miércoles, 20 de diciembre de 2006

¿SE MUEVE ALGO EN EL SOCIALISMO EUROPEO?

Que el eje central del Congreso del Partido socialista europeo haya sido “la Europa social” y que recientemente Ségolèn Royal haya puesto especial énfasis en las cuestiones sociales, parecen indicar que algo se mueve en el socialismo europeo. Naturalmente todavía es pronto y las señales no son aún suficientes para hablar, en mi modesta opinión, de un giro con todas las de la ley. De ahí que, a la pregunta que me hicieron el otro día sobre si el PSE se estaba moviendo hacia la izquierda, respondí que por lo menos me parecía un giro hacia la realidad.

Efectivamente, como mínimo me parece que hay un giro hacia la realidad en el hecho mismo de que en Oporto las discusiones se hayan centrado en la Europa social; y digo tres cuartos de lo mismo cuando la Royal plantea la necesidad de las 35 horas semanales, es decir, mienta la bicha en la mismísima Francia.

¿Es suficiente? Me parece que no, pero algo se va moviendo... Pues, sí. La candidata socialista a las elecciones presidenciales francesas ha abordado dos temas en sus coloquios por esos mundos de Dios: la democracia participativa y, como se ha dicho antes, la semana de las 35 horas. Ambos temas –ha dicho la Royal-- “representan un formidable progreso social”. Francamente, ¿cuánto tiempo hace que no se oían estas cosas?

Hará bien el personal en estar atento: cuando te encuentras en la oposición abundan los lenguajes exuberantes. Pero, por otra parte, afirmo que es irredenta la cultura de la desconfianza apriorística. De momento se está moviendo, después de un letargo demasiado largo, la sintaxis. Hasta la presente, creo yo, era aproximadamente homeostática.

Quiero decir lo siguiente: lo mejor es que la gente apriete. Lo que excluye la confianza gratuita y el escepticismo paralizante.

viernes, 3 de noviembre de 2006

EL CONGRESO DE VIENA

El nacimiento de la Central sindical mundial, surgido del Congreso de Viena, es de gran importancia. La novedad es la existencia de una organización pluralista y unitaria en todo el planeta. Esto es, las sensibilidades culturales más relevantes del movimiento de los trabajadores están, en una u otra medida, representadas en el nuevo sujeto mundial, tras la fusión de las dos grandes internacionales: la Ciols y la Cmt. Podemos decir, por tanto, que han desaparecido las razones que –a todas luces, desacertadamente-- provocaron la ruptura de la unidad sindical mundial en puertas de la Guerra fría.


Estos, como es bien sabido, son tiempos de una globalización interdependiente que no tiene vuelta atrás. Como, de igual modo, no tiene vuelta atrás el gran proceso de innovación-reestructuración de los aparatos productivos y del conjunto de la economía: aquí es donde está, a mi juicio, la madre del cordero. De ahí que la ausencia de un sujeto global en el terreno sindical fuera una anomalía. En principio el movimiento organizado de los trabajadores ha salido, al menos formalmente, de dicha anomalía. A partir de ahora empezaremos a ver los resultados prácticos que se derivan de este hecho fundante.


Pero, atención, es obvio que --junto a la alegría-- debamos tener una buena dosis de paciencia. Los resultados concretos del sindicato mundial no se verán de la noche a la mañana. Cosa normal. Y, aunque parezca paradójico, los grandes problemas no vendrán de lo que acaba de nacer. Puede que vengan de la personalidad histórica de los sindicatos de los Estados nacionales: no se cambia en un abrir y cerrar de ojos los usos y costumbres “nacionalistas” que les han caracterizado a lo largo del Siglo XX. Como muestra tenemos el botón de la Confederación europea de sindicatos. A pesar de los esfuerzos de esta organización, poca cosa pudo cambiar de la personalidad de los sindicatos europeos. Así pues, que nadie exija al nuevo sujeto más de lo que exigiera a la CES. En resumidas cuentas, lo que importará más será la capacidad de autoglobalización de los sindicatos de los Estados nacionales: de su proyecto y de sus instrumentos organizativos.


Lo que sí importa es la orientación del nuevo sindicato. Hay que decir que los documentos programáticos tienen un verdadero carácter global. En ese sentido, sería pertinente que los sindicatos nacionales dieran a conocer, mediante actos y conferencias, dichos documentos a los conjuntos asalariados de cada país. No es sólo un obligado acto de debida información; es, sobre todo, la puesta en marcha de un proceso que sea capaz de proponer la pertenencia de, como mínimo, sus afiliados a un proyecto común, global. Es decir, el establecimiento de unos vínculos (también emocionales) entre, por ejemplo, la gente de Mataró con la de Seul, Buenos Aires o Boston.


El nuevo sindicato tendrá muchos problemas. Pero hasta la presente, la falta de ese sujeto representaba que los trabajadores tenían más problemas. Digo que tendrá muchos problemas porque es francamente complicado combinar y compatibilizar las tan variadas realidades. Pero, como queda dicho, antes de la fundación del sindicato mundial todo era un gigantesco problema. Ahora lo sigue siendo, pero es menos grande. Enhorabuena.


Una última consideración: se ha dicho en no pocas ocasiones que una de las claves de la veloz y amplia extensión del sistema taylorista fue la `alianza’ que el celebérrimo ingeniero norteamericano estableciera con las universidades y el mundo de la ciencia, la técnica y las humanidades. Tomen nota de ello los sindicalistas y, sobre chispa más o menos, hagan la conveniente y talentosa extrapolación. A don Federico Taylor le salió de maravilla. ¿Por qué no intentan los dirigentes sindicales algo parecido?

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p/s. Me parece muy conveniente la propuesta de José María Fidalgo en el Congreso: la acción mundial contra la explotación del trabajo juvenil.

jueves, 19 de octubre de 2006

¿ES POSIBLE LA CONCERTACIÓN SOCIAL EUROPEA?



(Atención: un amigo de Parapanda nos ha rogado insistentemente que publiquemos estas reflexiones personales. Se trata del amigo Antonio Colchonero, publicista local)
Antonio Colchonero
1.-- Las grandes y veloces transformaciones que se están dando en Europa (también en el mundo) nos plantean la posibilidad de la concertación social en esos grandes espacios. A continuación, parece razonable que nos preguntemos en qué condiciones es posible dicha concertación en el actual cuadro de la economía europea y, de manera más ambiciosa, en esta era de la interdependencia global. Para ello creo oportuno --antes de entrar en la materia-- echarle un vistazo a algunas de las experiencias más llamativas de la segunda mitad del siglo pasado; concretamente a las que puedan ayudarnos a entender en qué contexto se presume que van a ir las cosas. Así pues, veamos qué rasgos esenciales ha tenido la concertación en Europa (haremos una breve reseña de los Estados Unidos) en los últimos cincuenta años.Lo primero: si bien los modelos de concertación han sido muy diferentes de un país a otro, existen unos presupuestos que son comunes. Estos presupuestos partían, en principio, de la siguiente concepción de la política: un terreno de mediación entre exigencias, intereses y aspiraciones de uno u otro signo. Es, ciertamente, una idea que hace del consenso entre las partes en litigio un factor esencial del proceso político, que no es un obstáculo para la gobernabilidad. Esta idea tiene sólidas raíces; además, no está sujeta a los cambios del viento político y de las mayorías electorales: el caso español, por ejemplo, también lo evidencia pues la concertación se ha dado tanto con gobiernos del Psoe como del Pp, lo que indicaría una práctica “laica” de, por lo menos, el sindicalismo confederal; a saber, hay que negociar con los poderes públicos con independencia de si son de un color o de otro.
Por otra parte, si el estudioso quiere tener un conocimiento pormenorizado de cómo están las cosas en cada país, no tiene más que consultar el importante trabajo de Javier Doz en:
http://www.fundacionsindicaldeestudios.org/artavan-bin/QuorumEC/init

jueves, 28 de septiembre de 2006

ESA LENGUA FREI BETTO, ESA LENGUA

He leído con detenimiento un celebrado artículo del padre dominico brasileño Frei Betto, "Europa, ¿primer mundo?" (1) Lo cierto es que no salía de mi asombro: de un lado, por lo que afirmaba; de otro, por lo que callaba. Estuve dudando en replicar. Mis dudas obedecían a esa sensación (bastante generalizada, por cierto) de que no se puede replicar a determinados personajes cuando han alcanzado un olor de santidad en ciertos ámbitos de algunas izquierdas. Es como si se agrediera a quien tiene una razón y una verdad históricas.

El artículo de Betto es una dura acusación, una fuerte amonestación a Europa. Preciso: a una Europa abstracta; se diría que sin personas. En ese sentido, utiliza una sintaxis muy parecida a la de ciertos ambientes españoles que hablan de los catalanes o de Catalunya en bloque: los catalanes han dicho, los catalanes afirman, los catalanes quieren esto y lo otro, cuando en realidad es una determinada formación política (por lo general, el grupo de Convergència i Unió) quien afirma y quiere.

El padre Betto (que no ha perdido la doxa dialéctica de sus hermanos dominicos) parte de una consideración muy cierta: el pasado imperialista de “Europa” y la innegable cultura eurocéntrica de los “europeos”. Una y otra cuestión que avergonzaron a no pocos europeos, de radicalidad progresista, antesdeayer, ayer y hoy. Frei Betto, por ejemplo, cita a unos cuantos, naturalmente a los más famosos. Pero no dice --entre otros silencios, tal vez involuntarios-- que aquellos imperialistas europeos eran, precisamente, los mismos que daban por saco a la gran mayoría de europeos: los de abajo, claro está. Naturalmente, son ciertas no pocas de las acusaciones que lanza contra “Europa” nuestro amigo dominico. Pero, por ejemplo, no le viene a la cabeza que el marxismo nació en Europa, que el movimiento organizado de los trabajadores nació en Europa, que el cooperativismo nació en Europa...

Betto parece dominar las categorías abstractas. Y desde ese dominio afirma que “Europa” sólo se preocupa de su confort. Valdría la pena precisar que hay europeos que tienen mucho confort, otros que están confortables, y no sé cuantos que están muy por debajo de los anteriores. En todo caso, los relativos niveles de confort no han visitado gratuitamente a los europeos: han sido el resultado de ásperos conflictos sociales, a costa de mucho dolor y sangre, de mucha represión y dificultades. De no pocas pérdidas de vidas así en los pelotones de ejecución como de pudrimiento en las (europeas, sí) cárceles. Malos tiempos son éstos en que, incluso, a Frei Betto hay que recordarle estas obviedades.

Esa lengua, Frei Betto, esa lengua... Estimado maestro, usted afirma que “fue en la Alemania de Kant, de Beethoven y Einstein donde Hitler encontró el caldo de cultivo que desembocó en las atrocidades delnazismo. Portugal tuvo a Salazar, Italia a Mussolini, España a Franco: todos ellos con las bendiciones cómplices de la Iglesia Católica”. Usted me va a permitir que, desparpajadamente, le diga que está haciendo –lo diré amablemente-- una picardía. Porque la frase, gobernada con maestra equivocidad, no nos dice si la Alemania de Kant, Beethoven y Einstein es un topos geográfico-social o si la Ilustración kantiana es la fuente de las atrocidades del nazismo. Pero, hay más: naturalmente que el cuarteto de las calaveras (Hitler, Mussolini, Franco y Salazar, aunque todos sabemos que hubo más) eran europeos, aunque es dudoso que tuvieran una filiación kantiana. Digo que la frase es equívoca porque usted se calla (en algunos momentos no sólo hay que decir la verdad, sino toda la verdad), digo que usted se calla personas como Rosa Luxemburgo, Gramsci, El Noi del Sucre, Marcelino Camacho y el huelguista (europeo) siete millones ochocientos cincuenta mil doscientos catorce. Como tampoco habla del fusilado (europeo) cincuenta mil quinientos dieciocho... Maestro, es necesario escaparse de la equivocidad europea que tanto le sirvió al Dante a lo largo de su obra y de su vida.

Es decir, maestro, que no se discute su ajustada crítica contra el eurocentrismo de ayer y lo que queda (mucho, todavía) de ello. Pero la lengua hay que gobernarla atinadamente. Y nadie dudaría en la crítica a la cofradía sindical europea que siempre se movió de manera eurocentrista. O a la mayoría de las fuerzas de izquierda europeas, incluidas ciertas rosas y determinadas hoces y martillos. Pero en el sermón hay que decirlo todo. Todo, también, con relación a la cita de Isaías: “construir la paz como fruto de la justicia”.

Todo. Que Blair, Aznar y Berlusconi (y algunos mandatarios más) siguieron a Buhs II en todas sus perrerías, es algo sabido. Pero usted mete a todos los europeos en el mismo zafarrancho. Mire, maestro: no le hablaré de los millones de europeos que se tiraron a la calle contra la guerra de Irak; tampoco le contaré que los sindicatos españoles (Comisiones y Ugt) movilizaron a un enorme gentío en los centros de trabajo con una convocatoria de huelga. Eso, ¿puedo suponerlo bien?, lo conoce usted. Sólo le daré dos datos. 1) Vivo en la localidad barcelonesa de Pineda de Mar: a las manifestaciones que se hicieron en el pueblo (once mil habitantes) acudieron más de la mitad; y 2) por razones que no vienen al caso, un servidor estaba en una importante empresa papelera de Amposta: allí pude ver a todos sus trabajadores (unos cuantos centenares) haciendo huelga contra la guerra, llevándole la contraria enérgicamente a “Europa”, pero no a Europa.

En lo que no me atrevo a polemizar con usted es con eso de que los templos europeos están más llenos de turistas que de fieles. Confío en la explicación –con lengua solvente-- que usted ofrezca. Pero es posible que tenga algo que ver con esto: una parte de europeos está hasta la cruz de los pantalones de otros europeos como don Pío Doce, don Juan Juan Pablo Segundo y don José Ratzinger, aunque hay más. Ahí está uno que usted debe conocer: un tal Rouco Varela, que es un cura inquietante. Por cierto, ninguno de ellos tiene nada que ver con gentes, creyentes a todo meter, como mis amigos, los curas Diez Alegría y González Faus, también europeos.

Por último, maestro. Cuidadito con esa lengua en relación con los inmigrantes. Usted se saca de la chistera dos preguntas: “¿Por qué causan tanto miedo los inmigrantes? ¿Son terroristas en potencia?”. Aquí también (con perdón) la cagó. Porque nos mete a todos –a “Europa” y Europa-- en el mismo cucharón. No hace falta que le diga quiénes son los que tienen tanto miedo y los que consideran a los inmigrantes como terroristas en potencia. Pero, maestro, ¿usted conoce a las buenas gentes, por ejemplo en las costas andaluzas y levantinas, que sacrifican todo para dar acogida a los hermanos que vienen de abajo? ¿Ha tenido usted, padre Betto, referencias del comportamiento de barquito pesquero alicantino en aguas de Malta, desde su capitán hasta el fogonero? Unos fenómenos, créame, estos europeos que trabajan en la mar salada.

“¿La vie en rose?” ¿Pangloss? Ni hablar del peluquín. O se dice todo o al menos casi todo o es mejor afinar el lápiz. De todas formas, intuyo que Betto comprenderá mi arrebato, aunque sea por el puro corporativismo de los que somos entrometidos.
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(1) El artículo de Frei Betto
Europa, ¿primer mundo? ¿civilizada?Frei Betto
Fecha: septiembre 26, 2006¿Europa Occidental ya alcanzó el techo de su bienestar? ¿Cuál es el futuro de un viejo continente que ya no produce ciencia y tecnología y transfiere sus industrias a países pobres en que la mano de obra es más barata? La impresión es que Europa se estancó. Que sólo se preocupa por preservar su confort. Que perdió la ilusión de la utopía, el vigor intelectual, la densidad de la fe. ¿Qué se hizo de los valores cristianos en esa sociedad que exalta la competitividad por encima de la solidaridad, y que invierte millones en biogenética y cosméticos, indiferente al sufrimiento de cuatro mil millones de seres humanos que, según la ONU, viven por debajo de la línea de la pobreza?¿Por qué causan tanto miedo los inmigrantes? ¿Son terroristas en potencia? ¿Quién colonizó sus tierras y chupó sus riquezas minerales y naturales, dejando tras de sí un rastro de miseria y dolor? ¿Por qué Europa Occidental mira a América latina a través de la óptica del prejuicio? ¿Chávez y Morales no fueron elegidos, como Lula, democráticamente? ¿Por qué ustedes, los europeos, no se levantan contra el bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba y el uso de la base naval de Guantánamo como cárcel clandestina de supuestos terroristas?¿Por qué los templos católicos europeos parecen acoger más turistas que fieles? El futuro del cristianismo ¿estará acaso en movimientos que exigen al fiel privarse de su conciencia crítica, abrazar el puritanismo y una espiritualidad típica de fermento fuera de la masa? ¿Por qué se movilizan tantos europeos contra enfermedades (sida, cáncer…), accidentes (de tránsito y de trabajo) y violencias (terrorismo, guerra, homicidios…), pero se muestran indiferentes ante el principal factor de muerte precoz, el hambre?¿Por qué los europeos parecen preferir la seguridad a la libertad, y son tan condescendientes con la política agresiva del gobierno de los Estados Unidos, que busca la paz mediante la imposición por las armas? ¿Por qué no prefieren la propuesta de Isaías, de construir la paz como fruto de la justicia (32,17)?¿Qué futuro desean los cristianos europeos para Europa y para el mundo? ¿El perfeccionamiento del sistema capitalista u "otro mundo posible"? ¿Qué signos se dan hoy de solidaridad efectiva de los cristianos europeos con los pobres de África, de Asia y de América Latina?
Raíces indígenasEs un error considerar América a partir de los últimos 500 años. Más que los vestigios dejados por la colonización ibérica, es el pasado de Amerindia lo que mejor traduce nuestra identidad. Relegar al olvido las raíces indígenas de América es una manera cínica de tratar de encubrir el genocidio cometido por la empresa colonizadora. Si hay una realidad trágica en la que cabe emplear acertadamente el término "holocausto" es en América. Durante el primer siglo de la colonización fueron asesinados millones de indígenas. En nombre de la civilización y de la fe cristiana…En el mensaje de los obispos del Brasil con ocasión de los 500 años de evangelización, ellos reconocen que "la nación brasileña no puede identificarse sólo con sus últimos 500 años de historia. Cuando llegaron aquí, los portugueses encontraron habitantes en estas tierras, una multiplicidad de pueblos, de orígenes y de lenguas diversas"."Los pueblos indígenas tuvieron una influencia importante y activa en la formación del pueblo brasileño, aunque ella sea poco conocida y reconocida por la mayoría de los brasileños de hoy, que aún a veces todavía mantienen una actitud despreciativa hacia los indios. Por el contrario, queremos recordar y reafirmar: hace ahora 500 años que el Evangelio de Jesucristo llegó a nuestras tierras. Pero ya había una presencia del Dios vivo entre los pueblos que habitaban aquí. El mensaje cristiano iluminó más claramente los signos de la presencia de Dios en las criaturas y reforzó, por la ley del amor fraterno, la conciencia moral y las virtudes tradicionales de los pueblos indígenas"."Mucho más graves que las dificultades que todavía hoy persisten en lo tocante al reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas son las violaciones de esos derechos realizadas por los "conquistadores" lusitanos, llegando al exterminio de una parte relevante de dichas poblaciones".El etnocentrismo europeo, todavía ahora, impide que América sea reconocida en su identidad, en su cultura, en sus valores. Hubo, desde luego, excepciones laudables, como Bartolomé de las Casas, Antonio de Montesinos, Pedro de Córdoba, Padre Vieira y otros. Pero la postura de éstos da la impresión de que es poco comprendida por los europeos y por aquellos que, en América, tienen una mentalidad europeizada.En el siglo 16 Europa ya había asimilado a Aristóteles y, en efecto, había puesto fundamentos racionales a la teología (Tomás de Aquino) y a la política (Maquiavelo). Como todo punto de vista es la vista a partir de un punto, los europeos encararon su actuación en el Nuevo Continente mediante la óptica del prejuicio. No fueron capaces de captar la consistencia y la profundidad del saber indígena, las dimensiones teológica y pastoral de sus creencias, los avances civilizatorios (comparables a los europeos) de las comunidades urbanas. Lo diferente apareció como divergente, lo extraño como amenazador, lo inusitado como maldición. Hasta el punto de que los teólogos europeos se llegaron a preguntar si los indígenas tenían alma, para así justificar el genocidio (Ginés de Sepúlveda), pues se sabía que practicaban el canibalismo.Ahora bien, en Francia, el día de San Bartolomé de 1572, Jean de Léry, que vivió en Brasil entre 1556 y 1558, presenció escenas de canibalismo que superaba lo que había visto entre nuestros indios. En su Histoire d’un voyage fait en la terre du Brasil, publicado en 1578, describe haber presenciado subastas, en Lyon y en Auxerre, donde se vendía el sebo humano y el corazón asado a las brasas de las víctimas protestantes del fundamentalismo católico…Al menos la antropofagia de los indios era un ritual. Por lo cual escribe: "Lo que se practica entre nosotros… En buena y sana conciencia creo que exceden en crueldad a los salvajes… Entre otros actos de horrenda recordación, ¿no fue el sebo de las víctimas masacradas en Lyon mucho más bárbaramente que lo que hacían los salvajes, vendido en pública subasta y adjudicado al mejor postor? El hígado y el corazón, y otras partes del cuerpo de algunas personas, ¿no fueron comidos por furiosos asesinos, de lo que se horrorizan los infiernos? … No abominemos mucho, pues, de la crueldad de los salvajes antropófagos".
¿Europa civilizada?Se habla del atraso de América latina, de la pobreza que condena a una vida indigna a cerca de 200 millones de habitantes, de un total de 500 millones, de las masacres de campesinos en Guatemala y de los niños de la calle en Brasil. ¿Pero qué representa eso ante la mortandad de las dos grandes guerras mundiales, que tuvieron a Europa como escenario, el lastre de miseria y genocidio dejado por los europeos en sus excolonias de África, o las actuales relaciones comerciales injustas entre el Norte y el Sur del mundo?No hay nadie más culto que otro, enseña Paulo Freire. Existen, sí, culturas distintas, paralelas y socialmente complementarias. El saber de un teólogo es un patrimonio tan importante como el de una cocinera. La diferencia está en que la escolaridad del primero le otorga una excelencia que el prejuicio social niega a la mujer de la cocina. Sin embargo es bueno recordar que ella es capaz de vivir sin el saber del teólogo, pero éste no sobrevive sin la cultura culinaria de ella…Hay otro principio pedagógico que Europa no ha sido capaz de absorber: la cabeza piensa donde pisan los pies. O sea, el mismo ojo teológico no enfoca del mismo modo la misma realidad, si mantiene los pies en el mundo del colonizador o en el mundo del colonizado. Las Casas quizás no hubiera sido capaz de reconocer la dignidad de los indígenas si de adolescente no hubiese convivido en Sevilla con el indicito que su padre, piloto de Colón, le trajo como regalo del Caribe…El eurocentrismo es la enfermedad senil de una cultura que se apartó de la realidad y, por tanto, cuyo universo está colocado por encima de la vida real. Fue en la Alemania de Kant, de Beethoven y Einstein donde Hitler encontró el caldo de cultivo que desembocó en las atrocidades del nazismo. Portugal tuvo a Salazar, Italia a Mussolini, España a Franco: todos ellos con las bendiciones cómplices de la Iglesia Católica. Y hoy, ¿puede decirse que Europa Occidental es el espacio por excelencia de la democracia? ¿Por qué Europa mira con tanta suspicacia a Cuba -cuyos avances en salud y en educación fueron elogiados por Juan Pablo II en su viaje de 1898-, así como a los gobiernos de Chávez, en Venezuela, y de Morales, en Bolivia, apoyados por una amplia mayoría de la población? Tony Blair, con su respaldo a la agresión imperialista de Bush -en Afganistán, en Irak y en el Líbano- ¿es ejemplo de democracia? Y la indiferencia de los gobiernos europeos ante el deterioro de las condiciones sociales, económicas y políticas de África, ¿es ejemplo de democracia? ¿Cómo hablar de democracia cuando los extranjeros son considerados intrusos y los musulmanes terroristas virtuales?
Fuente: ALAI AMLATINA, traducción de J. L. Burguet. Desde Sao Paulo


jueves, 31 de agosto de 2006

EL FOLLÓN DEL AEROPUERTO DE BARCELONA

31 julio de 2006

Doy por sentado y sabido que los estrafalarios acontecimientos del aeropuerto de El Prat tienen como principal responsable la empresa. Dicho lo cual, vamos al problema. El día que el sindicalismo confederal ponga en marcha la autorregulación de la huelga alcanzará un enorme prestigio. He escrito mucho al respecto; el primer artículo lo publiqué en la revista “Nous Horitzons” ¡en la primavera 1977!: es decir, mil novecientos setenta y siete. Quien esté interesado en estar al tanto de estas cuestiones, no tiene más que echarle un vistazo a los diversos artículos (algunos de ellos archivados) en este blog. De manera que no me extiendo.

Lo sucedido en el aeropuerto pone en entredicho la acción del sindicalismo confederal, al tiempo que muestra un considerable deterioro en su relación con quienes no tienen ni arte ni parte en el conflicto provocado por la dirección de la empresa. Pero no sólo en el presente: en el imaginario de las personas agredidas estará presente durante un tiempo largo el estropicio a que fueron sometidas. Así pues, la pregunta que importa es: ¿se encuentra el sindicalismo confederal, tras los sucesos de El Prat, en mejores condiciones? Por otra parte, los dirigentes sindicales deberían reflexionar sobre la mejor relación entre formas de acción colectiva y reivindicaciones.


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31.08.06

Lo acaecido en el aeropuerto de Barcelona a finales de julio merece una reflexión muy seria. Miles de personas estuvieron atrapadas durante unos cuantos días sin poder salir para sus destinos: la mayoría de ellos (en una elevada proporción, trabajadores) salían para disfrutar sus vacaciones de verano. La huelga del personal de tierra del aeropuerto lo rompió todo.

Para lo que importa en este análisis, diremos que las organizaciones sindicales cuentan con un elevadísimo índice de afiliación: más o menos el 80 por ciento de los trabajadores está afiliado al sindicalismo confederal que representan Ugt y Comisiones Obreras, estimándose según datos de éstas en unas dos mil personas inscritas a uno u otro sindicato. El comité de empresa (25 delegados) tiene la siguiente composición: 19 para los sindicatos antes mencionados, los seis restantes pertenecen a Cgt, Uso y Cisa. Así pues, estamos hablando de uno de los centros de trabajo español (y posiblemente europeo) donde los niveles de afiliación sean de los más elevados y, además, donde la representatividad formal del sindicalismo mayoritario es abrumadora. Y sin embargo la acción huelguística parece que no responde, al menos teóricamente, a los cánones que dicen tener tanto Comisiones como Ugt.

En lo que atañe a los inicios de la huelga, cabe señalar la realización de un confusa asamblea donde (según indican todos los portavoces sindicales de Ugt y Comisiones) la plantilla desborda los planteamientos de los oradores. “A las pistas, a las pistas” es la consigna que determinados grupos vocean; la “mesa” que dirige la asamblea pierde el control. Los trabajadores ocupan las pistas de aterrizaje y empieza una huelga de proporciones devastadoras para los viajeros.

La primera inquietud: ¿cómo es posible que un grupo de personas, con tan elevada tasa de afiliación, no siga las orientaciones del sindicalismo confederal más representativo? Hemos leído las declaraciones de un alto responsable sindical que, más o menos, viene a decirnos lo siguiente: la disciplina de los afiliados a un sindicato no tiene nada que ver con la de quien está inscrito en un partido político. Muy cierto, aunque se trata de una respuesta conocida que no ofrece una explicación satisfactoria. Es más, estamos ante un razonamiento que no nos ofrece qué pedagogía ha realizado el sindicalismo confederal más representativo hacia sus afiliados, ni nos depara qué vinculación cotidiana tiene la dirección sindical con sus inscritos cuya mayoría llevan muchos años perteneciendo a una y otra organización. Es decir, no estamos hablando de una afiliación bisoña sino veterana, con largos años de práctica sindical. Parece, pues, evidente que las explicaciones deben orientarse a razonamientos incómodos, algunos de los cuales hace mucho tiempo que preocupan a los dirigentes sindicales confederales.

Lo ocurrido en el aeropuerto expresa lo siguiente: la acción sindical en los servicios públicos nació, creció y se mantiene de manera indiferenciada a los planteamientos que se hacen en los sectores industriales. En mi opinión, aquí está la base del problema. Es decir, los patrones de la acción colectiva en la industria fueron trasladados mecánicamente a los servicios públicos. No se tuvo –y la cosa colea todavía de manera recalcitrante-- en cuenta que en este universo de los sectores públicos existen tres conjuntos: los trabajadores de la empresa, la empresa propiamente dicha y los usuarios. Esto se ha repetido ad nauseam y parece estar claro teóricamente en el sindicalismo confederal, pero en el momento de la verdad se sigue reproduciendo la acción colectiva de manera mimética a cómo se desarrolla en la industria, donde sólo existen dos grupos o conjuntos: los asalariados en conflicto y la propia empresa; aquí, el conflicto tiene unas pautas (las archiconocidas) cuyo desarrollo no repercute en los usuarios. Así pues, no se puede decir que el sindicalismo en los servicios públicos tenga una personalidad original, propia; antes al contrario es y sigue siendo una hechura de la acción colectiva en la industria. Así las cosas, no es aventurado plantear el siguiente pronóstico: mientras estos sectores públicos no formulen (y lleven a la práctica) una forma propia del ejercicio del conflicto, se puede presumir que se repetirán situaciones, en mayor o menor grado, que las de este verano en el aeropuerto. Esto no le conviene al sindicalismo confederal porque se confronta con decenas de miles de usuarios que --¡no se olvide!-- son trabajadores. Más todavía, ¿por qué no hablar de que el sindicalismo confederal debe tutelar también a esos miles de trabajadores-usuarios en estas situaciones? Porque si las vacaciones son un derecho, conquistado también por las propias organizaciones sindicales, la tutela de ese derecho parece desprenderse de cajón.

No estaría de más traer a colación algunas novedades: nunca han sido puestos los sindicatos tan entredicho como en esta ocasión. Miles de cartas a las redacciones de los periódicos (algunas aparecieron en portada de algunos rotativos) protestaban de manera airada contra ese tipo de conflicto y en esas fechas. Y para complicar las cosas, un Juzgado interviene en el asunto. Mala cosa.

A estas alturas quien ha dado la cara públicamente con más frecuencia ha sido Pepe Alvarez, el primer dirigente de la Ugt catalana. En dos entrevistas ha dicho cosas tan ásperas como: “Tengo que admitir que en El Prat la situación se nos fue de las manos” (El País) y “Hay que dar la cara. Toda persona afectada merece que se le pida perdón”. En muy pocas ocasiones se ha oído hablar a un dirigente sindical con tanta franqueza. Es decir, Pepe parece partir que, cuando se habla de estrategia sindical, no conviene esconder la cabeza bajo el ala. Porque, en efecto, aquí estamos hablando de nuestras responsabilidades, de aquello que decidimos en la casa sindical. La perezosa frase de “La Tomaquera” (en un amable comentario a mi anterior artículo sobre este mismo tema) dice que lo más fácil es meternos con nosotros mismos, aludiendo a mi escrito de finales de julio*. No, es falso. Eso es lo más difícil y, según parece, lo más impopular. Yo siempre he intentado partir de este concepto inconformista: aunque mis responsabilidades sean un cinco por ciento, este cinco por ciento, ante mí mismo y ante nosotros mismos, es mi cien por cien. Un servidor, ¡faltaría más!, no contradice al gran Silvio Rodríguez, pero la lógica sindical no es la de un poeta. Debe ser buscar sus propias responsabilidades, verificarse constantemente.

Algo de eso ha intentado hacer Pepe Alvarez. Aunque yo entiendo que las cosas no van por ahí, al menos en el fondo. Algo de ello se ha dicho anteriormente. A mi juicio, las pistas deberían ir por:

1) proponer una acción colectiva en los sectores públicos que sea la fiel expresión del vínculo entre los asalariados del sector y el conjunto de los usuarios que utilizan los servicios públicos;
2) buscando las alianzas, estables y coyunturales, entre los que van a ejercer el conflicto y los usuarios;
2) lo que es posible mediante unas formas de presión que no provoquen bolsas de hostilidad entre los huelguistas y los usuarios.

Refugiarse en la pereza no se aviene a la naturaleza de un sindicalismo de clase. Y buscar amparo en la poesía es una visión angelical.

domingo, 30 de julio de 2006

QUO VADIS, AMICI?

La propuesta de transformar los Democratici della Sinistra (Massimo d’ Alema y Piero Fassino) junto a la Margherita (Rutelli) en el Partito democratico no es sensata. Que justamente esta propuesta se haga ahora, en plena infancia del gobierno Prodi, es inoportuno, aunque esta no es la razón de fondo. El problema central es la caracterización del nuevo partido y su colocación internacional.Empecemos por lo menos relevante. No veo los motivos para, en estos momentos, poner en marcha esta operación. El nuevo gobierno italiano necesita sosiego político e institucional para poner en marcha las grandes reformas que ha comprometido su programa electoral. De ahí que los ajetreos internos en el principal partido (los Ds) sean objetivamente un elemento de poca tranquilidad: téngase en cuenta que los contrarios al nuevo partido (il correntone) representan un cuarenta por ciento. ¿A qué vienen ahora estas prisas y, sobre todo, a ese método tan poco escrupuloso?Poco escrupuloso porque los partidarios del Partito democratico han iniciado un proceso de manifiestos, apertura de sedes y recogida de afiliados sin que todavía haya sido tomada una decisión orgánica en los Democratici della Sinistra. La explicación no parece ser otra que la de situar al conjunto de la organización ante los hechos consumados. Esta metodología anómala condicionará la personalidad del nuevo partido, si es que llega a nacer. El código genético del hipotético Pd no será otro que el de unos movimientos tectónicos irregulares y, sin duda, elitistas.Por otra parte, la Margherita –una organización que nunca ha ocultado su personalidad centrista-- pone dos condiciones a los Ds: una, señalar las raíces cristianas en el carnet de identidad del nuevo instrumento; otra, la no inscripción en la Internacional socialista. Aclaremos: ambas me parecen legítimas desde la órbita rutelliana, pero no admisibles desde la cultura laica de la política de izquierdas. Como lo más seguro es que Fassino no acepte ambas exigencias, la solución sería un pastel sin chicha ni limoná. O, si se prefiere, una formulación gelatinosa que no serviría ni para un barrido ni para un fregado. En todo caso, se produciría la anomalía de que, en un país tan importante como Italia, no existiría una relevante formación de izquierdas de inspiración socialista. Por otra parte, la Internacional socialista (donde, no se olvide, está el PT de Lula y el partido sudafricano de Nelson Mandela) no tendría espacio en Italia. Sentimentalismos aparte: ¿se archivaría el santoral de los Labriola y Gramsci, Di Vittorio y Lama, entre otros?A estas alturas, nadie sabe qué ocurrirá. Pero, sea como fuere, la sensatez me lleva a plantear dos cuestiones de gran importancia: 1) que todos adquieran el firme compromiso de no interferir, molestar, estropear la acción unitaria del gobierno; 2) normalizar el proceso mediante la preparación de un congreso participativo de los Ds.Es decir, que hable todo el mundo, no sólo los relumbrones. Una vez acabado el proceso cada cual se irá donde al lugar de sus preferencias. Un servidor pondrá el retrato de Luciano Lama junto al de Di Vittorio en el comedor de casa: el primero, un revolucionario-reformista; el segundo, un reformista-revolucionario. No se trata de oxímoron alguno. Mientras tanto, le mando un paquete de tabaco en picadura al amigo Bruno Trentin. Porque las penas, con tabaco son menos. Ahora mismo estoy hablando con Ceferino de Hizla que acaba de llegar al aeropuerto de El Prat, procedente de Roma y va camino de Parapanda. Me recibió en la sala de espera cantando un aria de Le Nozze de Figaro: Dove andrai il farfallone amoroso? Como la gente de La Vega de Granada no hace nada gratuito, me pongo a considerar que la musiquilla tiene algún destinatario.

viernes, 14 de julio de 2006

CON JOSÉ MONTILLA

José Luis López Bulla




Mi apoyo a la candidatura de José Montilla se debe a las siguientes razones: 1) conseguir que un candidato no nacionalista gane las elecciones autonómicas, y 2) apoyar desde la modestia de mis esfuerzos el proyecto de José Luis Rodríguez Zapatero. Este, además, es el orden argumental. Y, como puede verse, no tiene ningún tipo de planteamiento “ideológico”. Lo hago, especialmente, por puro interés personal. ¿En qué sentido? Lo explico a continuación: quiero pasar los próximos años de un modo razonablemente feliz. A estas alturas de mi vida, seguir soportando los efectos de la pobretería intelectual del nacionalismo, su agobiante inutilidad y su significativo aldeanismo me haría un avinagrado cascarrabias, y posiblemente lo que no ha conseguido el tabaco lo haría la reedición político-institucional del nacionalismo. Pero quien interprete que mis argumentos son de tipo “defensista”, contestaré que ¡ni hablar del peluquín!: intentar ser razonablemente feliz está en las mejores tradiciones republicanas, al menos en las que dejaron escritas nuestros abuelos de Filadelfia.

Seguir siendo feliz, con las mínimas interferencias posibles, quiere decir en mi caso que voy a seguir afirmando con descaro que Federico García Lorca es mi poeta en vez de Juame Riudeclots; que mi barítono español preferido es Manuel Ausensi y no Marcos Redondo; que mi soprano del alma es Renata Tebaldi y no otra, aunque sea no menos buena; que el sindicalista español más importante del siglo XX es Joan Peiró que ahora se está fumando sus buenos caliqueños con Luciano Lama; que Roser, mi mujer, nacida en Barcelona, es la dama de mi vida.

Seguir siendo feliz –y querer serlo, si a uno lo dejan-- es afirmar desparpajadamente que un servidor no tiene raíces, sino piernas, aunque nada tengo en contra de los que quieran tener raíces y no piernas.

Naturalmente José Montilla no me resolverá los grados de felicidad que necesito: ¡ni se le ocurra, por favor! Pero si gana es una hipótesis que yo pueda tener una moderada felicidad; si vence el nacionalismo es una certeza que me pondré un poco chuchurrío. Y, la verdad, todavía hay distancias entre una hipótesis y una certeza.

Más todavía, deseo que mi país entre una fase histórica nueva. Alguien dijo de Luciano Lama que “había dado substancia a la democracia”. Pues bien, he escrito que Zapatero hizo lo mismo en su gesto valenciano cuando le dijo a don José Ratzinger: “Dispense, caballero; pero no asistiré a la misa”. Presumo que mis amigos el cura García-Nieto y Alfons Carles Comín estarán tocando palmas ante ese bello gesto.

Uno ha preguntado: ¿Pero qué quiere éste? Desde luego nada más importante que lo que he sido en mi vida: un dirigente de Comisiones Obreras. Tras eso empalidecen todos los demás cargos ya sean el oro del moro o la plata que cagó la vaca. Por lo tanto, quien ha sido dirigente sindical sabe por experiencia propia (y aproximada intuición) que el resto –especialmente a partir de determinadas edades-- vale un poco menos que una oblea. Pero, ya que es imposible desterrar las sospechas, lo máximo que puedo aceptar es que me regalen, por mi detalle, un cartón de ducados. Porque nada es gratis en esta vida. 

miércoles, 12 de julio de 2006

LA SOLIDARIDAD EN LOS HECHOS CONCRETOS


La General Motors ha hecho público que levanta su factoría de Azambuja (Portugal) y la traslada a España. Las paradojas de estas situaciones están en que, simultáneamente, pueden darse estas situaciones: dolor en Portugal y alivio en la localidad zaragozana de Figueruelas. Lo que parece normal desde el punto de vista humano. Pero la reacción sindical debe ser otra. Y así es: la Federación minerometalúrgica de Comisiones Obreras ha reaccionado con un gran coraje, con una magnífica lucidez. Ha denunciado a GM. Y de manera rotumda explica que se está quebrando el espíritu esbozado en la reunión de miembros del Comité Europeo de GM, junto con representantes sindicales pertenecientes a la Federación de Metalúrgicos Europeos celebrada el pasado 3 de julio de 2006 en Bruselas.


En la citada reunión se acordó iniciar un periodo de negociación con la dirección de la empresa para establecer el proceso que clarificara el futuro de la planta portuguesa. Como muestra de este compromiso los sindicatos suspendimos la continuación de movilizaciones iniciadas en semanas anteriores. CC.OO. entiende que la empresa se equivoca, ya que desaprovecha una oportunidad para solventar un conflicto pacíficamente y, además, sostiene que no actúa de buena fe al comunicar el cierre justo al inicio de las vacaciones de la mayoría de las plantas europeas.


Entiendo que estamos ante un inicio que rompe algunos equívocos sindicales: denunciar la deslocalización del propio tejido industrial y hacerse el longuis cuando te llega alguna empresa que ha deslocalizado su producción en otro punto cardinal. Los metalúrgicos de Comisiones Obreras están abriendo la posibilidad de nuevas reflexiones al respecto. De momento, desde este pueblecito de Parapanda (muy cerca de Santa Fe) nos quitamos el sombrero y aplaudimos la postura de la Federación que lidera Felipe López.
Publicado por Pepe Luis López Bulla en
10:01
1 comentarios:

Anselmo Lorenzo dijo...

Un buen ejemplo, afortunadamente, no el único, que indica que el sindicalismo europeo puede enfrentar las estrategias de las empresas multinacionales sin interiorizar dinámicas de competencia entre los distintos sindicatos nacionales. A finales del pasado año, la empresa química LANSEX, con plantas en Italia y Tarragona, intento presionar a la baja en las condiciones de trabajo de ambas factorias, chantajeando con el destino de una nueva producción. Fiteqa-CC.OO. y Fia UGT, de común acuerdo con el sindicalismo italiano, reaccionaron con una iniciativa sindical de reparto de la nueva producción. Fue una buena operación para los sindicatos de ambos países

lunes, 3 de julio de 2006

D' ALEMA, FASSINO ¿lo habéis pensado bien?

¿Lo habéis pensado bien, queridos amigos? ¿Estáis seguros de que la fusión con la Margherita es conveniente? ¿Qué gana Europa con que uno de sus grandes (o pequeños) países no cuente con un partido socialista? ¿Qué ganan los italianos con ello? ¿No es parece que es harto exagerada vuestra transhumancia que, a lo largo de dos décadas, habéis cambiado de nombre no sé cuántas veces? ¿Se trata de versatilidad o de unas vaporosas exigencias que muchos no alcanzamos a entender? ¿Acaso existe una presión social, de masas, en Italia para que os compréis un nuevo chambao? Yo no la veo por ninguna parte. Una pregunta: ¿os ayudará esta operación a consolidar el gobierno de centro-izquierda? ¿Sí? Díme por qué, Piero. Dime por qué, Massimo. Ojo: podéis entrar en aquella "selva oscura e smarrita..."


Les digo a Piero y Massimo: oid la voz de Bruno Trentin. No estamos hablando de un conservador. Pocos reformadores ha tenido Europa que estén (o hayan estado) a la altura del maestro Trentin. Trentin les dice que "es preferible avanzar hacia una Federación de partidos en vez de a un indefinido e imaginario partido democrático". Tres cuartos de lo mismo ha dicho otro de los grandes: Giorgio Ruffolo. Para más información al respecto, véase
http://baticola.blogspot.com (El Maestro Bruno Trentin) en los archivos de junio.

viernes, 30 de junio de 2006

EL EMPFRESARIADO CATALÁN DE AYER Y HOY



Este blog ha tenido acceso a la intervención escrita que Manuel Gómez Acosta presentará en la Convenció pel Futur, de la que ya anteriormente hemos dado cuenta hace un par de días. Me ha parecido indelicado publicarla por completo, pero no me he resistido a cometer el pecadillo venial de editar uno de los fragmentos más importantes. El ponente sitúa, sin pelos en la lengua y desparpajadamente, uno de los comportamientos más llamativos del empresariado catalán y la trasformación del ethos empresarial de tiempos antiguos. Vale la pena rumiar sobre estos asuntos y, a ser posible, sacar algunas conclusiones por provisionales que sea. Dice Manolo Gómez Acosta atinadamente:


Me preocupan determinados comportamientos de un sector de nuestra clase empresarial, que aparece como instalada en un cierto “hedonismo especulativo”, lejos del peligroso sin-vivir de asumir riesgos y emprendimientos. ¿En qué medida esta fuerza --otrora motriz del desarrollo económico e industrial del país-- ha perdido de alguna manera su decimonónico dinamismo y vigor? Sugiero, a modo de provocación controlada que nuestra clase empresarial --aparte de criticar la gestión de AENA en Barcelona (manifiestamente mejorable, sin duda) y reclamar la gestión de la misma, algo que toda la sociedad civil comparte-- se apunte a la teoría antes citada de la “vaselina”futbolística, asumiendo riesgos y liderando un proyecto empresarial con socios planetarios que permita por ejemplo la compra de la llamada ex-compañía de “bandera”, IBERIA. Posiblemente otro gallo nos cantaría. Fin de la cita. Y, por mi parte, sigo al hilo de lo que dice el ponente.


Ciertamente, el empresariado catalán, al menos el más influyente, fue, como dice Gómez Acosta, “otrora motriz del desarrollo económico e industrial”. Y, sin lugar a dudas, también cultural. Ahora bien, no es menos cierto que algo empañó --¿podía ser de otra manera?-- aquel inobjetable liderazgo: que siempre estuviera más pendiente de ser “protegido” que de irrumpir abiertamente en los escenarios mundiales. Es decir, aquel liderazgo iba en paralelo con la exigencia del proteccionismo. También el mencionado vanguardismo modernizador del empresariado catalán tuvo otra evidente limitación: su innegable descuido por la cuestión de las altas finanzas: salvo las excepciones de bancas de llogarret que, no obstante, jugaron un destacado papel en ciertas comarcas catalanas, el dinamismo “de otrora” no atendió a la creación de una potente y eficaz de bancos catalanes.


La especulación que me permito es la siguiente: si el empresariado catalán hubiera sido menos proteccionista y más abierto al mundo de su época ¿el nacionalismo catalán hubiera tenido otras componentes? No lo afirmo subrepticiamente; me limito a preguntar al público en general.


Por lo demás, la indudable modernización que introduce el empresariado catalán tiene, por lo demás, otro límite. A saber, una insuficiente relación (si es que la tuvo) con los grandes movimientos empresariales que, a finales del siglo XIX –esto es, el “otrora” del que habla Gómez Acosta-- así en los Estados Unidos como en ciertos países europeos. Pongamos un ejemplo: el taylorismo, que se extendió generalizadamente en los países industriales gracias a las relaciones que enhebró don Federico Taylor con las Universidades, tardó ciento y la madre en llegar a Catalunya, y cuando lo hizo tuvo sus peores características de casa cuartel. La obsesión proteccionista (sabiendo además de las limitaciones del mercado español) del empresariado catalán les hizo una mala pasada.


Es obvio que Gómez Acosta no podía introducir todos estos elementos pues a los ponentes se nos ha dado un tiempo de cinco minutos para nuestras intervenciones. Por lo demás, vale la pena que Gómez Acosta publique su ponencia. Porque, en caso contrario, la amenaza está cantada: este blog lo hará se ponga como se ponga el autor. La razón es elemental: lo que se dice --y lo que da que pensar-- debe ser conocido por el público en general.


Pero, ahora, ¿qué es el empresariado catalán? La solución nos la da, con versiones casi idénticas, tanto Metastasio como Lorenzo dal Ponte: "Come l' araba fenice/ che vi sia, ciascun lo dice / dove sia nessun lo sa".

lunes, 19 de junio de 2006

QUE LOS SÍES NOS DEJEN VER EL BOSQUE


Naturalmente sobre el Referéndum del Estatut d' Autonomia de CatalunyaLos datos están en la calle: ganó el sí de manera contundente y la participación ciudadana no llegó a la mitad del electorado. Así las cosas, los partidarios del sí ganaron con claridad, los adversarios fueron derrotados y todos –los unos y los otros— han fracasado sin palitativos a la hora de interesar a la gente para que fuera a las urnas en la diversa orientación que requerían. Y, como es natural en estos casos, la fanfarria ha empezado. Los aullidos de Rajoy organizan el comistrajo de la indebida y obscena apropiación de los resultados en la irregular mezcla de sus pocos votos contrarios y el amplio nivel de la abstención. Sin lugar a dudas, es la enésima reedición de la rutinaria práctica de deslegitimar todo lo que no sale de su caletre. Pero dejemos a este hombre que es voluntariamente incorregible paseando su soledad por las playas de Marbella, luciendo su piel morena, como en su día anticiparon en una conocida canción “Los cinco Latinos”.

En otro orden de cosas, los árboles del sí no pueden ocultar el bosque. De ahí que sea necesario que los partidos políticos busquen “las causas primeras” (o se aproximen a ellas) de por qué, también en esta ocasión tan señalada, la mitad del electorado se ha quitado de en medio. Naturalmente, hay unas “segundas causas” en esta abstención tan potente: a) un tiempo larguísimo hablando sobre el Estatut que una considerable parte de la ciudadanía consideraba un latazo, b) un gobierno catalán que no contaba con los suficiente niveles de cohesión política, y no se cuántos motivos, importantes pero no determinantes de la abultada y pertinaz abstención. Las causas primeras, en definitiva, no pueden estar principalmente ahí. Tal vez --se trata de una intuición-- el problema radique en la inadecuación del actual carácter de la política y lo que la ciudadanía espera de ella. En otras palabras, la política sigue substancialmente igual, en sus contenidos y morfologías, que hace ochenta o cien años. La gente, sin embargo, ha cambiado profundamente porque el paradigma ha mutado lo suyo.




jueves, 8 de junio de 2006

EN LA UNIVERSITAT PROGRESISTA D'ESTIU

INTRODUCCION A LA MESA REDONDA: Renovación de la cultura democrática

Barcelona, 7 de Julio de 2006

José Luis López Bulla


Es para mí un honor estar aquí, y lo es más hacerlo junto a estas tres personalidades de la vida intelectual española: los profesores Reyes Mate (Centro superior de investigaciones científicas), Javier Rodrigo (London School of Economics) y Daniel Innerarity (Universidad de Zaragoza). Ni que decir tiene que, además, es un inmenso placer conversar sobre un tema de tanta importancia como el que nos convoca en esta ocasión: la renovación de la cultura democrática. Gracias a los organizadores por pensar, tal vez exageradamente, que un servidor podía ser de alguna utilidad. Esto sólo se explicaría porque el doctor Vicenç Navarro me mira con muy buenos ojos.

Hace tiempo que vengo observando que, cuando se habla de vida democrática y de participación, se está excesivamente distraído con relación a la cuestión social y al movimiento de los trabajadores. Todos buscan, con o sin linterna en la mano, la nueva cultura democrática, pero hacen abstracción de no pocas realizaciones que a diario se dan en los centros de trabajo. En ese centro de trabajo que conoce las más gigantescas transformaciones en ese acelerado tránsito del sistema fordista hacia otro paradigma que ya no se caracteriza por el “apelotonamiento” de masas en unos determinados metros cuadrados. Un nuevo paradigma que, en expresión de mi amigo Paco Rodríguez de Lecea, se caracteriza por unas nuevas placas tectónicas.
Cada día se producen en los centros de trabajo un promedio de tres elecciones sindicales. Los niveles de participación son aproximadamente del noventa por ciento. Las razones de ello se encuentran en: 1) los problemas que se ventilan se refieren a las condiciones materiales de vida y trabajo de las personas, 2) los candidatos son gentes que conocemos la mar de bien, 3) la normativa expresa que podemos incluso revocarlos, y 4) la urna está ahí al lado. Cuatro elementos que conforman lo que podríamos llamar democracia próxima. Quiero significar que, tras estos actos formales de las elecciones, hay detrás un proceso de discusión de los programas electorales de cada sindicato y de la pre-elección de los candidatos, algo así como unas primarias. Esta es una costumbre que tiene CC.OO. de Catalunya desde muchísimos años: muy anterior, desde luego, a las primarias entre Almunia y Borell. Finalmente todo lo anterior se concreta en un amplio tejido de representantes que supera las cien mil personas. En resumidas cuentas, buscando desesperadamente la nueva cultura democrática no caemos en la cuenta que ahí, en los centros de trabajo, hay un potente indicio de hechos participativos. Que un servidor traiga esto a colación, podría ser interpretado como una deriva hacia mi vieja actividad como sindicalista; sin embargo, creo que tiene una significación cultural y política de gran envergadura. Los hechos, así las cosas, muestran que el movimiento sindical es el sujeto que promueve más hechos participativos en nuestro país. Y sin embargo, el oscurecimiento de la cuestión social impide las escasas referencias a estos aconteceres, aunque posiblemente el sindicalismo no haga justa ostentación en publicitar sus realizaciones de democracia próxima. Estos hechos participativos, por otra parte, expresarían que también en el nuevo paradigma posfordista (lo digo en términos descriptivos, no normativos) se puede renovar la democracia política. Ahora bien, tengo para mí que esta renovación no vendrá principalmente por una serie de normas que siempre serán necesarias. Vendrá fundamentalmente por la lectura de los procesos que están en curso y por entender que el agente principal de la gran industria (como se decía muy antiguamente) ya no es la cadena de montaje: es la Red. En resumidas cuentas, el envejecimiento de la democracia es la consecuencia de que la política siga expresándose en términos fordistas mientras las cosas han cambiado que es una barbaridad, según dejó cantando, don Hilarión en aquella famosa verbena. Gracias.

lunes, 5 de junio de 2006

CONVERSANDO CON RAIMON OBIOLS





Soy de la opinión que la coexistencia, por utilizar la terminología de Raimon Obiols, entre el partido europeo y el nacional debe ser breve; y para precisar mejor las cosas, diré que sin atropello alguno lo prioritario es organizar la transición hacia el partido socialista europeo, como sujeto político principal, con los poderes convencionales que hacen al caso. Más todavía, pienso que es una pérdida de tiempo mantener la situación actual. Porque tal como están las cosas, los socialistas europeos –al igual que el sindicalismo confederal-- tienen planteamientos dispersos con poca relación entre sí y casi ninguna con un proyecto general. Más todavía, si los grandes gigantes de la industria y los servicios organizan potentes economías de escala, el socialismo europeo debe ser una gran política de escala. Hay, además, otro argumento: no se puede seguir construyendo la Europa social que queremos manteniendo el actual carácter de sujeto principal, radicado en el Estado-nacional. En resumidas cuentas, me encuentro más a gusto con los planteamientos de Paul Nyrup Rasmussen que con los de Giuliano Amato que es posible que tenga más en la cabeza la idea del partido reformista italiano que la del socialista europeo. La política de escala con sentido federal es, pues, lo que se debería primar.
Me excuso por el esquematismo: la ciudadanía europea se construirá probablemente si palpa Europa, esto es, si se siente concernida en intereses europeos. ¿Cómo interesar a un asalariado de Colonia con uno de Argentona, de manera directa, si no es a través, por ejemplo, de su convenio colectivo de sector? ¿Cómo enhebrar los diversos retales de los diferentes Estados de bienestar si no es a través de un auténtico welfare europeo? ¿Cómo poner en marcha los recursos financieros de ese welfare europeo si no es a través de una política fiscal europea? ¿Cómo establecer una política de investigación, capaz de intervenir en los procesos de innovación y reestructuración si no es mediante una política de gran escala europea? Una larga coexistencia (o una indeterminada coexistencia) entre el partido nacional y el europeo sería una rémora porque los procesos económicos siguen su curso veloz al grito de “estúpido el último”.
Podría ser que los dirigentes de los partidos nacionales tuvieran el mismo sentido de conservación que los sindicalistas que se confrontaban con Joan Peiró cuando proponía la transformación de los sindicatos “de oficio” en potentes federaciones de industria en el famoso Congreso de Sans, de la Cnt. Y pudiera ser que tales dirigentes tengan el temor de los (evidentes) peligros de la centralización y el distanciamiento. Pero hasta donde yo tengo entendido, la propuesta de Obiols es la de un partido socialista europeo con personalidad federal. Lo que equivale a reglas y códigos de comportamiento federales en la forma-partido. Evidentemente, no nos podemos abstraer de los riesgos que comportaría esa operación. Pero lo peor es la indecisión del asno de Buridán. En concreto, el partido no sólo debería tener las prerrogativas y poderes sino los instrumentos, símbolos y panoplias capaces de distinguirle como sujeto político principal.
Por otra parte, aprovecho la ocasión para insistir en una de mis obsesiones. La creación del partido socialista europeo, como sujeto principal de la política de gran escala, debería servir para ajustar las cuentas --no sólo a las culturas y prácticas más o menos autárquicas-- sino especialmente al desfase entre el actual paradigma posfordista y la acción política al uso que, siento dar la lata con estas cosas, continúa como si Doña Cadena de Montaje, la ilustre señora del fordismo, estuviera en su mejor momento.
Por último, creo que uno de los problemas que tiene la izquierda europea es el obscurecimiento de la ‘cuestión social’. La gran paradoja es que nunca hubo tanto trabajo asalariado como ahora y, sin embargo, la izquierda está excesivamente distraída. Es como si se sacara la conclusión de que la progresiva desaparición del obrero tradicional es la insignificancia (o, peor aún, muerte) del trabajo heterónomo, asalariado. De ahí que la renovación de un proyecto progresista debería situar la centralidad que representa que millones de europeos viven y se ganan la vida a través de su condición asalariada y ésta se expresa, por lo general, en mejores condiciones que nunca a través de la acción organizada. La política debería ser una de ellas. Pero, como diría el maestro Vittorio Foa, para que la gente tenga confianza en la política, ésta debería confiar en aquella.
Uno de los elementos que más consistencia le ha dado al socialismo europeo ha sido su destacada contribución al diseño del Estado de bienestar junto a otras fuerzas políticas y sectores sociales interesados en ello. Me permito partir de la siguiente intuición: la construcción de un welfare europeo puede ser el banderín de enganche de la renovación del socialismo. Ahora bien, creo que ello será posible si se dan estas condiciones: 1) la existencia de un partido socialista europeo con plenos poderes para ello; 2) las alianzas con sujetos sociales, capaces de compartir diversamente ese nuevo proyecto. Estoy pensando en el sindicalismo confederal y en amplios sectores sociales.
Se trata todavía de condiciones necesarias, aunque no suficientes. Pues para llegar a la suficiencia es preciso, en mi opinión, que todos ellos –partido, sindicalismo y sujetos sociales—ajusten las cuentas con dos asimetrías que interfieren el proyecto. De un lado, el anclaje en el Estado nación; de otro lado, la permanencia cultural en el paradigma fordista, a pesar de que este sistema (que va más allá de su carácter productivo) es pura herrumbre. Lo primero significaría ajustar definitivamente las cuentas a todo tipo de nacionalismo; lo segundo representaría meterse en pleno corazón de los procesos en curso.

jueves, 25 de mayo de 2006

LA REPRESENTACIÓN SINDICAL EN FITEQA CC.OO.

Isidor Boix i Lluch / José Luis López Bulla

La vieja y un tanto estéril polémica entre comités de empresa y sección sindical de empresa (o el sindicato en el centro de trabajo) sigue sin resolverse. Tal vez uno de los problemas que ha tenido el sindicalismo confederal español (y concretamente CC.OO.) ha sido que no ha sabido, querido o podido establecer normas capaces de reglar la llamada relación entre uno y otro sujeto social. Así las cosas, esta indefinición ha comportado una serie de prácticas tan alejadas entre sí que parecería que no se referían a la misma casa confederal sino a otras bien distintas. La situación es tan compleja que en determinados escenarios prima por encima de todo la figura del comité y en otros es el sindicato en el centro de trabajo quien se lleva la palma. En teoría no habría motivos suficientes para alarmarnos, si no fuera porque en la práctica (y eso es lo que cuenta) esta dualidad ya contradictoria se traduce en muchos casos en una manifiesta incapacidad para intervenir adecuadamente en los gigantescos procesos de reestructuración-innovación de la producción y los servicios en la economía globalizada.

Desde la Federación de Industrias Textil-Piel, Químicas y Afines de CC.OO. (Fiteqa-cc.oo.) nos llega una experiencia, ratificada en su reciente III Congreso (Pamplona, 27-29 de abril), que sin terciar aparentemente en dicha polémica aporta referencias útiles para ésta, y, sobre todo, una nueva demostración de la capacidad de la práctica para construir modelos sociales y dar respuesta a preguntas no siempre bien formuladas. Nos referimos a las elecciones en el sindicato (en jerga sindical, de la “sección sindical” de empresa o intercentros) previstas en el artículo 16 de sus estatutos federativos y las normas que lo desarrollan. Se trata de la prescrita constitución de la “sección sindical” en los centros de trabajo con más de 30 afiliados.
Esta concreta normativa podría parecer que no aporta ninguna novedad si no fuera por el detalle del procedimiento establecido para ello y las consecuencias que podrían desprenderse (y que el mencionado Congreso ha confirmado que está efectivamente ya teniendo): presentación de candidaturas y programas de trabajo, elección mediante sufragio universal y secreto de los afiliados, asamblea general previa de afiliados para presentar balance por parte del órgano sindical saliente, sistema de representación proporcional, responsabilidad e implicación de los órganos federales en el proceso de elecciones, régimen de incompatibilidades entre las responsabilidades en los órganos sindicales (del sindicato) en la empresa y las del comité de empresa. Se trata en definitiva de subrayar la personalidad de la “sección sindical”, cómo se relaciona con la base afiliativa del sindicato, y, con ello, su específica significación en la acción sindical en la empresa, a la vez que su relación con la estructura sindical federal y el sentido de esta relación, mucho más ligada a la acción sindical y a las particulares responsabilidades de dirección, orientación y coordinación de cada una de las estructuras sindicales, así como a la autonomía de decisión que todo ello comporta para cada una, que a las cuestiones puramente adminsitrativo-internas del sindicato. A nuestro entender estamos ante la experiencia más madura que existe en nuestro país en lo relativo a la representación de los asalariados en el centro de trabajo.
La razón de la antes mencionada inadecuación estriba en que el comité de empresa, como expresión de una cultura fordista y como sujeto autárquico, no está ya plenamente capacitado para intervenir en las diversas mutaciones de la empresa, ni puede encarar con eficacia los retos de la globalización. Su personalidad, que tiene su origen en los trabajadores del centro de trabajo que lo han elegido, termina en sí mismo, sin proyección orgánica en ámbitos que vayan más allá de las paredes del mismo: se trata, por así decirlo, de islas incomunicadas que no conforman un archipiélago. Todo ello condena al comité a ejercer un obligado corporativismo del ámbito en el que ha sido elegido y en el que termina su responsabilidad. No es que el sindicato en el centro de trabajo sea capaz de ser un sujeto plenamente contemporáneo de las grandes mutaciones de época porque lo proclame sin más, sino porque no tiene los “límites” que acompañan al propio comité de empresa. Más todavía, porque el sindicato se estructura (o puede hacerlo potencialmente) en los grandes horizontes de la globalización, porque el sindicato puede desarrollar, sin confines, su esencia de solidaridad organizada, u organización de la solidaridad, que supone construir el contenido de su naturaleza “de clase” a partir de la experiencia colectiva de la clase trabajadora organizada en torno a la defensa de sus intereses y sus reivindicaciones colectivas e individuales desde el centro de trabajo, con sus necesarias raíces en éste, pero sin terminar en él. Y son esas raíces las que se pretende consolidar y desarrollar con esta forma de hacer.
En resumidas cuentas, el comité es un sujeto con “imposibles”, y eso es una certeza; en cambio, es una hipótesis que el sindicato pueda abordar todos los desafíos (o está en mejores condiciones) de esta vasta transformación. Empezamos a ver --y la experiencia de Fiteqa es una en este sentido-- que se trata de una hipótesis realizable. Mejor dicho, que ya está en marcha con resultados razonablemente positivos: una amplia red de secciones sindicales en los centros de trabajo, un apreciable nivel de incremento de la base afiliativa y un rejuvenecimiento de la misma, amén de una superior presencia de la mujer en tales estructuras.
Con toda seguridad, las prácticas de Fiteqa indican que el proyecto se caracteriza porque no separa las demandas diversas del conjunto asalariado de la forma organizativa que adopta la representación que negocia. Es decir, tutela y representación son inseparables del proyecto. Seguramente no será Fiteqa la única organización que realice tales prácticas pero es ahí, en ella, donde se visualiza con más detenimiento esa inseparabilidad entre demandas y exigencias, de un lado, y formas orgánicas de representación del conjunto asalariado federativo. Porque el proyecto no es sólamente la reivindicación sino la reivindicación que la estructura va organizando.
La seriedad y rigor del procedimiento de elección de la sección sindical, su solemnidad, así como el régimen establecido de incompatibilidades, lleva, sin necesidad de grandes debates previos, a una nueva relación entre sindicato y comité en la empresa. Desarrolla en la práctica el concepto de dirección e iniciativa sindical, desde el sindicalismo organizado, en el centro de trabajo de forma autónoma, como sujeto con personalidad propia ante sus afiliados y ante el conjunto de los trabajadores. Se trata de una función que puede desarrollarse a través de sus representantes en el Comité de Empresa, pero no sólamente a través de éste. Puede suponer, y en ocasiones así sucede, planteamientos no coincidentes con los del Comité, legitimados por su propia naturaleza sindical y por la expresión coherente y convergente de sus dos líneas de elaboración: la de su afiliación en la empresa y la de la organización sindical supraempresa en la que se integra.
El desarrollo de la específica personalidad sindical de la “sección sindical” está llevando a que desde Fiteqa se discute (ya con experiencias concretas al respecto) las formas de decisión de por ejemplo la firma de un convenio, debatiéndose la oportunidad (o la obligatoriedad) de someterlo a un referéndum formal (también con urna y voto secreto) de sus afiliados después de un proceso de debate de los órganos de la sección sindical y la toma de posición de éstos. Lo que supone una acumulación de participación, consciente e informada y, en concreto, una mayor densidad democrática del sindicalismo.
La histórica apuesta de Fiteqa por el sindicato en el centro de trabajo no pretende estructurar, pues, sólo una gimnasia organizativa; sí, empero, proponer colectivamente hasta qué punto las personas, en su libertad y autonomía, se reconocen entre-sí (se auto-cohesionan) para lograr, negociando, sus demandas. Unas demandas que, englobadas en grandes convenios, facilitan (aunque no explican necesariamente) la primacía del sujeto-sindicato en el centro de trabajo.
Ahora bien, Fiteqa hubiera podido seguir las venerables tradiciones de la familia “comisionera” a la hora de estructurar las secciones sindicales. Unas tradiciones de sobrado carácter gelatinoso, es decir, que cada cual monta la organización como dios le da a entender; hablando en plata: como si fuera la Brigada de Brancaleone, versión medieval del ejército de Pancho Villa. En cambio opta por la solemnidad de la norma. Esto es, se convoca en debida regla el proceso de configuración del sindicato en el centro de trabajo, y se oficializan la manera de ser elector y elegible, el modo de escrutinio, la forma de proclamación. ¿Solemnidad de culto? No, ejercicio de transparencia y, a través de la forma, hacer consciente el contenido, la naturaleza del sindicato como organización de afiliados con intereses colectivos. Pero hay algo más, Fiteqa (así las cosas) está indiciando un esbozo de ius sindicalismo que tanto se precisa en nuestro sindicalismo confederal. De este modo, suponemos que aparecerá gradualmente una nueva pareja de hecho en el panorama español: el iuslaboralismo y el ius sindicalismo, que podrán alimentarse el uno al otro de manera fecunda.
Y aquí se nos antoja una reflexión un tanto inédita en nuestros lares: si partimos de la base que, con las limitaciones que se quiera, disponemos de un abundante iuslaboralismo ¿cómo es posible que ello no tenga una similar traducción en mayor fortaleza de los sujetos sociales en España? Seguramente por muchos motivos. Pero, para lo que nos traemos ahora entre manos, una parte (una parte, no despreciable) es que el iuslaboralismo no se ha visto acompañado por el suficiente ius sindicalismo. Y el ius sindicalismo o es fruto del sindicato organizado o no será obra de nadie más, porque el carácter ontológico del comité no está para crear ius sindicalismo sino iuslaboralismo. O uno y otro se constituyen en pareja de hecho o, en estos tiempos, ambos se resentirán de no establecer unas adecuadas relaciones, aunque sean prematrimoniales.
Y lógicamente el ius sindicalismo no puede ser el ejército de Pancho Villa: que cada cual monte las cosas a su antojo. Normas discutidas, pues, con la voluntad de organizar-la-participación, consciente e informada, de todas las personas que se reconocen entre-sí como integrantes de un potente archipiélago: textiles, unos; químicos, otros; gasolineros, vidrieros, etc.… Naturalmente, si se norma la participación se opta por un imaginario que ya no es el desiderátum o la exigencia retórica de la necesidad de participación. Es, concretamente, mostrar de qué manera se participa, sabiendo que de su ejercicio, reglado con formas precisas, podrán surgir nuevas ideas y nuevas fuerzas, como efectivamente está sucediendo. Así pues, la norma es la propedéutica de la participación o, si se prefiere, la niñera de la participación. Y, si este razonamiento es aproximadamente cierto, la llamada a la afiliación cae en un caldo de cultivo más propicio: yo, que no estoy afiliado, veo que mis amigos, conocidos y saludados sí lo están ¿por qué, pues, voy a renunciar a estar donde se cuecen las habas de mi convenio?
Ahora bien, el sindicato organizado en el centro de trabajo, con normas y reglas, propone desafíos a la estructura dirigente federativa. Porque, Fulano (dirigente federativo) sabe que yendo a la sección sindical se encuentra con los suyos-suyos (afiliados-cotizantes y todo lo que se quiera añadir) y, comoquiera que existen reglas, Fulano tiene que debatir, fajarse, argumentar… En cambio, Zutano (dirigente de una federación que se soporta sobre los pilares del movimiento de los comités) cuando va a la empresa discute con el comité, pero la decisión del comité no le vincula orgánicamente (dejemos aparte la metáfora de la vinculación moral).
La experiencia de Fiteqa, su reciente III Congreso, también algunos de sus resultados en la negociación colectiva, quizás de forma particular los derechos de acción sindical precisamente en la empresa, que va conquistando en sus convenios (particularmente en los de ámbito sectorial estatal), ponen de manifiesto que los “Fulanos” a que nos referimos no son una figura supuesta para estas notas, sino personajes reales que desarrollan la función del sindicalismo como un útil ejercicio de representación de intereses que se materializan no tanto a través de su prédica, sino a través del ejercicio de esa representación en la acción sindical de cada día.




domingo, 22 de enero de 2006

EL CONTROL DE LA FLEXIBILIDAD



José Luis López Bulla*

Parto del siguiente razonamiento: la flexibilidad no es un fenómeno contingente, sino estructural y de largo recorrido; la flexibilidad no es ya un “método” puntual sino que atraviesa las diversas formas de la producción y los servicios, y, por así decir, recorre las actuales formas de vida. Sigo reflexionando: la flexibilidad es fruto de dos tipos de fenómenos. Una las decisiones subjetivas que pone en marcha quien, de manera unidireccional, está gestionando la flexibilidad, esto es, el dador de trabajo; otra, el resultado objetivo de la versatilidad de la innovación tecnológica. Ambas se interrelacionan y condicionan mutuamente, aunque siempre están bajo la hegemonía técnica (cultural, diría Gramsci) del empresario que, en la actual etapa, está conociendo un importante proceso de relegitimación social y política.

Digamos, pues, que quien interpreta subjetivamente y pone en marcha este epifenómeno que es la flexibilidad está proponiendo no sólo unos nuevos modelos de trabajo sino también de vida de las personas desde el trabajo hasta los últimos recovecos de la ciudad. Sin embargo, transformado profundamente el fordismo queda la flexibilidad como “aparato” no coyuntural sino de largo recorrido. Ahora bien, la gigantesca transformación de los aparatos productivos y de servicios está siendo acompañada por una práctica (subjetiva, hemos dicho) autoritaria y discrecional. Que se caracteriza, entre otras cosas, por: una manumisión de los derechos de ciudadanía social y la congelación del Derecho laboral, de un lado; y, de otra parte, por la desmembración del mercado de trabajo. La lectura autoritaria de la flexibilidad es, así las cosas, equivalente a la precarización y a la extrema fragilidad de las condiciones de trabajo, empezando por un cambio de metabolismo del contrato de trabajo que poco va teniendo que ver con el que idearon los padres fundantes del iuslaboralismo nacido en Weimar: un asunto que machaconamente nos recuerda el maestro Romagnoli, uno de los viejos (y grandes) rockeros del Derecho laboral europeo.

Esta situación no tiene una lectura sindical solamente sino de profundos contenidos del genoma de las modernas sociedades contemporáneas. Pues afecta (¡y de qué manera!) a la esencia de nuestra democracia y de sus valores en este vejestorio que se está convirtiendo Europa. Atención: uno de los pilares de nuestras democracias es el contrato social. ¿Hemos caído en la cuenta de que ya casi no se habla de negociación sino de diálogo social? No es irrelevante ese cambio de sintaxis, pues desde Lewis Carol, el autor de “Alicia en el país de las maravillas”, sabemos que las palabras tienen dueño. El diálogo social es una cosa y la negociación es algo bien diferente. Pero el cambio de una palabra por otra tampoco es inocente. El diálogo no comporta necesariamente llegar a acuerdos y puede convertirse en pura cháchara.

La negociación sí conlleva, con todas las asimetrías e imperfecciones que se quiera, co-determinar, y su naturaleza final vendrá dada por nuestra vieja conocida: la correlación de fuerzas en el escenario.La machacona insistencia mediática en el diálogo social comporta una desnaturalización de la Libertad sindical que es parte fundante de las vigas maestras de la democracia. Porque la Libertad sindical es dos cosas inseparables: a) la asociación para negociar, b) apoyada por el ejercicio del conflicto social. Y hoy, justamente para que la flexibilidad sea gestionada autoritaria y discrecionalmente, los dardos de la derecha se enfilan contra el ejercicio del conflicto, entendido éste como derecho de ciudadanía social. Este es el desvelamiento que vengo proponiendo desde hace ya algunos años y que desarrollé en Santafé de manera pormenorizada el otoño pasado. En resumidas cuentas, la flexibilidad, así entendida, es el instrumento esencial de la gestión ademocrática en esta fase de la innovación-reestructuración de los aparatos productivos y de servicios.

El lector deberá tener cuidado con un servidor. Estoy alertando acerca de la lectura autoritaria y discrecional que hace la derecha económica de la flexibilidad. A esta la he calificado de decisión subjetiva del dador de trabajo. Una decisión que, si no estamos al tanto, la acabarán convirtiendo en una especia más de las leyes naturales. Estoy llamando la atención sobre el interés, expresamente intencionado, de equiparar flexibilidad con precariedad; estoy poniendo el acento en que las derechas conciben la flexibilidad como la erradicación de los derechos sociales que son parte inseparable de los derechos democráticos.Repito: el lector no debe confundirse ni confundirme. Afirmo que es posible otra flexibilidad, y que es necesaria para un nuevo avance en la humanización del trabajo y en el trabajo. Digamos que la flexibilidad debe insertarse como hipótesis de nuevas posibilidades en otros sistemas de organización del trabajo. Lógicamente estoy proponiendo que la flexibilidad sea obra del pensamiento y la acción de dos sujetos fuertes: la política de izquierdas y el sindicalismo confederal, cada uno con sus propias prerrogativas y (diversos) puntos de vista. Lo que no es conveniente es la repetición de la vieja historia de antaño: acabar las izquierdas y el sindicalismo en la lógica infernal, primero, del viejo taylorismo y, después, del fordismo. Por lo tanto, mi punto de vista es: se necesitan normas, tutelas y garantías que permitan al trabajo asalariado “vivir” la flexibilidad sin miedos y angustias. En pocas palabras, esta es la tesis que expongo de manera tan esquemática como me lo permite el espacio de este artículo. Porque, en efecto, los viejos institutos que han estado en vigor (fruto de la antigua ordenación de las relaciones laborales en Occidente), tales como el contrato de trabajo y los sistemas de organización del trabajo, están cambiando de naturaleza con la irrupción desbocada de la flexibilidad. Aquellos viejos institutos, con sus aparatos jurídicos y garantías de las negociaciones colectivas, están dando paso a un “territorio” sin normas y controles.

Una primera conclusión sería: se necesita una reflexión acerca de la discontinuidad histórica que representa la flexibilidad y son urgentes unas medidas (políticas y sociales) que aborden la lógica tensión entre flexibilidad y seguridad. De un lado con medidas legislativas y, de otro, con una decidida actuación del sindicalismo en el escenario de las negociaciones colectivas. Si se parte de la constatación de que la flexibilidad ya no es un fenómeno puntual, tengo para mí que ha llegado la hora de que la política aborde la necesidad de una Ley de Flexibilidad. Soy perfectamente consciente de las connotaciones “malditas” que tiene esta palabreja, la flexibilidad. Pero empieza a ser ya inadmisible que sólo (y solamente) su gestión esté en manos del dador de trabajo. En puridad democrática esta gestión discrecional está representando espacios ademocráticos en la sociedad y una pérdida de la capacidad de negociación de los sujetos sociales. Así, pues, la política y, en concreto la izquierda, no pueden ignorar esta situación. No ignoro las dificultades de mi propuesta: para empezar la izquierda ha tenido dos comportamientos diversos con relación al asunto. O ha cantado las excelencias de la flexibilidad o la ha combatido sañudamente. La izquierda ha sido simultáneamente papanatista o apocalíptica, pero (hasta donde yo sé) no ha esbozado un proyecto orgánico capaz de paliar la estridente asimetría que hay entre flexibilidad y seguridad.
La Ley que se propone, previamente consensuada con los agentes sociales y las organizaciones empresariales, podría ser un primer paso, al tiempo que sugeriría nuevos comportamientos contractuales en el libre ejercicio de la autonomía de las partes que negocian.

Con toda seguridad, la ley no será una panacea. Más todavía, podrá tener sus complicaciones. Pero, salvando las distancias de época y tiempo, se me ocurre el siguiente ejemplo: la Ley de Convenios colectivos de 1958 en pleno franquismo. ¡Mira que tuvo imperfecciones aquel texto articulado, especialmente ser hijuela del franquismo! Sin embargo, nadie que tenga dos dedos de frente y memoria fresca negará que de aquello (aunque no solode aquello) surgió el nuevo movimiento sindical que supo poner en marcha una nueva consciencia democrática en nuestro país. Las cosas fueron así de curiosas como lo atestigua la historiografía. En todo caso, lo que no puede ser es la repetición de la historia del burro de Buridán. El pobre asno estaba cansado y muerto de hambre, pero delante de él había unos cuantos kilos de pitanza. La bestia no se movía porque razonaba de esta guisa: si me muevo puedo caerme de la fatiga, pero si no camino me muero de hambre. Comoquiera que no se resolvió a hacer nada se fue al otro mundo sin pena ni gloria. En esta situación estamos: si no se hace nada, la flexibilidad seguirá desmedida. De ahí que, en una primera aproximación, se proponga esta Ley de Seguridad como una interferencia que, según se mire, puede introducir nuevas tutelas y una cierta co-determinación de las condiciones de trabajo.

*Izquierda y Futuro, núm. 2 (Granada 2002)