viernes, 30 de junio de 2006

EL EMPFRESARIADO CATALÁN DE AYER Y HOY



Este blog ha tenido acceso a la intervención escrita que Manuel Gómez Acosta presentará en la Convenció pel Futur, de la que ya anteriormente hemos dado cuenta hace un par de días. Me ha parecido indelicado publicarla por completo, pero no me he resistido a cometer el pecadillo venial de editar uno de los fragmentos más importantes. El ponente sitúa, sin pelos en la lengua y desparpajadamente, uno de los comportamientos más llamativos del empresariado catalán y la trasformación del ethos empresarial de tiempos antiguos. Vale la pena rumiar sobre estos asuntos y, a ser posible, sacar algunas conclusiones por provisionales que sea. Dice Manolo Gómez Acosta atinadamente:


Me preocupan determinados comportamientos de un sector de nuestra clase empresarial, que aparece como instalada en un cierto “hedonismo especulativo”, lejos del peligroso sin-vivir de asumir riesgos y emprendimientos. ¿En qué medida esta fuerza --otrora motriz del desarrollo económico e industrial del país-- ha perdido de alguna manera su decimonónico dinamismo y vigor? Sugiero, a modo de provocación controlada que nuestra clase empresarial --aparte de criticar la gestión de AENA en Barcelona (manifiestamente mejorable, sin duda) y reclamar la gestión de la misma, algo que toda la sociedad civil comparte-- se apunte a la teoría antes citada de la “vaselina”futbolística, asumiendo riesgos y liderando un proyecto empresarial con socios planetarios que permita por ejemplo la compra de la llamada ex-compañía de “bandera”, IBERIA. Posiblemente otro gallo nos cantaría. Fin de la cita. Y, por mi parte, sigo al hilo de lo que dice el ponente.


Ciertamente, el empresariado catalán, al menos el más influyente, fue, como dice Gómez Acosta, “otrora motriz del desarrollo económico e industrial”. Y, sin lugar a dudas, también cultural. Ahora bien, no es menos cierto que algo empañó --¿podía ser de otra manera?-- aquel inobjetable liderazgo: que siempre estuviera más pendiente de ser “protegido” que de irrumpir abiertamente en los escenarios mundiales. Es decir, aquel liderazgo iba en paralelo con la exigencia del proteccionismo. También el mencionado vanguardismo modernizador del empresariado catalán tuvo otra evidente limitación: su innegable descuido por la cuestión de las altas finanzas: salvo las excepciones de bancas de llogarret que, no obstante, jugaron un destacado papel en ciertas comarcas catalanas, el dinamismo “de otrora” no atendió a la creación de una potente y eficaz de bancos catalanes.


La especulación que me permito es la siguiente: si el empresariado catalán hubiera sido menos proteccionista y más abierto al mundo de su época ¿el nacionalismo catalán hubiera tenido otras componentes? No lo afirmo subrepticiamente; me limito a preguntar al público en general.


Por lo demás, la indudable modernización que introduce el empresariado catalán tiene, por lo demás, otro límite. A saber, una insuficiente relación (si es que la tuvo) con los grandes movimientos empresariales que, a finales del siglo XIX –esto es, el “otrora” del que habla Gómez Acosta-- así en los Estados Unidos como en ciertos países europeos. Pongamos un ejemplo: el taylorismo, que se extendió generalizadamente en los países industriales gracias a las relaciones que enhebró don Federico Taylor con las Universidades, tardó ciento y la madre en llegar a Catalunya, y cuando lo hizo tuvo sus peores características de casa cuartel. La obsesión proteccionista (sabiendo además de las limitaciones del mercado español) del empresariado catalán les hizo una mala pasada.


Es obvio que Gómez Acosta no podía introducir todos estos elementos pues a los ponentes se nos ha dado un tiempo de cinco minutos para nuestras intervenciones. Por lo demás, vale la pena que Gómez Acosta publique su ponencia. Porque, en caso contrario, la amenaza está cantada: este blog lo hará se ponga como se ponga el autor. La razón es elemental: lo que se dice --y lo que da que pensar-- debe ser conocido por el público en general.


Pero, ahora, ¿qué es el empresariado catalán? La solución nos la da, con versiones casi idénticas, tanto Metastasio como Lorenzo dal Ponte: "Come l' araba fenice/ che vi sia, ciascun lo dice / dove sia nessun lo sa".

lunes, 19 de junio de 2006

QUE LOS SÍES NOS DEJEN VER EL BOSQUE


Naturalmente sobre el Referéndum del Estatut d' Autonomia de CatalunyaLos datos están en la calle: ganó el sí de manera contundente y la participación ciudadana no llegó a la mitad del electorado. Así las cosas, los partidarios del sí ganaron con claridad, los adversarios fueron derrotados y todos –los unos y los otros— han fracasado sin palitativos a la hora de interesar a la gente para que fuera a las urnas en la diversa orientación que requerían. Y, como es natural en estos casos, la fanfarria ha empezado. Los aullidos de Rajoy organizan el comistrajo de la indebida y obscena apropiación de los resultados en la irregular mezcla de sus pocos votos contrarios y el amplio nivel de la abstención. Sin lugar a dudas, es la enésima reedición de la rutinaria práctica de deslegitimar todo lo que no sale de su caletre. Pero dejemos a este hombre que es voluntariamente incorregible paseando su soledad por las playas de Marbella, luciendo su piel morena, como en su día anticiparon en una conocida canción “Los cinco Latinos”.

En otro orden de cosas, los árboles del sí no pueden ocultar el bosque. De ahí que sea necesario que los partidos políticos busquen “las causas primeras” (o se aproximen a ellas) de por qué, también en esta ocasión tan señalada, la mitad del electorado se ha quitado de en medio. Naturalmente, hay unas “segundas causas” en esta abstención tan potente: a) un tiempo larguísimo hablando sobre el Estatut que una considerable parte de la ciudadanía consideraba un latazo, b) un gobierno catalán que no contaba con los suficiente niveles de cohesión política, y no se cuántos motivos, importantes pero no determinantes de la abultada y pertinaz abstención. Las causas primeras, en definitiva, no pueden estar principalmente ahí. Tal vez --se trata de una intuición-- el problema radique en la inadecuación del actual carácter de la política y lo que la ciudadanía espera de ella. En otras palabras, la política sigue substancialmente igual, en sus contenidos y morfologías, que hace ochenta o cien años. La gente, sin embargo, ha cambiado profundamente porque el paradigma ha mutado lo suyo.




jueves, 8 de junio de 2006

EN LA UNIVERSITAT PROGRESISTA D'ESTIU

INTRODUCCION A LA MESA REDONDA: Renovación de la cultura democrática

Barcelona, 7 de Julio de 2006

José Luis López Bulla


Es para mí un honor estar aquí, y lo es más hacerlo junto a estas tres personalidades de la vida intelectual española: los profesores Reyes Mate (Centro superior de investigaciones científicas), Javier Rodrigo (London School of Economics) y Daniel Innerarity (Universidad de Zaragoza). Ni que decir tiene que, además, es un inmenso placer conversar sobre un tema de tanta importancia como el que nos convoca en esta ocasión: la renovación de la cultura democrática. Gracias a los organizadores por pensar, tal vez exageradamente, que un servidor podía ser de alguna utilidad. Esto sólo se explicaría porque el doctor Vicenç Navarro me mira con muy buenos ojos.

Hace tiempo que vengo observando que, cuando se habla de vida democrática y de participación, se está excesivamente distraído con relación a la cuestión social y al movimiento de los trabajadores. Todos buscan, con o sin linterna en la mano, la nueva cultura democrática, pero hacen abstracción de no pocas realizaciones que a diario se dan en los centros de trabajo. En ese centro de trabajo que conoce las más gigantescas transformaciones en ese acelerado tránsito del sistema fordista hacia otro paradigma que ya no se caracteriza por el “apelotonamiento” de masas en unos determinados metros cuadrados. Un nuevo paradigma que, en expresión de mi amigo Paco Rodríguez de Lecea, se caracteriza por unas nuevas placas tectónicas.
Cada día se producen en los centros de trabajo un promedio de tres elecciones sindicales. Los niveles de participación son aproximadamente del noventa por ciento. Las razones de ello se encuentran en: 1) los problemas que se ventilan se refieren a las condiciones materiales de vida y trabajo de las personas, 2) los candidatos son gentes que conocemos la mar de bien, 3) la normativa expresa que podemos incluso revocarlos, y 4) la urna está ahí al lado. Cuatro elementos que conforman lo que podríamos llamar democracia próxima. Quiero significar que, tras estos actos formales de las elecciones, hay detrás un proceso de discusión de los programas electorales de cada sindicato y de la pre-elección de los candidatos, algo así como unas primarias. Esta es una costumbre que tiene CC.OO. de Catalunya desde muchísimos años: muy anterior, desde luego, a las primarias entre Almunia y Borell. Finalmente todo lo anterior se concreta en un amplio tejido de representantes que supera las cien mil personas. En resumidas cuentas, buscando desesperadamente la nueva cultura democrática no caemos en la cuenta que ahí, en los centros de trabajo, hay un potente indicio de hechos participativos. Que un servidor traiga esto a colación, podría ser interpretado como una deriva hacia mi vieja actividad como sindicalista; sin embargo, creo que tiene una significación cultural y política de gran envergadura. Los hechos, así las cosas, muestran que el movimiento sindical es el sujeto que promueve más hechos participativos en nuestro país. Y sin embargo, el oscurecimiento de la cuestión social impide las escasas referencias a estos aconteceres, aunque posiblemente el sindicalismo no haga justa ostentación en publicitar sus realizaciones de democracia próxima. Estos hechos participativos, por otra parte, expresarían que también en el nuevo paradigma posfordista (lo digo en términos descriptivos, no normativos) se puede renovar la democracia política. Ahora bien, tengo para mí que esta renovación no vendrá principalmente por una serie de normas que siempre serán necesarias. Vendrá fundamentalmente por la lectura de los procesos que están en curso y por entender que el agente principal de la gran industria (como se decía muy antiguamente) ya no es la cadena de montaje: es la Red. En resumidas cuentas, el envejecimiento de la democracia es la consecuencia de que la política siga expresándose en términos fordistas mientras las cosas han cambiado que es una barbaridad, según dejó cantando, don Hilarión en aquella famosa verbena. Gracias.

lunes, 5 de junio de 2006

CONVERSANDO CON RAIMON OBIOLS





Soy de la opinión que la coexistencia, por utilizar la terminología de Raimon Obiols, entre el partido europeo y el nacional debe ser breve; y para precisar mejor las cosas, diré que sin atropello alguno lo prioritario es organizar la transición hacia el partido socialista europeo, como sujeto político principal, con los poderes convencionales que hacen al caso. Más todavía, pienso que es una pérdida de tiempo mantener la situación actual. Porque tal como están las cosas, los socialistas europeos –al igual que el sindicalismo confederal-- tienen planteamientos dispersos con poca relación entre sí y casi ninguna con un proyecto general. Más todavía, si los grandes gigantes de la industria y los servicios organizan potentes economías de escala, el socialismo europeo debe ser una gran política de escala. Hay, además, otro argumento: no se puede seguir construyendo la Europa social que queremos manteniendo el actual carácter de sujeto principal, radicado en el Estado-nacional. En resumidas cuentas, me encuentro más a gusto con los planteamientos de Paul Nyrup Rasmussen que con los de Giuliano Amato que es posible que tenga más en la cabeza la idea del partido reformista italiano que la del socialista europeo. La política de escala con sentido federal es, pues, lo que se debería primar.
Me excuso por el esquematismo: la ciudadanía europea se construirá probablemente si palpa Europa, esto es, si se siente concernida en intereses europeos. ¿Cómo interesar a un asalariado de Colonia con uno de Argentona, de manera directa, si no es a través, por ejemplo, de su convenio colectivo de sector? ¿Cómo enhebrar los diversos retales de los diferentes Estados de bienestar si no es a través de un auténtico welfare europeo? ¿Cómo poner en marcha los recursos financieros de ese welfare europeo si no es a través de una política fiscal europea? ¿Cómo establecer una política de investigación, capaz de intervenir en los procesos de innovación y reestructuración si no es mediante una política de gran escala europea? Una larga coexistencia (o una indeterminada coexistencia) entre el partido nacional y el europeo sería una rémora porque los procesos económicos siguen su curso veloz al grito de “estúpido el último”.
Podría ser que los dirigentes de los partidos nacionales tuvieran el mismo sentido de conservación que los sindicalistas que se confrontaban con Joan Peiró cuando proponía la transformación de los sindicatos “de oficio” en potentes federaciones de industria en el famoso Congreso de Sans, de la Cnt. Y pudiera ser que tales dirigentes tengan el temor de los (evidentes) peligros de la centralización y el distanciamiento. Pero hasta donde yo tengo entendido, la propuesta de Obiols es la de un partido socialista europeo con personalidad federal. Lo que equivale a reglas y códigos de comportamiento federales en la forma-partido. Evidentemente, no nos podemos abstraer de los riesgos que comportaría esa operación. Pero lo peor es la indecisión del asno de Buridán. En concreto, el partido no sólo debería tener las prerrogativas y poderes sino los instrumentos, símbolos y panoplias capaces de distinguirle como sujeto político principal.
Por otra parte, aprovecho la ocasión para insistir en una de mis obsesiones. La creación del partido socialista europeo, como sujeto principal de la política de gran escala, debería servir para ajustar las cuentas --no sólo a las culturas y prácticas más o menos autárquicas-- sino especialmente al desfase entre el actual paradigma posfordista y la acción política al uso que, siento dar la lata con estas cosas, continúa como si Doña Cadena de Montaje, la ilustre señora del fordismo, estuviera en su mejor momento.
Por último, creo que uno de los problemas que tiene la izquierda europea es el obscurecimiento de la ‘cuestión social’. La gran paradoja es que nunca hubo tanto trabajo asalariado como ahora y, sin embargo, la izquierda está excesivamente distraída. Es como si se sacara la conclusión de que la progresiva desaparición del obrero tradicional es la insignificancia (o, peor aún, muerte) del trabajo heterónomo, asalariado. De ahí que la renovación de un proyecto progresista debería situar la centralidad que representa que millones de europeos viven y se ganan la vida a través de su condición asalariada y ésta se expresa, por lo general, en mejores condiciones que nunca a través de la acción organizada. La política debería ser una de ellas. Pero, como diría el maestro Vittorio Foa, para que la gente tenga confianza en la política, ésta debería confiar en aquella.
Uno de los elementos que más consistencia le ha dado al socialismo europeo ha sido su destacada contribución al diseño del Estado de bienestar junto a otras fuerzas políticas y sectores sociales interesados en ello. Me permito partir de la siguiente intuición: la construcción de un welfare europeo puede ser el banderín de enganche de la renovación del socialismo. Ahora bien, creo que ello será posible si se dan estas condiciones: 1) la existencia de un partido socialista europeo con plenos poderes para ello; 2) las alianzas con sujetos sociales, capaces de compartir diversamente ese nuevo proyecto. Estoy pensando en el sindicalismo confederal y en amplios sectores sociales.
Se trata todavía de condiciones necesarias, aunque no suficientes. Pues para llegar a la suficiencia es preciso, en mi opinión, que todos ellos –partido, sindicalismo y sujetos sociales—ajusten las cuentas con dos asimetrías que interfieren el proyecto. De un lado, el anclaje en el Estado nación; de otro lado, la permanencia cultural en el paradigma fordista, a pesar de que este sistema (que va más allá de su carácter productivo) es pura herrumbre. Lo primero significaría ajustar definitivamente las cuentas a todo tipo de nacionalismo; lo segundo representaría meterse en pleno corazón de los procesos en curso.