes acudir. En segundo lugar, si quien te llama es un Premio Nobel –cierto, nadie es más que nadie pero en ese “nadie” hay algunas diferencias, se supone-- para tomar unas limonadas, deberías acudir, al menos para saber de qué pie calza este premio Nobel. Y, finalmente, aunque no sea para rodar un spot publicitario, debes acudir también, porque a un anciano no se le hacen estas guarradas. Argumentos que se dirigen también a los responsables del viaje. Como se verá, es perder el tiempo intentar argumentar a esta cuadrilla de zoquetes adinerados qué ha sido Mandela no sólo para su pueblo sino para toda la humanidad. Un paréntesis: ¿qué se hubiera dicho en Barcelona si ese gesto lo hubiera hecho el Real Madrid?El comportamiento de “los quince de Ciudad de El Cabo” no es, sin embargo, el comportamiento de un grupo de quince mindunguis ricachones. Es parcialmente una expresión de determinadas formas de ser de no irrelevantes sectores de la sociedad. Pueden ser jóvenes, maduros o de edad provecta. Que se distinguen por su intencionada ignorancia –frecuentemente exaltada como forma de ser-- de las más elementales normas de civismo y educación. Que exhiben orgullosamente no haber leído jamás un libro. Que exaltan el sentido populachero de ser, a sabiendas y queriendas, unos zotes. Ocurre, sin embargo, que si tamaña ostentación es lucida por los ídolos de oro, la publicitación mediática –como efecto instantáneo mundial-- acaba siendo un punto de referencia general. Y lo más curioso del asunto es que no serán pocos los que digan: “¿Y qué? A esa gente se les ficha para que ganen los partidos, no para que vayan a reírle las gracias a Nelson Mandela que, al fin y al cabo, es un político?” Todo un razonamiento de gamberro sentido común, pero que –sin recurrir a la lógica formal-- alguien deberá acompañar de la siguiente manera: “Pues bien, esos quince han debilitado que el Barça sea algo “más que un club”. Lo que, sin duda, incomodará al pueblo culé que, mayoritariamente, tiene un sentido de la estética que nada tiene que ver con los quince mindunguis adinerados. El pueblo culé –lo manifieste o no-- es por lo general de otra pasta. Y, en buena medida, esta estética culé es la que fundamentalmente ha fomentado una particular manera de ser del FC Barcelona.Así lo hizo el Barça en tiempos difíciles. Recordaré una anécdota que yo viví indirectamente. Cuando las detenciones de los miembros de l’ Assemblea de Catalunya en la Iglesia de Santa Maria Mitjancera (1971), el Barça –por medio de Johann Cruyff-- les envió a todos ellos un regalo: una bufanda con los colores del club. Me lo dijo, y lo sabíamos todos, el inolvidable jurista Josep Solé Barberá. Por cierto, en aquella época Nelson Mandela seguía en la cárcel. La segunda anécdota que deseo relatar es la siguiente: cuando la huelga general del 14 de diciembre famoso (1988), el `Lobo´ Carrasco estuvo en la cabeza de la gran manifestación en representación de los futbolistas del Barça que se habían solidarizado con los huelguistas. Y, punto final de estos sucedidos, algún día explicaré cosas de la amistad entre Pep Guardiola y el gran Miquel Martí i Pol.En resumidas cuentas, estos pobres que sólo tienen mucho dinero han emborronado parcialmente la biografía de mucha gente. Un servidor abandona la simpatía al Barça hasta que dejen de jugar en el club todos los que se han comportado de una manera tan estúpidamente aberrante. A partir de ahora, mis adhesiones serán sólamente al Júpiter.
jueves, 21 de junio de 2007
miércoles, 13 de junio de 2007
La huelga general de la Construcción andaliza
Como es bien sabido, la
convocatoria de huelga general del sector de la Construcción en
Andalucía ha sido secundada masivamente. Cerca de medio millón de personas han
realizado un importante conflicto, convocado por Comisiones Obreras y Ugt. La
reivindicación polar de esta convocatoria ha sido la jornada intensiva durante
los meses de verano. Es decir, no se estaba planteando una reducción de los
tiempos de trabajo sino una reordenación de los mismos durante los meses que el
sol achicharra de modo inmisericorde.
La respuesta empresarial
a tan sensata propuesta sindical ha sido la siguiente: no se puede aceptar esta
petición porque “en todas las provincias andaluzas no hay las mismas
condiciones climáticas”. Bien mirado, la respuesta de la patronal no es
insensata, pues todos sabemos que allá donde funciona el aire acondicionado las
condiciones `climatológicas´ cambian lo suyo. Pero tan chistosa ocurrencia
empresarial –ideada posiblemente en la confortabilidad de algún casino de los
señoritos-- podría acarrear algunos contratiempos reivindicativos: que se
reivindique el aire acondicionado en los andamios.
La propuesta sindical de
los trabajadores andaluces es sensata y sabia. Sensata porque se orienta a la
humanización del trabajo; sabia porque pretende que el sindicato ejerza un
control sobre la reordenación de los horarios de trabajo. Y concretando más:
parece establecer la relación entre humanización del trabajo y eficiencia del
mismo. Lo que, en principio, conviene a los empresarios y a los trabajadores.
¿Es igual la eficiencia y, si te pones así, la productividad bajo cuarenta y
cinco grados que con diez o quince menos en todas las provincias andaluzas, ya
sea en Barbate, Lepe, Las Cabezas de San Juan, Antequera, Santa Fe, Linares,
Berja o Rute? Naturalmente, me
refiero a la temperatura en los andamios, no en los casinos de los señoritos.
La respuesta empresarial
tiene una clave histórica: la hostilidad a que el tiempo –de momento, el “tiempo” a secas--se
les escape de su control. No están tan lejos aquella verídica historia en la
que un empresario apalizó y despidió a un trabajador (fue en Norteamérica)
porque llevaba un reloj de bolsillo en su chaquetilla: el artefacto era, según
aquel hotentote, algo que interfería su dominio unilateral del tiempo. Y en las
condiciones de trabajo, la variable tiempo --hasta tiempos bien recientes-- era sólo y solamente cosa del
empresario.
Ahora bien, aunque
podemos leer la propuesta sindical en clave de `sentido común´ (lo que no es
poca cosa), creo que lo más novedoso es la reordenación
del horario de trabajo, de un lado, y la ruptura
del atavismo que indicaría
que como siempre se ha trabajado de una manera determinada, llueva o haga
calor, hay que seguir ese idiotismo de oficio. Ambos elementos explicarían la
insensata posición empresarial. Pues, al margen del chascarrillo de casino, lo
que late en el fondo es la preocupación por el incremento del poder negocial
con unos contenidos novedosos.
Son, ciertamente, unos
contenidos novedosos, donde lo menos relevante es el `sentido común´. Pues representan una discontinuidad en
la percepción sindical del tiempo y del horario de trabajo. Y diré más, aunque
el sentido común indica que, en las calientes tierras del Sur, es donde se
justificaría más la propuesta del horario intensivo, nada impide que dicha
propuesta pueda ser planteada en todo el sector y en todos los territorios
habidos y por haber: desde el cabo de Gata hasta Finisterre y desde Colomers de
l’Empordà hasta Bollullos del Condado.
Más todavía, la fuerte
indicación que nos viene del sindicalismo andaluz sobre la reorientación de los
tiempos de trabajo puede ser muy fructífera si el sindicalismo confederal
español cayera en la cuenta de que la gran operación de civilidad democrática
que significa la reducción de los tiempos de trabajo, si quiere ser efectiva,
debe ir acompañada inexorablemente de la reordenación de los horarios de
trabajo. Ambas cuestiones están unidas de manera inescindible, en mi opinión.
De esta manera, lo uno (la reducción de los tiempos de trabajo) y lo otro (su
adecuada reordenación) aparecen con más fuerza como variables dependientes de
la organización del trabajo, que se pretende más humanista y auto realizadora.
Por lo demás, sorprende
que el empresariado andaluz de la Construcción no vea con claridad hasta qué punto
esta humanización que conlleva la propuesta del sindicalismo puede favorecer
una interferencia a los siniestros laborales, a la accidentabilidad del sector
que, a pesar de todo, sigue campando sin ningún tipo de respeto.
Rafael Rodríguez
Alconchel –un veterano dirigente granadino de Comfía-- me explica por teléfono
el desarrollo de la huelga general del sector de la Construcción en
Granada y sus alrededores, como parte del conflicto que se ha dado en toda
Andalucía. Ayer, en este blog, se daba cumplida información al respecto.
Rafael es un prejubilado
de buen ver: no debe tener más de 55 años. Así es que, teniendo todo el día
libre, se tiró casi de madrugada a la calle para ver cómo empezaba la jornada
de huelga en Santa Fe y el resto de los pueblos de la Vega. Me dice: “Oye, no
se vio ningún piquete; todo estaba parado”. Y ambos convenimos en esta conseja: conforme es más sentida una
reivindicación, menos piquetes se necesitan. De donde se desprenden una serie de
consideraciones en cascada que Rafael y un servidor hace tiempo que nos rondan
la cabeza. Y son: 1) cuando el sindicalismo es la expresión natural de los
deseos de la gente, mayor conexión se establece entre el sujeto colectivo y el
conjunto asalariado; 2) cuando un planteamiento se discute abierta y
masivamente entre representantes y representados, mayor es la capacidad de
respuesta colectiva y menos son las resistencias al ejercicio del conflicto; 3)
cuando se enlazan la representatividad y la representación, los instrumentos
fugaces del ejercicio del conflicto dan paso a un sentir organizado de manera
estable. Eso es lo que ha ocurrido en Andalucía, y eso es lo que vio Rafael
Rodríguez Alconchel en Santa Fe y en los pueblos de la Vega. Concretando :
la huelga estaba cantada de antemano.
Recorrida la Vega , nuestro amigo decide ir
a la capital. En Granada ocurre tres cuartos de lo mismo. Y de la misma manera
que en los pueblos, la ciudadanía respira simpatía y solidaridad con los
huelguistas. En resumidas cuentas, no sólo existe un consenso entre los
huelguistas sino del público en general con aquellos. El apoyo se basaba en un
planteamiento claro: se trata de trabajar en mejores condiciones. Y, siguiendo
el hilo de las conclusiones –provisionales o no tanto-- podríamos decir que esta huelga es una
expresión de la valoración social del trabajo y, desde aquí, de la valoración
social del ejercicio del conflicto.
El problema que, en todo
caso, tienen –no sólo ellos-- los
trabajadores andaluces del sector y sus organizaciones sindicales no es otro
que el carácter de una patronal orgánica, anclada en métodos y tiempos
antañones. ¿Modernizar las relaciones laborales? Parece que se contestan: ¿Y
para qué? Si desde los tiempos de Isabel y Fernando se trataba de la misma
manera, y nos ha ido la mar de bien, ¿a santo de qué vamos a cambiar? Cierto,
les ha ido bien porque ejercían unilateralmente el monopolio de la fijación de
las principales variables de la organización del trabajo. Cierto, porque
externalizaban (y lo siguen haciendo) los efectos de la nocividad de ese
monopolio del poder en los sistemas públicos de protección. Es decir, las
consecuencias más llamativas de esa unilateralidad (los accidentes laborales)
se endosan a los servicios públicos que se pagan entre todos y mayoritariamente
por el conjunto asalariado. En el bien entendido que los empresarios recuperan
los impuestos (o una parte de ellos) a través de los precios que posteriormente
sale de los bolsillos del gran pagano de la historia: los usuarios, cuya
inmensa mayoría es el conjunto asalariado. ¿Ideología? ¡Anda ya!
Me arriesgo a establecer
una hipótesis: de la misma manera que la huelga general de la Construcción
granadina de 1970 (que costó la muerte, por disparos de la policía, de los
albañiles Antonio Huertas, Cristóbal Ibáñez y Manuel Sánchez) creó una superior
conciencia en la acción democrática del movimiento de los trabajadores, ahora
–tras esta huelga general-- generará
una nueva preocupación por las condiciones de trabajo en el sector.
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